Ha sido como descubrir por casualidad un yacimiento arqueológico de mil millones de años de antigüedad. El hallazgo que casi explica al completo una civilización antigua. El uniforme azul y grana ha sido como el sedimento de cientos de siglos, una suerte de lava pompéyica: la lava solidificada culérica que ocultaba los restos, el principio, el origen y hasta el final de todo. Pueden encontrarse en el descubrimiento, pasando despacito el pincel por los contornos aunque uno también se puede hacer buena idea de un simple vistazo, las causas (o al menos una parte importante), las razones de la caída del imperio barcelonista que tan graciosamente está conmocionando al mundo futbolero.
La simpática fotografía (s) coral cuyos protagonistas han compartido con profusión (casi se diría que con un exhibicionismo impúdico) es efectivamente un documento histórico a la altura del mismísimo código de Hammurabi. Incluso ha sido inmortalizado con la misma escritura cuneiforme. ¿Qué si no escritura cuneiforme son las zapatillas del individuo de la izquierda? Aunque para zapatillas (¿no sería mejor decir drakkares vikingos?) las de Piqué. Obsérvese, aparte del pijama a esas horas, la largura podal que no acaba en el horizonte. Si uno se fija bien pueden hasta apreciarse los escudos colgando en el exterior de la embarcación. Por lo menos esos pies están cubiertos. Yo escribí algo acerca de mi animadversión por el lucimiento del pinrel, por las chanclas que orgullosamente lucen el agresor, actor y futbolista (por este orden) Suárez y el divino Messi.
Aquí van a tener que perdonarme pero no se puede ser divino si se llevan chanclas. El chanclismo o chancletismo invalida cualquier pretensión de posteridad. Si uno, además, lo acompaña con una camiseta como de recuerdo de Eurodisney y una gorra cogotera, la posteridad está definitivamente perdida. No hay que olvidar (de hecho ni olvido ni perdono) el pantalón pirata del astro. El pantalón pirata, como la chancla o la camiseta sobaquera, no puede denominarse prenda (prenda es en este caso el que la lleva). El pantalón pirata tiene la raigambre de un desmayo suarista en el área, de un penalba, de una triquiñuela busquetsiana o de una sentencia xavista. Pero no quiero desviarme. A un Messi con esa facha puedo imaginármelo tirando piedras a los coches desde un puente con sus colegas de banda, así que yo ya no puedo sorprenderme de la deriva culé. Eso es peor que veintitantas renovaciones. A las pruebas, arqueológicas, me remito.
La arqueología nos muestra la verdad de la antigüedad, de ese aún presente que se derrumba, como que Siney es la playa misma. Es en realidad Bené, el de Ciudad de Dios, disfrutando de la vida de Barcelona a París, descalzo como un Picasso brasileño que no se sabe si madurará algún día como lo ha hecho Alves, al menos en cuanto a la indumentaria se refiere, (cómo le llevó Isco en Cardiff por el buen camino). Otra cosa es Rakitic (¡el gemelo de Modric!) ahí esquinado, como el (desconocido para mí), homólogo de la izquierda y su calzado cuineiforme. Ivan parece un buen hombre, pero ¡ay!, los pantalones de Agassi en los ochenta (los pantalones cortos en general) no hacen sino apuntalar la debacle, de escribir la historia. Es eso y las zapatillas con que Bjorn Borg ganó su primer Wimbledon, aunque éste lo ganó con calcetines. Se pueden seguir dando pinceladas para encontrar muchos más detalles, pero el conjunto queda casi enteramente delimitado. Supongo que se habrán dado cuenta de que no hablo de ropa, ni de moda, ni de estética. Ahí tienen al Barcelona (el intrabarcelona) de ayer y hoy como las Merrie Melodies. El Barcelona desnudo.
Cuando ayer vi por primera vez la foto de los tres tenores, no pude evitar pensar en los aparcacoches (gorillas) que pululan por el hospital de mi ciudad.
Messi es el conductor del ALSA que les llevó, no?