Empiezo este diario sumido en un estado de depresión incipiente y franco desconcierto. Supongo que pretendo hacer de él un cajón de sastre en que el que quepan todas las ideas deslavazadas y aciagas que se me agolpan ante lo que está pasando en Ucrania.
Pretendo además, supongo, que a alguien pueda interesarle. Ni siquiera, ahora que lo pienso. Interés no es la palabra. Me basta con que alguien se sienta identificado con el momento de triste perplejidad y aprensión vulnerable que me asola. O acaso solo pretendo excusarme de manera continuada y preventiva ante la dificultad de sacar adelante un diario madridista como La Galerna en estos tiempos.
Lo llamaré “Diario galérnico en...” porque el Real Madrid tendrá inevitable cabida pero, si os soy sincero, desde que esto se ha desatado, tengo que recordarme cuánto me importa lo que le sucede al Madrid. En algún punto temporal nos llega a todos, incluso a La Galerna, la necesidad de escribir con todas las palabras que existen cosas infinitamente más relevantes que los resultados de nuestro equipo. Incluso con esta idea habría sido capaz de jugar conceptualmente en otro momento, desembocando en alguna broma en sentido contrario. Ahora no puedo, porque una de las preguntas es esa: ¿qué hacemos ahora con la ironía, seña distintiva de La Galerna? A lo mejor este diario improvisado es solo una petición de ayuda, un SOS para que la ejerzan quienes estén con ánimo para ello. No hay ninguna razón para que los portanálisis, por ejemplo, dejen de destilar sarcasmo, ya que sigue existiendo abundancia de situaciones y sujetos que ameritan su uso. Pero no me sale. Creo que en general no nos sale. La enormidad de los acontecimientos, y de la amenaza global que traen consigo, atenaza el sarcasmo contra situaciones y sujetos cuyos desatinos antimadridistas se nos presentan ahora con una pátina de completa irrelevancia. Habría que no comparar relevancias, porque en ese caso estamos jodidos. Habría que olvidar lo que está pasando por allí y seguir con las rotaciones de Carletto o la falta de ellas, el fichaje de Mbappé, el fichaje de Haaland o las hipérboles de los exegetas de un túnel azulgrana pegado a la cal. Y a mí qué me importa ahora todo eso. No lo puedo expresar más descarnadamente, espero que nadie se enfade por esta dejación sentimental de funciones. La Galerna está herida de guerra en su esencia, en su filosofía. Sé que saldremos adelante, pero aún no sé cómo.
En algún punto temporal nos llega a todos, incluso a La Galerna, la necesidad de escribir con todas las palabras que existen cosas infinitamente más relevantes que los resultados de nuestro equipo
La invasión (¡invasión!) de Ucrania por parte de un enloquecido Putin ha puesto patas arriba mi vida, al menos la interior. No pretendo ejercer ningún monopolio en ese sentido. Estoy seguro de que muchísimas otras personas sienten algo parecido. Hay un lúgubre rejuvenecimiento también: hemos vuelto a los ochenta, cuando temíamos la bomba. “Cómo dejé de preocuparme y empecé a amar la bomba”. El macabro, satírico subtítulo del Dr. Strangelove de Kubrick cobra de pronto un cariz lóbrego. Es una película que he disfrutado mucho durante décadas. Ahora, con este ochentero sentimiento nuclear reeditado, produce miedo acercarse a ella. Claramente, habíamos encontrado un confort excesivo en la asunción de que, si bien sigue existiendo, nadie va a usar la bomba. ¿Nadie? Alguien que ya habíamos aceptado como un miembro responsable (con sus cosas, pero responsable) de la comunidad internacional podría hacerlo. Y, si él puede, otros también. Margallo habla en la prensa de “apocalipsis” y nosotros tenemos que hablar del túnel de Pedri o las alineaciones de Ancelotti. Miren: no.
Escribí este texto, “Daryna”, pensando en nuestra anfitriona en Kiev, cuando el Madrid jugó la Final de la Champions en el 18 y miles de ucranianos abrieron desinteresadamente sus puertas a tantos y tantos madridistas. Daryna (en realidad no se llama Daryna) y tantos otros quisieron mostrar su hospitalidad en respuesta a los precios prohibitivos de los hoteles. Querían contrarrestar esa imagen de Ucrania. La del 18 había sido mi segunda visita a la capital ucraniana. Solo tengo magníficos recuerdos de esas gentes. Es una tontería, porque hay razones infinitamente más poderosas que esa anécdota para estar con Ucrania, pero dado que esta es una publicación madridista se me antoja una percha apropiada. Aunque la solidaridad, por supuesto, no precise de perchas.
Daryna está en una localidad ucraniana cercana a la frontera con Polonia. Sé de ella por su hija, que habla inglés y me manda audios de whatsapp. Están asustadas pero a salvo. Han dejado toda su vida atrás, y la gran disyuntiva es si deben o no cruzar la frontera. Para ello, deben dejar atrás no ya su casa o su vida como la conocían (esa ya ha quedado arruinada), sino a los padres de Daryna también, que viven en otra localidad ucraniana, a unos 400 kilómetros de donde ellas están ahora. Los padres de Daryna son demasiado viejos y están demasiado cascados como para acompañarles en la aventura. ¿Qué hacer? Imagino que usaré este diario que hoy empieza, también, para ir poniendo al día su suerte, la suerte de Daryna y la de su hija, que existen en su especificidad pero también son otros miles de ucranianos. Serán mi símbolo de ese éxodo en este diario que hoy empiezo sin saber dónde iré a parar.
Si el mundo no sabe dónde irá a parar, no sé qué me hace pensar que yo, individualmente, puedo llegar a albergar la pretenciosidad de saberlo.
Por lo demás, el Madrid juega el sábado contra la Real y sé que, cuando llegue el momento, me importará. Dios bendiga al Real Madrid.
Getty Images.
Me siento identificado con usted, Jesús, y deseo que "Daryna", su familia y familias ucranianas puedan reunirse más pronto que tarde, sanos y salvos. Parece una obviedad, pero en circunstancias como ésta la salud sí que es lo más importante.
No conozco Ucrania, por lo tanto tampoco Kiev. Pero ese nombre, ese país, me trae unos recuerdos llenos de alegría por haber ganado una Copa de Europa . Ya sé que ahora la competición no se llama así, pero así oí a mi padre llamarla desde que tuve uso de razón y para mí "las copas de europa del Madrid" forman parte de mi feliz memoria familiar, de la parte de mi vida donde está lo que no es fundamental, pero te ayuda a vivir mejor, a disfrutar, a sonreír... Recuerdo la habilidad inteligente de Karim y, especialmente, la maravillosa chilena de Bale, del que espero siempre algo parecido, cada vez con menos esperanza pero sin acritud... ya sé que no se lleva, pero no puedo zaherir o despreciar a un jugador del Madrid que viste esa querida camiseta blanca con un escudito redondo, no puedo........ (siempre digo a los que me conocen que la prueba definitiva de ese sentimiento madridista hubiera sido que la vistiera Stoichkov..... ¡qué horror! , por suerte no tuve que comprobarlo).
De Kiev, de Ucrania, recuerdo las imágenes de esos días, con las calles llenas de gente, sus hermosos paisajes y sus bonitos edificios, tan desconocidos para mí, que me parecieron llenos de vida. Y no tengo que recordar, porque están cerca, a las personas de ese país que trabajan en España buscando un futuro para ellos y sus familias. Siento hoy una pena infinita por todo...., por todos ellos y también por los que destrozan tantos sentimientos y esperanzas, y nos impiden vivir en paz y disfrutar de lo que nos hace feliz, sea trascendente o irrelevante.
Mi sentir es el mismo y espero que esta "locura" acabe cuanto antes y que Daryna y su familia no sufran daño alguno.
Situaciones así, te sirven para valorar más las pequeñas cosas de la vida y te aterra el saber que, de un día para otro, todo puede cambiar de forma drástica, tal y como ha pasado en Ucrania.
Ojalá esto acaba de la mejor manera posible...
Hay miedo, tristeza y desánimo al comprobar lo dependientes y frágiles que somos. La historia se repite.