Benito acababa de dejar al que esperaba que fuera su último cliente del día, un señor de unos setenta años al que había recogido en la estación de Atocha media hora antes. No esperaba que el servicio le llevara tan lejos, hasta un barrio de las afueras, pero, una vez que lo hizo, se relajó tras la que había sido una larga jornada de trabajo y puso rumbo a casa. “A ver si esta vez llego a cenar con los chicos”, pensó para sus adentros.
Con lo que Benito no contaba era con que, apenas avanzado un centenar de metros, se iba a encontrar con un anciano parado en mitad de la calle, aparentemente perdido o despistado. Se encontraba en plena calzada, como si acabara de salir de la tienda con profusa iluminación navideña que estaba a su altura en la misma calle. Pero “eso es imposible”, masculló para sus adentros, porque, pese a la iluminación, llevaba horas cerrada.
- Caballero –preguntó el taxista-, ¿está usted bien?
El anciano lo miró sorprendido, algo confuso, y respondió:
- Yo… estupendamente, solo que mi casa estaba aquí y ya no está.
Benito se ofreció a acercar al anciano a su casa, le pidió la documentación, “vaya, cerca del Bernabéu”, pensó, y junto al carnet de identidad a nombre de Matías Villanueva Llorente vio que tenía el de socio del Real Madrid. Matías, el anciano, se subió al asiento trasero del taxi y miraba con cierto recelo al conductor mientras le veía esforzarse por tratar de sacar algún tema de conversación:
- Hace frío esta noche, ¿verdad?
La mirada de Matías se cruzó con la de Benito a través del retrovisor, pero esa mirada desconfiada no frenó al taxista en su intento de arrancarle unas palabras:
- Bueno, ya se está acabando el año, ¿eh?
Lo cierto es que, aunque Matías pareciera perdido, era plenamente consciente de lo que estaba sucediendo. De hecho, podría decirse que nada hasta la tercera pregunta era fruto de la casualidad. Matías Villanueva Llorente, ochenta y cuatro años, jubilado de una vetusta compañía de seguros, padre de dos hijos y de una hija con la que convivía en la actualidad, había planificado ese encuentro desde hacía tiempo. Concretamente, desde semanas después de que se celebrara el juicio de faltas por lo sucedido un año atrás en el Metropolitano.
Don Matías había procurado a sus hijos la mejor educación posible. Era muy exigente con ciertos asuntos, pero siempre les había dado libertad para que pensaran por sí mismos. Quizás por eso, aunque él era socio del Real Madrid desde mediados de los cincuenta, uno de sus hijos, el menor, “el rebelde me ha salido del Atleti”, como bromeaba siempre, “afortunadamente los otros dos y mis nietos no son así, son de Dios y del Real Madrid”.
En marzo del año anterior, su hijo menor, Diego, el rebelde, el del Atleti, invitó al mayor a que fuera al campo: “vente con tus hijos. Así nos juntamos con toda la sobrinada, el ambiente es cojonudo”. El problema fue que el mayor, también llamado Matías como mandaban los estrictos cánones de su padre, se empeñó en que tanto él como sus hijos acudirían con la camiseta del Real Madrid para apoyar a los suyos. “No creo que pase nada”, le dijo Diego, “la gente es muy sana, va a disfrutar del partido”. Pero pasó, claro que pasó. Insultos, forcejeos, escupitajos y mucho miedo en los pequeños, un miedo que les duró meses.
Cuando se celebró el juicio, del que apenas salió una condena ridícula, el “abuelo” Matías se quedó con los nombres de varios de ellos, sobre todo de aquellos que, según sus hijos, habían sido los más provocadores, los más faltones. “Son del Frente Atlético, Papá, son gentuza”, le decía el propio Diego, “los aficionados del Atleti no somos así”.
Matías pidió a un compañero de trabajo que seguía en activo que tratara de ayudarle a conseguir información sobre esos tipejos, “a ver si alguno tenía el seguro con nosotros”.
- Mira, no puedo darte mucho, porque además me la juego, pero casualmente hay uno con el mismo nombre y primer apellido del cabecilla de ese grupo. Y un apellido compuesto, así que es muy posible que sea él, pero también podría ser su hijo. Es más, por la edad, yo creo que este es el padre del sujeto que buscas.
Así que todo formaba parte de un plan. El “último cliente” de Benito era un amigo de Matías, cuya obligación era exactamente lo que acababa de hacer: llevarlo a ese punto concreto de la ciudad. Matías no tenía muy claro qué quería hacer, pero sí sabía que quería tener una conversación de padre a padre. Sobre el odio, sobre la violencia, sobre educación… No lo tenía claro, pero sabía que quería hacerlo. Iba a fingir que estaba desorientado para forzar la conversación, pero la primera palabra de Benito lo desmontó: “Caballero”. ¿Había dicho “caballero”? Era una forma “muy de mi época”, en desuso, pero que demostraba educación, cortesía, buenos modales. Numerosos pensamientos pasaron por la cabeza de Matías en esos primeros minutos.
“Pues claro que tengo frío, coño, estamos a dos grados y tenías que haber llegado diez minutos antes”. Pero Benito era educado, muy correcto, no como lo había imaginado, si es que se había imaginado de alguna manera al padre del hooligan.
“Por supuesto que se está acabando el año, lumbreras, estamos a finales de diciembre”. Sin embargo, la rabia inicial que tenía había bajado de manera considerable. Cuanto más lo miraba por el retrovisor, cuanto más se fijaba en las facciones del taxista, en su bonhomía, menos cabreado estaba.
- ¿Vio usted el partido el domingo? –Benito volvió a la carga.
La primera reacción del anciano fue contestar que sí, que “vaya tres goles marcaron” como para darle cuerda y así lograr que se confiara, para luego soltarle todo lo que tenía que decirle sobre la agresividad de los suyos, de la gente como su hijo. “Dos de Griezmann”, pensó, el titular de una placa sobre la cual gentuza como su chaval habían restregado de mierda de perro, “y otro de Morata”, al que de nuevo su hijo y otros líderes del Frente Atlético habían enseñado que tenía que maldecir al Real Madrid y renegar de su paso por el club en el que logró sus mayores éxitos. Pero optó por hacer otra cosa e improvisar. Iba a hablarle de Di Stéfano, “como estos creen que nos quedamos en las Copas de Europa en blanco y negro, simularé una cierta demencia”. Si el taxista era incapaz de decir algo bueno de Don Alfredo, si comenzaba a exudar odio por todos los poros de su piel, entonces tendrían algo más que palabras biensonantes.
- Es que hay que ver cómo juega Di Stéfano. Madre mía, ¿a que es el mejor?
El taxista respiró profundamente. La pregunta no podía ser más directa. Realizó una mueca casi inapreciable, ocultó el banderín del Atleti que siempre llevaba en el retrovisor y contestó:
- Sí –balbuceó-. Di Stéfano es el mejor.
A partir de ahí surgió una conversación fantástica sobre la Saeta Rubia y el fútbol de antaño, sobre rivalidades sanas, sobre aquellos años en los que el Real Madrid cedió a Grosso al Atleti para ayudar al vecino a no descender de categoría. Hablaron durante varios minutos sobre la calidad humana y futbolística de Amancio, de Pirri, de Luiz Pereira, de Gárate, de Santillana…
- El fútbol de ahora no es como el de antes –dijo Matías, y se la dejó botando-. Me da mucha rabia ver en qué se ha convertido ahora, en el odio que genera, en esa gente que parece que solo va al fútbol a insultar, a montar jarana. Y en todos esos medios que lo fomentan.
- Tiene razón, da mucho asco. Mire, acabamos de pasar el puente en el que colgaron un muñeco de Vinícius. Qué gentuza, y lo peor de todo no es solo que sepamos quiénes son, sino que el club los ampara.
- Imbéciles hay en todas partes, señor. Y conviene reeducarlos. O echarlos a patadas si vemos que son casos perdidos.
Benito miraba al frente, hacia la carretera, y asentía con la cabeza. Entraron por Concha Espina, ya se veía el reflejo del Bernabéu a lo lejos. Nunca antes hasta ese instante Benito había percibido lo absurda que resultaba una frase del himno del Centenario del Atleti:
“Mira si soy colchonero
que paso por Concha Espina
como pasa un forastero”.
¿Por qué voy a sentirme como un forastero? Esto está lleno de buena gente, de madridistas, de atléticos y de gente que pasa del fútbol, que no tienen filiación alguna por ningún club. Lo curioso es que los pensamientos de Matías en ese preciso instante eran similares: “Cuánta buena gente hay en el Atleti, cuántos amigos con los que he disfrutado grandes momentos, y sin embargo, cada vez quedan menos, o son los hijos de puta, como todo en esta vida, los que hacen más ruido y llevan la voz cantante”.
Llegaron a casa de Matías, donde le esperaba su hija, que acababa de enterarse por su hermano de la locura en la que estaba inmerso su padre. Se temía lo peor, que aquello hubiera acabado mal, en una pelea para la que su padre no estaba preparado, o que lo hubieran dejado tirado en la otra punta de la ciudad.
- Papá –con lágrimas en los ojos al verle sano y salvo-, ¿dónde te habías metido?
- Todo controlado –le susurró al oído-. Es un buen tipo.
Benito no quiso aceptar el dinero que le ofreció la hija. Se despidieron y, poco después de arrancar, volvió a sacar el banderín de su equipo del alma y lo colocó en el retrovisor. Porque “por encima del Atleti están los valores del Atleti”, pensó.
“No lo podemos entender”, le dijo Matías a sus hijos cuando se juntó con ellos a cenar, “pero en tu equipo, Diego, llevan la voz cantante los nazis del Frente Atlético, y es una pena que no los corráis a gorrazos entre todos los demás, que sois mayoría, carajo”.
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Amiguete, pero si el anuncio del Paleti de estas Navidades es el hilo conductor de este cuento...es a propósito?
Feliz Navidad!!
Podemos leerlo o interpretarlo como queramos, Yebrita. El anuncio del Atleti me encanta, está muy bien, hasta el final, cuando se ponen a hablar de sus valores. Y por ahí no paso, al menos mientras la directiva y buena parte de la afición siga tolerando ciertos comportamientos. ¡Feliz Navidad y a disfrutar de estos días!
A mí el anuncio del Atleti me encantó y emocionó, hasta que vi que era del Atleti hablando de valores, que pasó a indignarme por cinismo. Están para hablar de valores.
Abrazos amiguete!
Lo de los valores del Atleti que se lo expliquen a los que asesinaron a Aitor Zabaleta, a los que tiraron al rio a Jimmy después de matarle o a los que insultaron y amenazaron a una niña de 8 años por ir con una camiseta del Real Madrid.
Que estos sujetos , que permiten que asesinos campen a sus anchas en sus instalaciones, hablen de valores es de un cinismo insoportable.
Eso por descontado, opino lo mismo y al ver el anuncio me ha parecido muy cínico.