EMBARCADO CON DON SANTIAGO EN LA “SAETA RUBIA”
Corría el verano de 1.969. Por aquel entonces yo tenía 22 años y acababa de jugar mi primera temporada con el primer Equipo de Baloncesto del Real Madrid. Yo provenía del Estudiantes, con quien había jugado previamente en todas las categorías inferiores y cuatro ligas nacionales.
Fue un buen año en el que ganamos la Liga 68-69, el Torneo de Navidad y jugamos la final de la Copa de Europa en Barcelona contra el TSKA de Moscú, con el que perdimos por escaso margen tras dos prórrogas adicionales al tiempo reglamentado. Entonces se jugaban dos tiempos de veinte minutos cada uno.
Tras el final de temporada acudí a la llamada del Equipo Nacional, por entonces a las órdenes de Antonio Díaz Miguel, y fuí a jugar los Campeonatos de Europa en Nápoles, para a continuación disfrutar de tres semanas de vacaciones antes de reincorporarme a la disciplina del Club y comenzar los entrenamientos de la siguiente temporada.
Dado que mis padres veraneaban en Santa Pola, allí me fuí a disfrutar del apetecido descanso veraniego. Una tarde, mi padre me dijo - ¿Por qué no vamos a saludar a Don Santiago? – a lo que yo accedí de buena gana. Nos acercamos a su chalet de Santa Pola del Este y allí departimos con él y con Doña María, a quienes había tenido el placer de conocer previamente durante la temporada, pero que no conocían a mi padre.
Tras las presentaciones y un rato algo formal, Don Santiago, con su proverbial simpatía y amabilidad, comenzó a preguntarme acerca de cómo pasaba los días allí. Yo le conté que hacía un descanso activo, corriendo una hora por las mañanas en la playa para después ir a bañarme con la familia. Entonces le referí mi afición por la pesca submarina y como capturaba pulpos encontrando los agujeros en que se metían en la arena, rodeando la entrada a los mismos con piedras; lo cual era indicativo de la presencia de sus madrigueras. Quiso saber si también pescaba con caña, a lo que le contesté que tenía experiencia de capturar mújoles, anguilas y algunas pocas lubinas en el puerto de Avilés, lugar donde veraneaban mis padres antes de hacerlo en Santa Pola. Mi padre nos llevaba a mi hermano José Ramón, también jugador del Real Madrid, y a mí por las mañanas al muelle y allí tentábamos a los pescados.
Entonces él me preguntó si estaría dispuesto a ir a una jornada de pesca con él embarcándome en la Saeta Rubia. Yo, naturalmente, dije que sí muy gustoso y me citó a las cinco de la mañana del día siguiente en la puerta de mi casa. Tras explicarle donde vivía, nos volvimos a casa y pasé esa tarde emocionado y algo preocupado porque aquella iba a ser mi primera experiencia embarcado. Pero me tranquilizaba saber que iba a ir con un experto pescador.
A la madrugada siguiente yo estaba algunos minutos antes de las cinco esperándole y él, muy puntual, me recogió a la hora convenida. Por aquel entonces, Don Santiago tenía un Seat 1.400 B de color negro, con el que nos fuimos hasta Torrevieja, población donde tenía su embarcación.
Durante el viaje me preguntó si era siempre así de puntual. Yo le contesté que sí, a lo que me respondió que ese comportamiento me evitaría tener que pagar alguna que otra multa por falta de disciplina en el equipo. También me preguntó si me marearía. Yo no había pensado en ello, pero le contesté que no y afortunadamente así fue.
Cuando llegamos al puerto de Torrevieja nos estaba esperando Faraón, un marinero ya retirado de la pesca profesional en aquellas aguas. Por tanto muy conocedor de los puntos calientes de pesca el la zona. Él mantenía la barca de Don Santiago en ausencia suya y sería el responsable de encontrar la zona de piedras a la cual nos dirigíamos.
La Saeta Rubia era una barca abierta de madera con motor central, típica de pescadores de la zona, que debía medir entre cinco y seis metros y que con su ronroneo típico no debía navegar a más de ocho o diez nudos. Don Santiago se puso al timón de madera en la popa y comenzamos a navegar en dirección perpendicular a la costa. Al cabo de un rato me preguntó nuevamente acerca del mareo, pero vió, me dijo, que tenía buen color de piel y que pensaba que podía tener buena madera para la pesca. Vaticinio que se cumplió, porque muchos años más tarde he podido cumplir el sueño de ser patrón y pasar largas jornadas de pesca en la zona de Huelva, de donde es mi esposa y donde voy con regularidad ahora que estoy jubilado.
Entre Don Santiago y Faraón me explicaron como habríamos de encontrar la posición a la que deseábamos llegar. Por aquellos días no existía el GPS y todas las maniobras de aproximación se realizaban mediante triangulación. Esta técnica consistía en alinear dos elementos de la costa por el costado de babor, al tiempo que se hacían coincidir otras dos marcas por la borda de estribor. Un edificio alto y un depósito de agua por un lado, junto a una torre y otro edificio singular por el otro jugaron el papel imprescindible de marcas para llegar al punto deseado. Aquí jugaba un papel importante Faraón, quien era experto en la zona y quien le enseñaba y transmitía a Don Santiago sus conocimientos para hacer unas buenas capturas.
Navegamos durante algo menos de una hora, por lo que deberíamos estar a unas cinco o seis millas de la costa. Recuerdo que Faraón me comentó que estábamos en una zona de unas doce brazas de profundidad. Al llegar al punto elegido, ancla a fondo y a preparar los útiles de pesca. Faraón, que se desenvolvía en el puerto de Torrevieja como pez en el agua, era el responsable de proporcionar la carnada que Don Santiago le pagaría posteriormente. En aquella ocasión utilizamos lombriz, tira de chipirón y sardina, el cebo universal.
Los aparejos eran de mano, de los llamados rosarios o paternóster, que consistían en una línea madre que en su extremo inferior y por encima del plomo tenían tres o cuatro anzuelos perpendicularmente unidos a la misma con un hilo de menor sección. En cuanto me asignaron el mío me pegué a una borda y sedal a fondo. Sosteniendo el hilo con el antebrazo apoyado en la borda y con el dedo índice como indicador de las picadas, éstas no se hicieron esperar mucho. A la primera subida traía prendidos dos peces pequeños, como de un palmo de tamaño, de color rojizo y que ellos me enseñaron que se llamaban Serranos. Esta especie no la había pescado nunca anteriormente. Don Santiago observaba si sería capaz de desanzuelarlos adecuadamente y sin pincharme y al ver que no tenía problemas en ello me animó a seguir y a esperar mejores capturas. Pero, claro, el experto era él y yo no sé si sería por la forma de anzuelar los cebos, la altura a la que dejaba el plomo por encima del fondo o la simple fortuna, pero el caso es que el único que consiguió sacar algún pagel (breca en otras latitudes) fue él.
A media mañana sacó una especie de capacho de esparto, típico de la época y como ya me había advertido, él sería el responsable de los bocadillos y las bebidas. Aquella comida me supo a gloria y yo creo que cogí mejor color incluso. Pero Don Santiago volvió a preguntarme sobre el mareo. Creo que por no hacer mal papel delante del Presidente me hubiera aguantado cualquier náusea que me hubiera sobrevenido en aquel momento. Sólo llevaba un año en el Equipo y habría de jugar nueve temporadas más posteriormente. La jornada fue muy buena y logramos bastantes capturas más, pero lo más importante es que lo pasamos muy bien los tres. Regresamos a puerto con tiempo para volver a Santa Pola y comer tarde con las familias. Al despedirme de Faraón, le pedí su nombre y dirección y a partir de entonces, siempre que viajaba a jugar Copa de Europa y durante varios años le enviaba una postal desde cada diferente país que visitábamos.
Durante el viaje de vuelta en el coche recuerdo que Don Santiago me preguntó acerca de mis estudios, mi entorno familiar, si tenía novia y algunas otras cuestiones. Me hizo la ficha completa y yo creo que salí airoso de aquella situación. No podemos olvidar que para el madridismo mis antecedentes estudiantiles me hacían aparecer algo teñido del azul de la calle Serrano, mientras que para los estudiantiles aparecía como uno de los muchos proscritos que cambiaron su color por el blanco.
Supe posteriormente que lo de enviar postales a Faraón le agradó a Don Santiago y en un viaje a Buenos Aires para jugar una Copa Intercontinental a la que él nos acompañó me lo dijo; y anteriormente, siempre que me veía, me transmitía recuerdos de Faraón y me contaba anécdotas y sucesos de sus salidas de pesca. En aquel viaje, el presidente del Chacarita Juniors nos preparó a todo el Equipo, encabezado por Don Santiago, un magnífico asado en el que probé por primera vez los chinchulines, pero eso es ya otra historia…
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Me ha gustado el artículo porque yo veraneaba y veraneo en Torrevieja. En los 70, cuando navegábamos a vela y veíamos la barca de D.Santiago le montábamos un griterío inmenso vitoreándole al él y al Madrid. En aquella época su barco ya no se llamaba la "Saeta Rubia", no se si cambió el barco o en nombre, sino la "Mariazapalos" o "Maria Zapalos", me inclino más por el segundo nombre. Fue una pena, que cuando don Santiago enfermó, el barco se quedó abandonado en el Real Club Náutico, e imagino que se pudriría y se iría a pique. Recuerdo que varios amigos, mitad en broma decíamos que había que escribir al presidente del Real Club Náutico, para salvar el barco y convertirlo en objeto de culto. Nunca lo hicimos, y ahora me arrepiento (a no ser que alguien tuviera la idea y lo salvara, pero mucho me temo que no)
Don Santiago fue el Padre de nuestro Real Madrid y Don Florentino su alumno aventajado.
Santiago Bernabéu de Yeste, madridismo puro. La esencia del Real Madrid.