Fue la imagen, para mí, del partido, y ocurrió cuando éste acababa de terminar. Luka Modric celebraba la recién conquistada victoria sobre la bocina, así como lo celebra siempre él, con la alegría pura y exaltada de los niños. Cruzando el césped de Montjuic se cruzó con el hombre del que la providencia se valió para ejecutar el Deus ex machina con el que el Madrid remontó el partido, Jude Bellingham: el mejor centrocampista de la historia del club fue entonces cogido en brazos y levantado en volandas por el que es ya el centrocampista, qué coño, el jugador del futuro del club. Y en ese abrazo se fundieron los versos del himno viejo, que nunca pierden modernidad a pesar del tiempo: “veteranos y noveles, miran siempre sus laureles, con respeto y emoción”.
Luka Modric y Jude Bellingham fueron en Barcelona Butch Cassidy y Sundance Kid al final de Dos hombres y un destino, Paul Newman y Robert Redford liándose a tiros con el mundo, ellos solos, pero con un final feliz. Ciertamente Modric y Bellingham son dos hombres con un único destino, la historia del Madrid, es decir del fútbol mundial. Uno ya la ha hecho, el otro, como canta el himno de Manuel Jabois, la tiene por hacer.
Luka Modric y Jude Bellingham fueron en Barcelona Butch Cassidy y Sundance Kid al final de Dos hombres y un destino, Paul Newman y Robert Redford liándose a tiros con el mundo, ellos solos, pero con un final feliz
Bellingham me hace pensar en qué hubiera ocurrido si Modric llega a venir al Madrid con diecinueve años. Cómo habría sido todo de diferente, ¡habiendo sido tan bueno! No sólo se parecen en el talento. Ambos proceden de la tradición inglesa, donde, al menos desde que el fútbol inglés abandonó el Neolítico de los años 70, el centro del campo es un desfiladero entre portería y portería que exige el dominio físico de lo que transcurre por él, una ubicuidad que además remite a la figura fundacional, Alfredo Di Stéfano, por el que según cuentan las escrituras pasaba toda la vida del equipo, el gran motor, el corazón que regulaba las constantes del organismo.
Modric y Bellingham están al principio y al final de las jugadas. Gobiernan con la zancada y su autoridad natural emana de sus gestos, de la forma de moverse entre compañeros y rivales, de la forma de pedir la pelota. Hasta el trallazo de Bellingham para empatar el partido me evocó aquel gol majestuoso de Modric al Manchester en Old Trafford hace diez años, que sirvió para igualar una eliminatoria que el Madrid entonces perdía y que a partir de eso empezó a ganar. La misma violencia seca y definitiva, la misma impresión de nacimiento de algo grande para lo que todavía no hay palabras.
El abrazo de Modric y Bellingham, la alegría jovial con la que festejaron una victoria sabrosa e importante, fue lo mejor de un Clásico vulgar. En efecto, cualquier tiempo pasado fue mejor. Si hubo partido y el Barcelona de Xavi pudo ganarlo fue porque el Madrid se dejó. El gol de Gündogan es un gag de comedia, parece sacado del resumen del partido de ida de los octavos de final de la Copa Libertadores.
El Madrid ya no juega estos partidos con aquella sensación de fin del mundo, de que el suelo desaparece bajo los pies, y el Barcelona tampoco, porque no puede y permanece atrapado en el recuerdo de sus noches oníricas con Guardiola en las que la independencia de Cataluña siempre estaba al final del último pase horizontal a la red. Ya no son aquello, están a varios mundos de distancia. Xavi estaba muy contento en la rueda de prensa porque según él habían dominado y merecido ganar. “Éste es el camino”, les comentó a sus chicos en el vestuario, pero ningún periodista tuvo la ocurrencia de preguntarle hacia dónde.
Xavi estaba muy contento en la rueda de prensa porque según él habían dominado y merecido ganar. “Éste es el camino”, les comentó a sus chicos en el vestuario, pero ningún periodista tuvo la ocurrencia de preguntarle hacia dónde
Sus aficionados, la mayoría, estaban razonablemente satisfechos. “Habían competido”, como si se tratase del Cádiz recibiendo al Madrid en el Carranza. Esto me hace pensar que todo lo que vamos sabiendo del fraude sistemático del campeonato, desde hace tantos años y en todos los órdenes de la competición, ha desactivado la carga emocional. También que, del mismo modo que uno no se motiva igual con el Éibar que con el Bayern, ya lo dijo Benzema, no es lo mismo tener en frente al Barcelona de Guardiola, Messi, Iniesta y Xavi que al de Fermín, Marc, Oriol Romeu, Gavi y Fofito.
Si este Barcelona menor y sin vuelo europeo es el vigente campeón de liga es porque la liga es una mierda y el Madrid, el año pasado, ni quiso competirla ni tampoco le dejaron. El sábado, con su mejor defensa y el mejor portero del mundo de baja para todo el año, sin delantero centro y con su estrella persiguiendo a los fantasmas de su habitación, sólo necesitó ordenarse un poco en torno al viejo rey y que el príncipe parpadeara dos veces. Así se llevó los tres puntos. Si en Barcelona además están contentos, superior.
Si con Modric el Madrid le robó al barcelonismo la estética total de Cruyff y su poesía subversiva de mayo del 68, con Bellingham puede completar la conquista completa del mundo anglosajón que no llevó a cabo del todo con Beckham. Bellingham es como si una inteligencia artificial hubiera codificado la historia del Madrid hibridándola con el siglo XXI.
Bellingham es como si una inteligencia artificial hubiera codificado la historia del Madrid hibridándola con el siglo XXI
En el documental de Netflix en el que Beckham desgrana su vida descubrí algo que no recordaba. En su presentación con el Madrid, Florentino Pérez lo definió brillantemente como un “icono de la postmodernidad”. El sábado, Sudáfrica ganó el mundial de rugby en Francia y su presidente lo celebró en la tribuna de honor haciendo el gesto con el que Bellingham festeja los goles.
Lo llevaba haciendo desde que estaba en el Dortmund, pero ahora que lo hace con el Madrid es cuando es universal. Bellingham abre los brazos y acoge en su seno al mundo entero, abraza con cariño paterno a todos los dolientes, pide a los niños que se acerquen a él y que participen de su naturaleza milagrosa, de la naturaleza milagrosa del Real Madrid. Es un gesto de profundo ecumenismo cuya sencillez es tan poderosa que no necesita de ningún artificio y de ninguna explicación para ser imitado en cada rincón de la aldea global. Por grandes y pequeños, por mujeres y por viejos, de aquí y de allí. Bellingham es un símbolo de la post-postmodernidad y en un mundo que se ensangrienta, él se planta como un coloso abriendo sus brazos fraternalmente. Modric le pasó el testigo pero a ambos todavía les queda una cabalgata juntos hasta el confín del tiempo.
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Gracias Antonio por otro maravilloso artículo, el Madrid amigos es de los pocos clubes que sigue rigiendose por el apreton de manos del Mason Arms, no somos el mejor club del mundo por ser matematicamente el que mas titulos tiene, sino por los valores que defendemos, conviene recordarlo, y ese abrazo de Sir Luka y Sir Jude lo pone de manifiesto, y enhorabuena a los green que pudieron con los old blacks, mi segunda pasión el rugby, quien hubiera podrido estar en ese tercer tiempo, con los de sudafrica;-)))
El cínicamente , y mal llamado, football for fans , a la espera de lo que salga de la decisión de los tribunales y posteriores remodelaciones, me atrae bien poco. Y de la negreira league, ni te cuento. Estoy desencantado de tantísima corrupción y adulteración que destila todo este entramado. Y, sin embargo, hay algo que me mantiene aferrado al Real Madrid y quiere, necesita, creer. Entre este algo está lo que percibo en Bellingham. No sólo por la extraordinaria variedad y calidad de su fútbol, sino porque detecto en él amor por el club. Es consciente del privilegio , obtenido a base de méritos, que supone jugar en el Real Madrid. Y está agradecido. Thank you, Jude, for coming.