La hazaña de las semis en el baloncesto tenía que tener su epílogo feliz, que a mí me lo ha resultado tanto como cuando alcancé el de ‘Los hermanos Karamazov’ allá por la página mil cien. Yo aquí comento el madridismo y por eso me parece oportuno certificar, después del aullido glorioso, el triunfo final de un equipo del que toda España se siente aficionada. Ya decía el Padre Suances que esta es la selección buena, de tal modo que en este caso yo ni siquiera dudo al estar del lado de la mayoría.
Hace unos días Benítez dijo de Cristiano que era el Pau Gasol de Chamartín, adelantándose a lo que podría haber dicho, pongamos Luis Enrique, a propósito de Messi. Con sólo imaginarlo me salen corazoncitos en los ojos igual que si fuera un dibujo animado. Todos quieren ser Gasol, o estar cerca de Gasol, pero eso sólo lo consiguen Nadal y el Rey.
Dice Ramón Álvarez de Mon que le parece bien cómo se está manejando el entrenador del Madrid con la prensa. Yo confío tanto en el criterio de Ramón que estoy pensando pedirle consejo hasta sobre mi hija. A Candela, que tiene tres meses, ya la paran los niños por el barrio para observarla en su cochecito, y yo a veces siento que voy a comportarme como el detective Velcoro en ‘True Detective’ cuando acosaban a su hijo.
Cuando Candela empiece a ir a discotecas (uno de mis miedos más profundos), yo le pediré a Ramón y a su mesura que me acompañen a la puerta para serenarme y orientarme por el buen camino de un padre, que al fin y al cabo es el buen camino de todo madridista. Si a Ramón le gusta Benítez, a Ramón le gustará Pau, así que Pau, galernautas, es un madridista inconfesable pero verdadero, donde el madridismo deja de ser un sentimiento para convertirse en algo parecido a la doctrina del milenarismo.
Pau Gasol ha venido para reinar, como Cristiano, durante mil años, que es algo que no podíamos imaginar que sería así desde que le dibujó aquel natural, todavía imberbe y sin músculo, a Kevin Garnett. Pero no sólo de Gasol, como de Ronaldo, vive el hombre porque hasta de Claver, al menos yo por fin lo he visto, se puede sacar algo.
Era Scariolo, sin embargo, el extranjero, quién retenía a duras penas una lagrimilla mientras sonaba el himno español y yo le comprendía por tantas veces que me he emocionado escuchando el italiano (qué melodía tan alegre y hermosa) a costa de Valentino, que es otro de los que han pasado por mi alfombra personal.
Rafael Nadal también desfila por ella voluptuoso, un madridista no inconfesable sino confeso, que también es de los que aglutinan mayorías a las que yo me uno como un jipi haciendo la “v” con los dedos, casi trastornado como el surfero de Apocalipse Now al llegar a los dominios de Kurtz.
Yo quiero llegar unas cuantas veces más (la “selección buena” y el Madrid me colocan en buena posición) a ese epílogo feliz donde ya casi se ha plasmado un cuadro completo de la mejor cara del deporte, ese que en realidad no es la historia terrible de los hermanos Dmitri e Iván Karamazov (que también tiene su aquel), sino tan sólo la de Aliosha, sobre el que Dostoievski se impuso la tarea de crear al héroe de los hombres (para el que incluso proyectó novelas), al individuo (en este caso al deportista) perfecto.
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