En los últimos tiempos ha triunfado el discurso de la cantera en el Fútbol Club Barcelona, la retórica del cuento de hadas. Como en el fútbol español todo funciona en clave de binomios, en contraposición, alrededor del Real Madrid ha surgido la superchería de que ni la cantera ni el Castilla han sido utilizados por el primer equipo blanco; como si esto fuese un hecho cierto y, aun más, como si tener unas categorías inferiores obligase a todo equipo de la élite profesional a rellenar una cuota de reclutas propios todos los años. Esta dialéctica azotó el debate público en torno al Real sobre todo en los tres años en que Mourinho entrenó al equipo. Los popes de la opinión mediática argüían que era inadmisible que el Real, rompeolas de todos los malos humores de España, fichase turcos, alemanes, franceses o -¡tremenda bribonería!- portugueses, en lugar de aprovechar la lozanía y juventud de los muchachos de Valdebebas: sangre auténtica y vértebra de la nación madridista según este relato nacional-onanista, que siempre tenía un cenit argumental: como sí que hace, en Barcelona, Guardiola con sus querubines.
Son muchos los factores, tanto estructurales como circunstanciales, que permiten a un club de fútbol gozar de una magnífica generación de jugadores de la cantera, o no. Puede ser que se disponga de las instalaciones adecuadas, pero no de los técnicos idóneos; puede ser, más bien, que el azar hiciese que una serie de chavales de la misma quinta se apuntasen el mismo año al alevín del equipo, resultando ser todos verdaderos Odines del regate y del sprint; o puede que, como sucede casi siempre, apenas destaquen uno o dos, o quienes conforman el segundo equipo de un club sean todos tuercebotas y estibadores de puerto mediterráneo. Afortunadamente, el embate de las críticas en torno a la cantera y a la adquisición de figuras internacionales menguó a medida que el propio Barcelona de Guardiola dejó de ganar. No obstante, hubo un tiempo en que fue el Real Madrid quien consiguió hitos referidos a la cantera hasta ahora no repetidos por nadie en el planeta fútbol. Un año, concretamente, el de 1980, en el que el Madrid fue modelo y ejemplo, aunque la estructura mediática no hilase entonces la misma fábula Disney que, años después, construyó con los éxitos de Iniesta, Xavi, Puyol, Piqué o Valdés en el Barcelona.
Fue el año de 1980, como digo. El Castilla llegó hasta la final de la Copa del Rey, nada menos. Hacía 8 años que, oficialmente, era filial madridista de iure, con el nombre de Castilla Club de Fútbol. De facto, lo era desde hacía décadas, bajo el nombre de Agrupación Deportiva Plus Ultra. Desde los años 50, el Plus Ultra mantenía acuerdos de colaboración y patrocinio con el Real Madrid, ejerciendo de vivero. En 1972, Bernabéu compra sus derechos federativos, transformando la entidad en el segundo equipo del Real. Apenas siete años después, el Castilla, recién ascendido a Segunda División, conquistaba la Historia en siete etapas prodigiosas: siete eliminatorias ante equipos de Tercera, Segunda B, Segunda, y Primera.
La epopeya comenzó en Almendralejo, donde el Castilla venció al Extremadura 1 a 4 en el partido de ida de la primera ronda de aquella edición de la Copa del Rey, la número 76, la cuarta de Juan Carlos, el Primero de su Nombre. Dirigidos por Juan José García, el Castilla, todavía con escudo propio (un redondel sin corona, cuyo anillo superior, en el que se inscribía el nombre en dorado, era azul cuando jugaban en casa y blanco cuando lo hacía fuera, y en cuyo interior la M murciélaga del escudo madridista se convertía en doble C) propinó otro duro sopapo al Extremadura en la vuelta: 6-1. Gente como Agustín, Recio, Casimiro, Espinosa, Castañeda, Pérez García, Juanito -no el malagueño, sino otro, hijo del anonimato-, Flores, Herrero, Sabido, Bernal, Álvarez, Ricardo Gallego, Castro, Sánchez Lorenzo, Ramírez, Moreno, Paco, Pineda, Cidón o Balín, componían una generación eminentemente española: muchachos que jugaban bien, ligeros, frescos, atrevidos y con audacia, como se espera de quienes están en el umbral del edén de Chamartín.
En segunda ronda, cayó el Alcorcón: 1-0 en casa y 1-4 a domicilio; luego sucumbió el Racing de Santander, 3-1 en Madrid y empate a cero en Cantabria. Después, el Hércules, el primer miura de Primera. Y con él, el gran sorpasso: la Quinta del Biberón madridista remontó en Madrid un 4-1 en contra traído desde el Levante, con un partido excepcional que mereció una crónica rendida del periodista de El País José Damián González: “El Castilla vapuleó al Hércules: logró lo que en principio parecía utópico, eliminar a un primera división que traía tres goles del partido de ida. El filial blanco vapuleó al Hércules hasta ridiculizarlo, no sólo en el marcador, sino por su concepción moderna y ofensiva del fútbol.”
El Castilla ya iba embalado. En octavos de final esperaba el Athletic de Bilbao, uno de los referentes del balompié nacional, que venía de perder hacía tres años la misma Copa frente al Betis y la Copa de la UEFA ante la Juventus de Turín. El 1-2 en San Mamés resultó demoledor. El País criticó el conservadurismo del favorito ensalzando la “solidez defensiva del Castilla” y sus “ambiciones: no se limitó a una defensiva descarada, sus contraataques hicieron al Athletic jugar incómodo”. A falta de diez minutos, el Castilla finiquitaba la eliminatoria, “ante el atónito público de la catedral. El Athletic, que alineó a todos sus titulares y que hizo comparecer en los últimos minutos a Sarabia, la solución del ataque en los días malos, sólo pudo acortar distancias por medio de Goikoetxea, a un minuto del final.”
Pero en cuartos, la osadía fue mayor: la mejor Real Sociedad de la Historia entregó la cuchara en dos partidos épicos. Ganaron los donostiarras en San Sebastián por 2-1 en la ida, pero el Castilla repitió la proeza del día del Hércules venciendo 2-0 a los vascos en Madrid. El hecho, notable en sí mismo, de que un equipo de Segunda eliminase a uno de Primera, adquiere una dimensión más brillante si tenemos en cuenta que aquella Real Sociedad estuvo 32 jornadas seguidas sin perder, cediendo el liderato al propio primer equipo del Real Madrid en la penúltima jornada; por lo que el Castilla fue el primer equipo en derrotar a la Real aquella temporada junto con el Inter de Milán, adversario de los blanquiazules en la Copa de la Uefa. Además, los mayores de Chamartín habían salido escaldados de su visita a Atocha aquella temporada, perdiendo por 4-0. Era la misma Real Sociedad que conquistaría los dos siguientes campeonatos de Liga de Primera División.
En semifinales, aquel Castilla era ya consciente de la magnitud de su hazaña. Se cruzó el Sporting de Gijón, a la sazón el equipo que acabaría tercero en la Liga de Primera División en aquel año. 2-1 perdieron los canteranos en El Molinón, y 4-1 ganaron en Madrid, con un fútbol, en palabras de Alfredo Relaño en su crónica de El País, “difícilmente mejorable.” El Castilla logró, en fin, ser el cuarto equipo en la Historia de la Copa del Rey que alcanzaba una final jugando en Segunda División. También fue, no obstante, el último, ya que una década después, en 1990, la Real Federación Española de Fútbol prohibió a los filiales la disputa de esta competición con su famoso decreto de reorganización de los equipos filiales que uniformó a la par los escudos de estos equipos.
Pero 1990 estaba lejos aquel miércoles 5 de junio de 1980. Se enfrentaron en el Bernabéu padre e hijo, la Santísima Dualidad: Real Madrid y Castilla Club de Fútbol. El Madrid tenía entonces a Vujadin Boskov en el banquillo, ya saben: el de fútbol es fútbol. Acababa de ganarle una Liga durísima (como la de 2003, último campeonato cerrado mano a mano entre madridistas y donostiarras) a la misma Real Sociedad a quien los muchachos del Castilla habían dado matarile dos eliminatorias antes; el Madrid, formado por entonces por García Remón, Benito, Pirri, Camacho, Ángel, Vicente Del Bosque, Stielike, García Hernández, Juanito, Santillana o Cunningham, había sufrido un mes largo antes la terrible catástrofe de Hamburgo: 5-1 en el Vorjsparkstadion que privó a Los García de una plaza en la final del Bernabéu contra el Forest. Estaba, en suma, a un partido de agregar un doblete a las vitrinas del club que, efectivamente, consiguió, pues la epopeya del Castilla terminó con un tierno 6-1 en medio de un ambiente festivo, de jolgorio y éxtasis madridista puesto que, por primera vez en la Historia, primer y segundo equipo de un club de fútbol español peleaban por el título nacional de Copa.
El hito del Castilla se alargó hasta la temporada 1980-1981. Aquel año los muchachos de Juan José García, reconocidos mundialmente, se convirtieron en los primeros futbolistas de un filial que jugaban competición europea, dado que el campeón de Copa tenía derecho entonces a jugar la Recopa de Europa. El Madrid, clasificado para la Copa de Europa en virtud de su victoria en la Liga de 1980, cedió automáticamente su plaza al Castilla, por lo que el milagro de los canteranos tuvo un último y dramático episodio en dos partidos memorables contra el West Ham United. En pleno apogeo del imperio británico en el balompié europeo, el West Ham “daba la sensación de pertenecer a una galaxia superior”, como escribió Julián García Candau en El País. A pesar de todo, The Hammers londinenses perdieron en el Bernabéu por 3 a 1, aunque en Upton Park, sin público, remontaron en la prórroga y terminaron venciendo por 5 a 1. Fue el primer partido de la Historia del fútbol europeo que se jugó sin aficionados, debido a que la UEFA multó al West Ham por la actitud de sus hinchas desplazados a Madrid en la ida. De aquel filial prodigioso, sólo se establecieron en el primer equipo dos futbolistas: Gallego y Agustín. Aquella misma temporada, otro equipo inglés, el Liverpool, dejó al Madrid grande, al de Boskov y los García, sin la Séptima Copa de Europa, derrotándolos en París por 1 a 0. Pero esa es otra tela que hay que cortar.
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Muy bonito este pasaje de la historia del Real Madrid, contado de manera inmejorable, que además de recordarlo nos lo llenas de anécdotas y magníficos detalles, HISTORIA QUE TU HICISTE, historia maravillosa e impensable, circunstancia divina que solo podía darse en este club, el más grande del mundo. Gracias Antonio, un privilegio leerle.
Me ha encantado el relato, muchas gracias
Por añadir a esta bonita historia, sólo decir que el público iba con los pequeños.
Delicioso.