Eden Hazard, el seductor

No se veía nada parecido en el Bernabéu desde la presentación de Cristiano, pero yo he venido aquí a hablar de las distancias cortas. Eden Hazard es un seductor. Se vio ya en su primer discurso en el Palco de Honor, que fue breve pero dotado de una alarmante naturalidad, eso que se ha dado en llamar carisma y que tantas veces se confunde con demagogia (se habla del carisma del Cholo Simeone, por ejemplo, como si los resortes que activan la atracción fueran los mismos en las personas y el ganado). El carisma rehuye el aspaviento y no necesita decir nada del otro mundo para engatusar. Eden cautivó desde la sencillez, desde la sonrisa, y en eso recuerda a otro francófono con el que trabajará a partir de ahora y que el belga reconoció como “su ídolo”. Con todo, hay en la sonrisa de Eden un punto de picardía que, combinada con un atisbo de altanería también, convierten su fraseo en un susurro que sugiere e intriga. No soy gay, solo madridista, de igual modo que Hazard no es guapo sino algo muchísimo mejor. Tiene clase a raudales, y no me refiero a la que desborda en el campo.

Es la estrella más puramente europea que ha fichado el Madrid desde el propio Zidane, la más continental si se prefiere. Cristiano y Bale son dos isleños, no hay que olvidarlo, dos fenómenos dispares en rendimiento y carácter pero unidos por su falta de matices. Hazard es el matiz mismo porque la vieja Europa es eso, la coquetería en los hombres, el mohín simpático y resabiado, la paradoja de estar ilusionado y de vuelta de todo, la ceja en curva, la ironía impregnando todo y el amago de unos morritos dirigidos a mamá con el guiño en la rueda de prensa. “Estaba un poco nervioso, pero mi familia está aquí y me hacen sentir bien”.

La rueda de prensa, sí, acrecentó el ensalmo, profundizó en la hipnosis. El Real Madrid ha fichado un genio, un culo y un tipo confiable, todo en uno. Es maravilloso  saber de pronto que existen estrellas del fútbol mundial que no se angustian por no tirar los penaltis ni por el dorsal que llevarán a la espalda. Esa distancia con respecto a cosas en que los inmaduros se ahogan es también quintaesencialmente europea. Bordea la carcajada para disimular que le jode saber que los once metros son para Ramos, pero lo encaja con una divertida resignación con la que casi discrepo (¿deben serlo?), y la misma consideración es válida para el número en la camiseta. Sabemos que le ha pedido el 10 a Modric a través de Kovacic y que Luka se lo ha negado, siempre a través del emisario. Ignoramos cuánto hay de broma y cuánto de fundamento en este intercambio de vicio de pedir por virtud de no dar, pero sea como fuere Eden lo cuenta descojonado. Es un puñetero soplo de aire fresco, chulería con estilo, arrogancia discreta, humor sin zafiedad, let’s face the music and dance.

No sabemos aún cuánto llegaremos a quererle, pero como es un fenómeno es previsible que pronto le adoremos. También es de esperar que, al no darse él mucha importancia, le queramos más aún. “No soy un galáctico aún, si bien espero serlo. Lo que sí soy es un gran jugador”.

Amén, mon ami.