En ajedrez los contrincantes se lo piensan muy mucho antes de aceptar una partida con quien tenga un número ELO muy inferior al suyo, porque cualquiera puede tener su día, y ganar al débil otorga 4 o 5 puntos a lo sumo, mientras perder quizá cueste 40 o 60. Algo análogo aunque menos terrible ocurrió anoche en Fuenlabrada, donde hubo ocasión para aburrirse de lo lindo con la diferencia entre divisiones futbolísticas, recordándome lo que pasaba cuando de juveniles tocaba jugar contra algún suplente del Madrid o el Barça, pues pasaba como un misil entre móviles con menos fuelle.
Me gustó Ceballos, que cubre mucho campo y tiene esa coordinación privilegiada de quienes nacieron para el balompié, y por las mismas cualidades Llorente, que además tiró magníficamente una vez y otra con intención, exhibiendo una habilidad no prevista en su caso. Ambos son sin duda dos piezas de alto nivel para cualquier medio campo, cuya fuerza y velocidad mantuvo cada vez más retrocedido al rival. Asensio tiró magistralmente el penalti, Lucas Vázquez un pelín menos y me alegré de que entrase, porque sigue en horas bajas –por ejemplo, cediendo al lateral balones que son suyos-, aunque es mucho pedir seguridad en uno mismo cuando suerte y acierto no brillan por su frecuencia. Mayoral demostró elegancia de 9 en un par de acciones, Achraf volvió a urdir una jugada de gol y creo que Nacho lleva años sin tener una tarde tan plácida, aunque quizá trabó al Cata Díaz en los últimos segundos del partido, mereciendo la pena máxima.
En fin, un rollo que empezó poniendo de los nervios a Zidane, rara vez tan explícito en sus signos de descontento, y acabó mejor de lo merecido. Veamos si en esta edición de la Copa puede el Real acabar tan dignamente como con aquél cabezazo de Ronaldo a centro de Di María, donde le sacó un metro a su marcador en el salto, o con la épica galopada de Bale. Equipo hay, y la cosa es pasar de la potencia al acto.
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