El Real Madrid había ganado la Supercopa de España, yo tenía dinero fresco tras el último trabajo que me había proporcionado Lou y me había reconciliado con Charlotte, de modo que decidí celebrarlo invitándola a almorzar vino y ostras al Oyster antes de comer. Reservé a primera hora, a las 11:30 am. La recogí en su casa con el coche a las 10:45 y llegamos con el tiempo justo para estacionar en el aparcamiento de la Grand Central. Siempre escojo con cuidado la plaza exacta donde aparco. Manías.
Bajamos al Oyster, un bar enterrado y sin ventanas, como el vestuario de un equipo regional de la Edad de Piedra. Acababa de abrir, estaban todas las mesas vacías y el maître nos condujo a nuestra mesa con acierto inevitable.
—¿Qué desean tomar los señores?
—Una botella de vino y una docena de ostras, por favor.
—Tenemos una gran bodega y veinte tipos de ostras, caballero.
—El mejor vino y las mejores ostras que tengan. No, espere, el vino y las ostras más caras que sirvan. Hoy tengo dinero y estamos de celebración.
—Trevor —replicó Charlotte—, no parece inteligente por tu parte. Si tan zidanista eres, la tontería que acabas de decir no puede estar más alejada de su filosofía. El Madrid, aún más desde que está él, lleva años vistiendo la plantilla con prendas de calidad, no con artículos de moda a precios desorbitados. Además, esos ropajes fastuosos a menudo tienen el capricho de cambiar de dueño, romperse rápido o querer volver con el resto del ajuar a su ciudad de fabricación para celebrar fiestas varias. Por no hablar de su estética ridícula.
—Charlotte, qué manía tienes con zanjar los asuntos con un puntapié de razón, como si fueses Fede Valverde. Al final te saco tarjeta roja y te sanciono varias jornadas sin vino.
—Camarero, un buen champagne y unas ostras de calidad serán suficientes. Veo que estás madurando, Trevor —ironizó ella.
—Espero que no, Charlotte, la madurez es el instante anterior a la podredumbre. Si estuviesen maduras las ostras que vamos a comer, tal vez serían tóxicas.
—Tal vez hablarás alguna vez en serio.
—Está bien, hablaré en serio: ¿qué me dices de estas bóvedas de barquillo de helado que nos cubren?
—Guastavino…
—Por supuesto, querida, espumoso, seco, excelente elección.
—Guastavino es el arquitecto, memo. Son bóvedas tabicadas. Era valenciano, de España, no de Nuevo México, ignorante, y además de este bar y de esta estación, realizó multitud de trabajos por toda la ciudad. Querido, dices muchas tonterías.
—Hablar en serio se parece a querer morirse, querida. Quien muestra excesiva dignidad aún no ha descubierto que sus sentencias más solemnes también son insignificantes, al igual que la vida.
—Gracias por tu clase gratuita de filosofía escanciada.
—Para escuchar agradecimientos con reproches, mejor me hubiese quedado en el coche, Charlotte.
—Hubiera almorzado más tranquila, sin duda.
—Pero más aburrida, pedante. ¡Camarero!, otra docena de ostras y más champagne, por favor. ¡Del más caro! Venga, Char, cuéntame más de Guastavino mientras comemos ostras y bebemos vino.
Charlotte me lanzó una mirada cargada de instinto asesino y picardía a partes iguales. Creo que solo estaba conmigo para poder clavarme las uñas en la espalda. Es mejor caerle un poco mal a las mujeres, así no tienen miedo a hacerte daño y se atreven a comenzar una relación que, antes de conocerte, saben que saltará por los aires.
Fueron llegando clientes. Seguimos degustando espumoso y sorbiendo conchas.
—El sábado contra el Sevilla el hombre del tiempo predice lluvia de goles, Charlotte.
—Trevor, entiendo que después de tanto tiempo sin dinero, la victoria del Madrid y el vino, estés eufórico, pero los partidos posteriores a los parones por selecciones o torneos cortos suelen entrañar riesgos. Tanto por el desajuste físico como por la adaptación psicológica que requieren.
—Toma más vino y deja de tener razón, Char.
—Sírveme, gracias. Pero no te vas a librar de que añada que se juega a la hora de la siesta y que el hecho de que el Sevilla haga el pasillo al Madrid tampoco ayuda.
—Siempre negativa, Charlotte. Nunca positiva.
—Imbécil.
Fueron marchando clientes. Seguimos discutiendo a carcajada limpia.
—Señores, vamos a cerrar.
Aboné la cuenta y salimos pitando, teníamos cinco minutos para recoger el coche antes de que cerrara el parking. Pagamos al muchacho y él nos devolvió las llaves y un gesto de desaprobación con la cabeza.
Al llegar al coche, comprobé que había aparcado en el único lugar correcto; habían desaparecido todos los demás vehículos menos el nuestro.
Otra estupidez.
Sin quieren ensayar a ser novelistas, busquen otro lugar. Creo que aquí buscamos leer cosas de nuestro Real Madrid, no ensayos novelisticos.
amen!!
Prueba a leer el As o el Marca. Ahí dicen muchas cosas del Real Madrid.
Pues fíjese, don Alfonso, que incluso habiendo escrito yo el texto, creo que su comentario es bastante acertado.
Hola. Por favor, siga escribiendo cuando quiera, se lo pidan o le dejen, No sé cómo va eso. Pero espero que siga habiendo artículos tuyas.
Hola, Alfonso
No necesitamos ensayar, en esta web ya colaboran o han colaborado más de una veintena de novelistas. En cualquier caso, creo que es a mí a quien corresponde decidir quién escribe en La Galerna y, desde luego, Francisco Javier Sánchez Palomares va a seguir haciéndolo. Y tan bien como hasta ahora, espero.
Un saludo
Y yo también lo espero.
Pues a mí me ha gustado mucho, por eso leo en estas páginas. Claro que también puede ser que tenga mal gusto para la lectura, ¡quién sabe!
Muy buen artículo. En la línea de La Galerna. Enhorabuena, que vienen días de vino y... ostras.
Gracias Francisco Javier, un placer.