La final de Champions disputada el 28 de mayo en París no solo pasará a la historia por el retraso de más de media hora en el inicio del partido, o por la flagrante imagen de aficionados saltando los muros del Stade de France que captó nuestra cámara de Televisión Española. La final entre Real Madrid y Liverpool nunca morirá en el recuerdo de quienes vimos a Federico Valverde invadir el área rival por el flanco derecho y con un centro-chut, asistir sin querer queriendo a un compañero, Vinicius, cuestionado desde que llegó por su escasa precisión en la definición. Ironías del destino: fue el brasileño quien adivinó que el visceral golpeo de Fede saldría desviado. Atacó el segundo palo y cambió la trayectoria de un balón que, de no ser por su redentora demostración de olfato, se habría perdido por la línea de fondo. Premio a la fe: el carioca de tan solo veintiún años se consagraba a todas luces como el irónico goleador de la decimocuarta.
La primera parte de la final no solo pasará a la historia por las decisivas intervenciones del portero del Real Madrid, indiscutiblemente mejor futbolista del partido. Tras quedarse sin el Premio Zamora en liga (se lo arrebató el sevillista Bono en la recta final del campeonato), Thibaut Courtois conquistó su primera orejona con una actuación a la que el adjetivo inmenso le queda francamente minúsculo. La manopla con la que detuvo el tenso disparo desde dentro del área de Mané en el 20’ fue, además de una parada brillante en reflejos y agilidad, también un golpe moral para el sistema ofensivo Red. El senegalés, Salah y compañía, incrédulos ante la superioridad del guardameta belga, cada embestida parecían tener menos confianza en sus opciones de perforar la portería blanca. No obstante la memorable exhibición de Courtois, la primera parte del partido será recordada, además, por haber dado lugar a un lance rocambolesco que describe perfectamente la trayectoria del Real Madrid en esta Copa de Europa.
La voluntad del balón fue que esta Champions, quizá una de las últimas disputadas en el formato actual, la ganara un equipo de leyenda que ya suma cinco en los últimos ocho años
Envío largo de Alaba a la espalda de los defensas: cuando un ariete cualquiera hubiera intentado rematar, Karim Benzema la controla, la mima en la esquina del área pequeña… hasta que, perdiendo el equilibrio, la entrega atrás con el exterior de su bota derecha e hincando la rodilla izquierda en el césped. El pase es muy débil y no llega al destinatario, suponiendo que fuera Valverde (el que estuvo en todas) pero “Pajarito” aprovecha la falta de entendimiento entre Alisson y Konaté para picotear el balón y conseguir que vuelva a Karim, que no desbarata la segunda oportunidad. Sin embargo, el gol es dudosamente anulado por fuera de juego del franco-argelino en el momento que la pelota emprende el camino de vuelta, es decir, cuando Valverde colisiona con el defensa del Liverpool. Detrás del uruguayo, Fabinho trata de impedir el contacto de ‘Pajarito’ con el balón. Parece que quien toca primero es el madridista, justo después rebota en Konaté y después en el muslo de Fabinho. Los tres sucumben ante la voluntad del esférico y acaban caídos en el césped, mientras Benzema se levanta para anotar un tanto a puerta vacía, seguido de una polémica decisión arbitral que, gracias al gol de Vini en la segunda parte, después del partido no hubo que lamentar.
La voluntad del balón fue que esta Champions, quizá una de las últimas disputadas en el formato actual, la ganara un equipo de leyenda que ya suma cinco en los últimos ocho años. El Real Madrid, paradójicamente club paladín del proyecto que amenaza con derrocar esta competición que domina y de la que una vez más, salió victorioso. Siempre que los de Ancelotti estuvieron contra las cuerdas, siempre que el pase fuera demasiado débil y no llegara al destinatario, los vaivenes del destino quisieron que tres colosos como PSG, Chelsea y Manchester City sucumbieran ante su voluntad, igual que Alisson, Konaté y Fabinho fueron incapaces de atajar el peligro y contemplaron atónitos cómo la pelota sonreía a los intereses de un jugador blanco, decantándose caprichosamente por un nuevo triunfo madridista. “La pelota no entra por azar”, se titula un libro del directivo citizen, Ferran Soriano. En esta ocasión tampoco fue azar: el Liverpool, último escollo en el épico camino hacia la Decimocuarta, tampoco pudo alterar la implacable voluntad del esférico.
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Una vergüenza que anularon ese gol, luego los mismos que dicen que está bien anulado son los mismos que dicen que el gol de la tortuga ninja contra España en la final dela nations league era gol legal.
Para mí el gol estuvo mal anulado. Era gol lícito puesto que el franco-argelino estaba habilitado al tocar el balón en un futbolista del Pool.