Me siento mal por Ancelotti. Creo que le debo un desagravio.
Hace unas semanas publiqué en esta santa Galerna que el día que Carletto nos falte del banquillo habría que proceder al fichaje inmediato de Xabi Alonso como sustituto. Sigo pensando igual, pero no quisiera yo que ningún lector crea que deseo ese fichaje de forma inmediata. Qué va. Nada más lejos. A mí me encanta Ancelotti, su conocimiento de cómo entrenar a un equipo de élite está muy por encima del que poseemos la inmensa mayoría de madridistas.
Ancelotti es un padre del desarrollismo. Ancelotti es el señor que al llegar agosto en Madrid te llenaba un seiscientos con maletas, mujer, hijos, suegra y chacha y se metía doce horas de trayecto por comarcales hasta Gandía a 40 grados y sin aire acondicionado. En su porte está la nobleza llana de un personaje de Guareschi. Lo veo junto a Florentino Pérez y son como el alcalde Peppone y el cura Don Camilo.
En la boda de tu pima, Ancelotti aparece de pronto con un puro en la mano y la corbata floja, te pasa el brazo por el hombro y te da consejos sobre la vida: Vedi, ragazzo, questo è un mondo difficile. E vita intensa. Felicità a momenti, e futuro incerto. Y de pronto al fin lo tienes todo claro: la felicidad es redonda y sencilla como un balón de fútbol.
Ancelotti aparece en la boda de tu prima con un puro en la mano y la corbata floja, te pasa el brazo por el hombro y te da consejos sobre la vida: Vedi, ragazzo, questo è un mondo difficile. E vita intensa. Felicità a momenti, e futuro incerto. Y de pronto al fin lo tienes todo claro: la felicidad es redonda y sencilla como un balón de fútbol
Que te entrene Ancelotti debe de ser algo así como que te entrene tu padre. Que se lo digan a Rodrygo si no, que en el partido contra el Villarreal se llevó un chorreo por no saludar al entrenador al salir del campo. Un chorreo de padre con dedo inhiesto, que eso acojona que no veas. Ancelotti a sus jugadores no los trata de usted, porque los quiere demasiado:
—Rodrygo, como vuelvas a salir del campo sin darme la mano te meto una guaya que te pongo los dientes por peineta, ¿estamos?
—Sí, míster.
—Muy bien. Y ponte la chaqueta, coñe, que todavía te me vas a acatarrar.
El pasado domingo contra el Athletic de Bilbao Ancelotti hizo otra vez de padre con Vinicius cuando, al retirarse este último del terreno de juego, lo recibió con un beso en la frente. A ver qué otra cosa vas a hacer cuando el niño te llega a casa después de que día sí y día también le revienten los tobillos en el patio sin que el inútil del profesor mueva un dedo para evitarlo. Pues eso: que o besas al crío o le revientas la cara al profesor, y lo segundo no está bien visto.
El domingo en San Mamés el Real Madrid semejaba una familia, con Ancelotti repartiendo chicles a los chavales y Toni Kroos metiendo un gol de madre:
—Toni, jo, que no encuentro el gol…
—Mira en la portería.
—Que no lo veo.
—Que sí, leches, mira bien. Por debajo a la derecha.
—Que no, jopé, que no está.
—¡A que voy yo y lo encuentro!
Y, en efecto, fue y lo encontró. Justo donde dijo que estaba. Como siempre.
Entretanto, como ya he señalado, Ancelotti repartía golosinas por la grada poniendo cara de: “mira que te lo he dicho: que si te has traído los chicles, que si te has traído los chicles… Y tú, que sí, que los llevo en el abrigo; pues ahora te aguantas”. Pero te acaba dando uno de los suyos, porque tiene alma de padre y cómo te va a dejar sin chicles. Que si lo hiciera te digo yo que esa noche no duerme, como la del partido del Villarreal, que se pasó horas dando vueltas en la cama pensando si no habría sido demasiado duro con el pobre Rodrygo, que a fin de cuentas solo es un chaval.
Al ver las imágenes de Ancelotti repartiendo chicles a un aficionado en la grada de San Mamés se me ocurrió que aquel mismo aficionado se llevaba a su casa una curiosa reliquia bastante revalorizable en el tiempo: un chicle de Carlo Ancelotti ni más ni menos. Que igual lo masticas, lo pegas debajo de un pupitre y el pupitre se pone a ganar Copas de Europa, porque las reliquias tienen poderes.
Un chicle de Carlo Ancelotti ni más ni menos. Que igual lo masticas, lo pegas debajo de un pupitre y el pupitre se pone a ganar Copas de Europa, porque las reliquias tienen poderes
Durante aquel partido en Bilbao se repartieron muchas reliquias. Vinicius le dio su camiseta a otro asistente al partido, motivo por el cual la redacción del diario Marca se planteó seriamente llevar a su portada del día siguiente el titular VINICIS JR SIGUE PROVOCANDO: AHORA LANZA ROPA SUCIA A LOS AFICIONADOS DEL ATHLETIC. De modo que entre Carletto y Vini repartiendo objetos venerables, Modric besando sus espinilleras con la imagen del Sagrado Corazón antes de salir al campo y el hecho de que el partido se jugaba un domingo en la Catedral; todo el encuentro estaba inundado de un aire sacro y piadoso.
Yo no dejaba de pensar en reliquias: Felipe II tenía una colección de cerca de 8.000, y Calvino decía que si se juntaran todos los supuestos fragmentos de la Vera Cruz que se guardan en el mundo, daría para hacer un bosque de cruces. Esto último no es cierto (aunque haya mucha gente que lo crea), lo comprobó el arqueólogo Charles Rohault de Fleury, quien tras hacer un inventario completo descubrió que todos los fragmentos de la Vera Cruz juntos no daban ni para un tablón de un metro. Algo parecido a lo que ocurre con los trofeos del Fútbol Club Barcelona, que parece que son muchos pero no alcanzan para para tapar las goteras del Camp Nou. El mundo de las reliquias a veces es cruel.
Vinicius le dio su camiseta a otro asistente al partido, motivo por el cual la redacción del diario Marca se planteó seriamente llevar a su portada del día siguiente el titular VINICIS JR SIGUE PROVOCANDO: AHORA LANZA ROPA SUCIA A LOS AFICIONADOS DEL ATHLETIC
Cuando vi a Carletto repartir chicles me imaginé al receptor de la golosina conservándola como si fuera un objeto sagrado. Y entonces, de pronto, me di cuenta de algo importante: reliquias. Esa es la clave. Reliquias.
Lo que quiero decir es que ya sé por qué a Vinicius Jr. le sacuden como a una estera cada vez que salta al césped: no es por juego sucio, ni racismo, ni inquina ni nada parecido; se trata, al contrario, de una muestra de veneración. Lo que quiere el tipo que le mete el codo en la boca al brasileño del Madrid son reliquias.
—¡Falta! ¡Tarjeta roja! Le ha saltado los dientes de una patada a Vinicius Júnior.
—De eso nada, señor árbitro. Yo solo quería una reliquia suya para ponerla en mi habitación y rezarle un padrenuestro todas las noches para que al Cholo le brote pelo nuevo.
—Ah, bueno, en ese caso todo correcto. Le recomiendo que se lleve un molar, que son muy milagrosos.
—Gracias, monseñor Soto Grado. A ver si puedo sacárselo de una patada la próxima vez que vaya a portería. Que Dios le bendiga.
—A ti, hijo mío. Y, venga, sigan jugando.
Por fin lo veo todo claro. Y ahora entiendo también porque lo que aquí son sinceras y conmovedoras muestras de piedad, allá en los campos europeos (tierras de infieles) los trencillas actúan de forma distinta.
—¡Tarjeta roja por darle un cabezazo a Odegaard en las narices!
—No, señor árbitro, yo solo quería una muestra de su preciosa sangre para meterla en un frasquito y llevarla la abadía de Montserrat.
—Non sense. Aquí somos protestantes y el culto a las reliquias nos parece idolatría pecaminosa, así que red card y a la fuking calle.
—No me mande usted a la calle, que it’s very cold outside y me recuerda a lo mal que la pasé haciendo las pruebas para el Real Madrid.
—But you are Gavi, not Pedri.
—Ay, sí, sorry; es que a veces yo también nos confundo.
Queridos madridistas: recordemos la próxima vez que quieran trocear a Vinicius en un campo de juego que todo es una muestra de respeto y admiración. Pensemos en Ancelotti, que es buena persona y da chicles solo con que se lo pidan. Vinicius, en cambio, que es un provocador, se resiste a que le hagan chanfaina por un quítame allá esas reliquias. Normal que la prensa lo señale. A ver si aprende el brasileño de una vez. Y si no pasa por el aro, mejor que se largue a Los Ángeles a jugar al golf con El Que No Debe Ser Nombrado.
Getty Images.
Seguro que si yo cojo un chicle de Ancelotti lo guardo en una urna y le pongo velitas por las noches. San Carlos de la Catorce, protégenos en estos momentos difíciles.