No le sienta nada bien al Madrid jugar a mediodía, si no me falla la memoria, y aunque no llegó el agua al río, llevaba tiempo sin jugar de modo tan vulgar, con fases de dominio alterno hasta ante un equipo en horas bajas como el Espanyol.
Vinicius, por ejemplo, volvió a demostrar sus portentosos dones para el control orientado, la conducción y el regate -que llevan a pensar si habrá hoy en la alta competición más de tres jugadores con su uno contra uno-, sin dejar de alternarlo con la más inexplicable incapacidad para culminar coherentemente. Rodrygo lleva un par de partidos sin encontrarse, y con Hazard en el dique seco la temible delantera de los últimos tiempos se reduce a la sabia regularidad de Benzema, un hombre que empezó siendo algo veleta y melindroso; pero tras la marcha de Cristiano se echó el Real a las espaldas, y asume incluso el pichichi a despecho de rivales como Messi.
Ni siquiera Valverde brilló del modo acostumbrado, aunque fuese admirable la triangulación con Benzema que produjo el segundo gol. De la atonía general ni siquiera se libró Mendy, normalmente impecable como defensor, que hoy dejó a sus compañeros con uno menos por falta de concentración. Poco exigidos, Ramos, Carvajal y Courtois se sobraron en el cumplimiento de sus respectivas tareas, y quien brilló sobre todos fue Varane con su zurdazo cruzado, un tiro exquisito por imparable. La sequía goleadora del francés se agudizó tras unos primeros años donde estuvo incluso cerca de Ramos como cabeceador en córneres, y es de esperar que el acierto actual le ayude a recobrar un entusiasmo no siempre aparente en los últimos tiempos, donde se diría que ni siquiera conserva la extraordinaria velocidad de los comienzos, a despecho de su juventud.
Mal imagino lo difícil que será llevar bien del todo la combinación de clase, facultades, palmarés, apostura, millones y veintiséis años, porque no es infrecuente mermar con el éxito incondicional. De hecho, mantenerse en la cresta de la ola es una proeza en sí mismo, y quizá nadie experimenta de modo tan agudo como las estrellas del deporte, movidas a digerir sin indigestión el banquete deparado por su pericia a la hora de conquistar y dirigir una pelota, cuando no hubo tiempo para hacer alma del modo acostumbrado, aprovechando la soledad y el silencio para reflexionar.
De hecho, la gran novedad de esta temporada es que ZZ haya conseguido reconducir el hartazgo de victorias a una aplicación humilde, y luche por ahora un torneo de pura regularidad como la Liga, cosa casi olvidada entre el pésimo desempeño del último año y los legendarios triunfos en la Champions de años previos. Lástima que el estacazo de Meunier a su compatriota Hazard le prive de concurrir al Clásico, tan prometedor en principio; pero parece de justicia reconocer que el equipo se ha enderezado moralmente, y que la política de fichajes fructificó con fenómenos como los dos mozalbetes brasileños y Odegaard, sin ir más lejos. Hay buen rollo, fondo de armario y momentos de gran fútbol, que una vez más remiten al hombre de aquella volea al ángulo, el más vivo ejemplo de cómo conciliar orilla norte y orilla sur del Mediterráneo.
Ni siquiera la hora intempestiva prevaleció esta vez sobre la profesionalidad, aunque tampoco fuese el día de unos cuantos, y los merengues siguen de enhorabuena por eso mismo. Siendo una muchachada multimillonaria, tentada eminentemente a distraerse, cierran un día más el curro con aprobado alto.
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