Cuando sabes que va a jugar el Real Madrid, te levantas de otra manera. Hasta el cielo más negro te parece primaveral, el más tonto de la oficina puede resultarte simpático, y organizas todo el día sabiendo la hora exacta a la que empezará la gran emoción. Si el partido es grande, si son nuestras noches de Champions, evocas en la mañana la memoria de las glorias de ayer y de camino al trabajo eres capaz de recordar los goles desde Gento hasta Rodrygo pasando por Cristiano Ronaldo, Raúl y Butragueño. Cuando sabes que va a jugar el Real Madrid, tal vez no podrías explicar por qué, pero el mundo te parece un lugar mejor.
Lo pienso en estas horas de parón liguero, meditando sobre la infinita indiferencia que me provoca saber que en un rato juega el Fútbol Club Luis Enrique, que este tipo ha logrado desactivar toda mi afición por la Selección en tiempo récord; que no es algo premeditado, que claro que voy con España, pero las cosas son como son. Qué diferente a cuando se nos vienen encima las noches blancas.
Si algo me entusiasma de mi madridismo es que, de un modo u otro, al final siempre me conecta con el niño que fui. Con ocho años, los días de partido me levantaba ya haciendo cábalas sobre la alineación, por más que casi siempre fuera la misma. Nunca faltaban Buyo, Chendo, Sanchís, Hierro, Míchel, Martín Vázquez, Gordillo, Schuster, Hugo Sánchez y el Buitre. Hoy hago lo mismo, aunque no hay que esperar a que salten al campo para saber quién juega, que ahora el Twitter oficial del Madrid te lo canta unas horas antes.
Los días que juega el Madrid, va creciendo la ilusión a lo largo de la jornada. Si estoy lejos, como casi siempre, el ritual pasa por reservar sitio en el bar una hora antes, para sentirse en el campo, en esa primera fila, y dejarse traspasar por la gran comunión del madridismo que nos acompaña estos años, sin grieta alguna entre aficionados y jugadores, con la magia del momento tendida a los pies del deporte y del escudo que un día nos robó el corazón.
Que no es miedo, que el madridista desconoce el pánico escénico, sino la emoción que desboca el ansia cuando se acerca el primer pitido del árbitro
Y en el café del mediodía, te enzarzas en pronósticos con los amigos, lees y relees La Galerna y toda la prensa deportiva, y escuchas hasta las tertulias de radio más cutres, porque cualquier análisis es bueno para calmar el nervio en la espera, que al final el madridismo de otros es bálsamo para las dudas propias. Si el partido es importante, si nos jugamos mucho, el otro ritual: discutir por WhatsApp con los amigos madridistas sobre la suerte que correremos. Y si la incertidumbre acecha y aparece algo similar al temor en la espera, un mensaje a Jesús siempre consuela en las horas previas; que no es miedo, que el madridista desconoce el pánico escénico, sino la emoción que desboca el ansia cuando se acerca el primer pitido del árbitro, a menudo el único que no será en nuestra contra.
Los días que juega y gana el Madrid -ocurre con frecuencia-, te largas después a la cama con la sensación del trabajo bien hecho, con la sonrisa del deber cumplido, como si toda la vibración que has puesto desde la mañana hasta el final del partido hubiera servido también para empujar el balón hasta el fondo de la red. Y ya en la mañana siguiente no lo puedes evitar, te mueres de ganas de cruzarte con los amigos y compañeros del Barcelona para preguntarles qué tal han pasado la noche y palmearles un poco el hombro, si no darles directamente el pésame, que a mí al menos me divierte mucho toda esa chanza futbolera.
Los días, en fin, que juega el Madrid me lanzan a aquel niño de los ocho años, con el póster de Paco Buyo y el de Emilio Butragueño en la habitación, con el empeño por emular sus goles y jugadas en cada partido del recreo en el colegio, y con la alegría de comprobar que, hoy como ayer, estos tipos de blanco siguen siendo una fuente inagotable de alegrías, de lecciones y de muchas, muchas emociones.
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Un finde sin mi Madrid no es un finde, me aburro, como dice mi admirado homer ..jajaja
Cuando pasan tantos días sin que juegue el Real Madrid te das cuenta de lo importante que es un amor compartido .
Sentir en la ausencia que en tu corazón formas parte de un suceso mágico que se repite inevitablemente a lo largo del tiempo, que te ayuda a estar menos triste en las horas amargas, que te abstrae en las preocupaciones diarias .
El Real Madrid lleva muchas décadas haciendo felices a los que decidieron en aquel minuto trascendental subirse a esa nave que surca el cielo europeo llevando ilusiones . Recogiendo copas para que las podamos paladear sin prisa , en cualquier hora de nuestro pensamiento.
Apostar por el Real Madrid también,si quieres, te brinda el ejemplo de una tradición. La que supo transformar un personaje con una fe tan grande que llegaría a abarcar un estadio.Un hombre del pueblo que nos enseñó que el paso dado puede ser un aliciente necesario,pero nunca suficiente.
Un madridista consciente no olvida la historia del club que le acompaña sin remedio y es como un torero, siempre la vista al frente.
Este artículo que se puede leer un poco más arriba era muy necesario.
Leer y escribir en La Galerna es también una metáfora que nos invita a reflexionar sobre un medio de comunicación como homenaje al valor que tienen once protagonistas que tripulan sucesivamente una nave que lleva el nombre de Madrid surcando todas las tormentas.