—Jajajajajajaja.
Se vio desde el primer momento que no iba a ser un trayecto normal. El taxista ya había arrancado, me miraba por el retrovisor y no cesaba de reírse.
—Pero tú eres… tú eres…
Había un punto inquietante en aquello. Hay varios colectivos susceptibles de secuestrarme y cosquillearme los pies, desde los dobladores de películas a los miembros de club de fans de Jordi Alba (si lo hubiere), amén de los muy numerosos y silenciosamente mortales detractores de la coma del vocativo.
—¿De qué me conoce? —quise atajar, agarrando con todas mis fuerzas el abridor de la puerta para saltar en marcha en cuanto el vehículo aminorara mínimamente.
—Jajajajajajajaja.
—En efecto. Jajajajaja. Ahora avancemos. ¿De qué me conoce? ¿De Real Madrid TV? ¿De Twitter? ¿Lee usted La Galerna? ¡Dígame, por Dios!
—Tú eres… tú eres…
Hemos visto en muchas películas asesinos que se recrean en la suerte del anonimato, del enigma, de la solo aparente ausencia de un móvil del crimen. Tal regodeo incrementa la zozobra en la víctima, primero porque sabe que tras esas risas sin respuesta late la pulsión irrefrenable de hacerte cachitos del tamaño de la modestia de Luis Enrique, y segundo (pero no menos importante) porque todo el mundo sabe que siempre, absolutamente siempre existe un móvil del crimen.
—Dígame ya, por favor. ¿Hemos discutido por Twitter? ¿Le he bloqueado yo a usted? ¿Me ha bloqueado usted a mí?
Había otra pregunta más, absolutamente pertinente: ¿es justo que usted pueda reconocerme a mí, y en consecuencia puede también enviar a mi familia veintitrés sobres en veintitrés días consecutivos con veintitrés apéndices de mi cuerpo, mientras yo nunca habría podido hacer lo mismo con usted porque usted se oculta bajo un nick del tipo @cruyffista1714 o @cholo_sarraceno? No dio tiempo a hacerla, porque Josechu (@josechumogan) no tardaría en referirme, domando por fin su hilaridad y mirándome a través del retrovisor, el origen de la discrepancia.
—Pero ¿fui borde con usted? ¿Le insulté? No suelo, pero sí imagino que puedo llegar a ser razonablemente cáustico y tocapelotas. Si alguna vez fue el caso, considere que tengo mujer y cuatro hijos, y que estoy absolutamente dispuesto a perder el más elemental resto de dignidad arrastrándome por los suelos suplicando que mi vida sea exonerada de un castigo terminal.
—No, hombre. Si tampoco fue para tanto. Simplemente contaste, en un hilo que me molestó bastante, que habías sido recogido por un conductor de Uber marroquí majísimo y eficiente (según tú) que además resultó ser madridista, y a partir de esa anécdota inferiste que los conductores de Uber han de ser vikingos por oposición a los del taxi, que serían del Atleti según tus propias y muy desafortunadas palabras.
Josechu no tenía el tono de voz inconfundible de los serial killers pero quedaba un buen rato hasta Juan Bravo, lo que venía a ser lo mismo. Con todo, enseguida se reveló como un interlocutor entretenidísimo que además, divergencias a un lado, seguía con asiduidad La Galerna y algunas veces coincidíamos “en otras cosas”. Yo no recordaba mucho de aquello en lo que muy amablemente consistía el pliego de acusaciones de mi conductor.
—Yo te dije que no tenías ni idea. Y te voy a decir más: en esa parada en la que te he cogido todos los taxistas son del Madrid. ¡Todos! Bueno, hay uno del Atleti y otro que no le gusta el fútbol.
—Tomo nota del dato —apunté, dejando de aferrarme a la puerta con pánico al desollamiento y posterior abandono en una cuneta de la A236—. Lo haré constar en un artículo en La Galerna. Será una especie de desagravio al gremio del taxi. Además te confieso que Uber me tiene muy disgustado últimamente. Tardan siglos en llegar y los conductores suelen no tener ni puta idea de los recorridos. Lo fían todo a Google, que muchas veces no puede sustituir la experiencia de un buen profesional, conocedor del terreno.
—Me alegra que te des cuenta por fin —repuso Josechu—. Uber es culé.
—¿Eso crees? —por entonces ya había empezado a tutear a Josechu.
—No, hombre, tampoco. Era por seguir con una broma de esas que hacéis en La Galerna. Que si Clint Eastwood es del Madrid. Que si John Lennon era culé. Eso sí, nada como cuando Athos Dumas comparó a Angela Lansbury con Chendo. Al día siguiente teníais que haber chapado La Galerna. Todo será cuesta abajo a partir de ese día.
—Tienes toda la razón.
—Ni los del Uber son del Barça ni los taxistas del Atleti. Esas generalizaciones son tonterías. En todos los gremios hay de todo.
—Y los taxistas madridistas de tu parada, por ejemplo, ¿sois piperos? Es por seguir con muestras estadísticas de las que no sirven para nada.
Como se verá, ya me había relajado mucho. Josechu era sobre todo un fan acérrimo de Richard Dees, a través del cual había llegado a La Galerna y, lo que es más importante, al descubrimiento de la doble vara de medir de la prensa deportiva patria. Al parecer había quedado para tomar unas patatas bravas con Richard en una de las últimas visitas a Madrid del creador de El Radio, pero habían tenido que cancelar por una enfermedad imprevista y por fortuna leve del hijo de Josechu.
—Hemos quedado en retomar la idea para cuando Richard vuelva a la capital. Se unirán Manuel Matamoros, que es un tío de puta madre con el que también hablo a veces por twitter, y otro compromisario que se llama Paco, ¿lo conoces? Vamos a ir al mejor sitio de bravas de Madrid. Bueno, al segundo mejor, porque en el primero son demasiado del Atleti. Es un matrimonio de gallegos, viejecitos y encantadores, pero con tanta bandera y tanto póster de Savic las bravas se me revuelven (excelentemente, pero se me revuelven) en los alrededores del píloro. Optemos por el segundo mejor.
—No caigo en quién es Paco. Pero, si te parece, Josechu, escribiré en La Galerna algo que sirva de disculpas mías ante el gremio del taxi, por aquella inexcusable torpeza o generalización tuitera. Confío en que, de este modo, me apuntéis al plan cuando por fin vaya a tener lugar.
Quiero aprovechar estas líneas para manifestar mi más sincero arrepentimiento ante el muy noble gremio de los taxistas de la villa y corte. He sido sin duda muy desafortunado en mis encuentros, como cliente, con los representantes del colectivo. No me cabe duda de que, en aquel hilo tuitero, caí en una nefanda generalización estadística. Además, como digo, Uber funciona cada vez peor.
Viva el taxi y Hala Madrid, valga la redundancia.
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