El fútbol tiene la capacidad de implantar recuerdos antes de que uno sea capaz de recordar la propia vida. Aún no tenía conciencia de mí mismo, sin embargo atesoro la reminiscencia de estar en el Bernabéu viendo al Real Madrid con mi primo. Para entrar, mi tío había mostrado la placa de policía al empleado de la puerta: «Jefe, voy a echar un vistazo para comprobar que todo esté en orden». Lo recuerdo así, aunque aún no supiese lo que era la coma del vocativo.
No me había percatado todavía de mi existencia cuando acudía en autobús vestido de Santillana con mi madre y mi abuelo a ver la presentación del Real Madrid, para agarrarme a la valla y recriminar a Stielike un marcaje demasiado duro sobre mi ídolo en un partido reciente de selecciones.
El fútbol tiene la capacidad de implantar recuerdos antes de que uno sea capaz de recordar la propia vida
Cuando uno supera la edad preescolar, comienza a coleccionar recuerdos con más facilidad y, tiempo después, cuando le da la vuelta al casete de la vida, empieza a olvidarlos con la misma sencillez. Sin embargo, los primeros no se borran nunca, aquellos que incrusta el fútbol en el hipocampo, que no es otra cosa que el hipogeo del cerebro, por más que la cubierta capilar comience a perder densidad.
El Bayern de Múnich forma parte de ese universo primigenio formado tras el Big Bang de la generación que se vestía de Santillana. El papel que representaba el equipo bávaro era el de lo imposible, aquello que estaba fuera de nuestro alcance. En la mente de un niño, el Bayern simbolizaba Alemania entera, era la parte por el todo, la sinécdoque. Uno sabía que los alemanes eran aficionados a perder guerras mundiales, pero el resto lo ganaban todo.
Además de representar lo imposible, los del Bayern tenían unos nombres monstruosos, de marca de antibiótico con ácido clavulánico, su escritura era inviable y su pronunciación correcta, utópica, algo que los alejaba aún más y aumentaba su inaccesibilidad.
El Bayern de Múnich forma parte de ese universo primigenio formado tras el Big Bang de la generación que se vestía de Santillana. El papel que representaba el equipo bávaro era el de lo imposible, aquello que estaba fuera de nuestro alcance
Un poco después, en el 87, los del Bayern seguían siendo más feos, fuertes y formales, cualidades que suenan a música celestial para la práctica del fútbol o el desempeño como héroe de western. Los chicos del Madrid de la Quinta del Buitre eran más guapos, habilidosos y bohemios, en España eran imparables, pero en Alemania les endosaron cuatro goles como cuatro óperas de Wagner. Poco se pudo hacer en el Bernabéu.
Aquellos niños llegamos a la conclusión de que si con Butragueño, Míchel y Hugo en el cénit de sus carreras, los que habían sido capaces de desbancar a nuestros primeros —y por ello imperecederos— ídolos de la titularidad, el Madrid no era capaz de batir al Bayern, no podría hacerlo nunca.
Solo hizo falta esperar un año para darnos cuenta de que las certezas basadas en nuestros juicios, las sujetas a nuestras predicciones, tienen la consistencia del poliespán cuando se le acerca una llama. Ahí comenzamos a comprender que la vida no es más que una sucesión de etapas en las cuales uno descubre lo equivocado que estaba en la anterior.
Solo hizo falta esperar un año para que el Madrid burlara la vulnerabilidad de lo imposible que representaba el Bayern y todos aquellos infantes sentimos un clic en el cerebro que derribaba un muro infranqueable. No sería el único muro en caer.
El mejor recuerdo que nos ha legado el Real Madrid a los niños que nos vestíamos de Santillana es una enseñanza de futuro: que lo imposible es vulnerable
Desde entonces, el Madrid, que ya era el mejor club del mundo, no ha dejado de burlar imposibles y, paradójicamente, tal vez el mayor peligro al que se enfrentan los de Ancelotti esta noche es a la no aparente imposibilidad que supone el reto del vencer al Bayern.
El mejor recuerdo que nos ha legado el Real Madrid a los niños que nos vestíamos de Santillana es una enseñanza de futuro: que lo imposible es vulnerable.
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"cuando le da la vuelta al casete de la vida"
Me ha encantado el artículo, como todos los tuyos, pero se me ha quedado grabada esa frase.
Enhorabuena.
Muchas gracias, Antonio.
Vaya, vaya, cuantas vueltas da el casete de la vida .
No antepondré las malas formas a la lectura .