En la eterna y peculiar conversación que el madridismo mantiene consigo mismo, últimamente está muy moda la cuestión del relato. Es decir, la pertinencia de establecer un discurso identitario oficial a la manera de otros clubes, que resuma en una idea y un par de eslóganes fácilmente exportables la “esencia” (sic) de la entidad. Del mismo modo que hay quien se autoetiqueta como “equipo del pueblo”, “equipo de tal nación” o emblema de un determinado estilo, hay sectores del madridismo que abogan por hacer lo propio y construir también, de arriba abajo, un relato unificador que aglutine a la parroquia y que permita una cómoda venta en el mercado de la imagen.
hay sectores del madridismo que abogan por hacer lo propio y construir también, de arriba abajo, un relato unificador que aglutine a la parroquia y que permita una cómoda venta en el mercado de la imagen
Por más que la tentación pueda existir en algún momento, y aun reconociendo las ventajas mercadotécnicas de la operación, confieso mi desacuerdo con esta postura. Personalmente considero que el Madrid no debe reducirse a ningún arquetipo prefabricado ni acomodarse en un refugio tópico autocomplaciente donde lamerse las heridas cuando el viento venga en contra. Cada simpatizante merengue debe tener derecho a vivir su afición de la manera en que lo estime oportuno, sin un patrón predefinido; por decirlo de un modo poético, la camiseta del Madrid sería blanca para que cada hincha pueda volcar en ella sus íntimas obsesiones. Aunque este escepticismo ante la posibilidad de un relato oficial admite dos pequeños matices. En primer lugar, sí me parece necesario combatir las mentiras que imputen al club voces ajenas con aviesas intenciones: al fin y al cabo, si yo renuncio al ejercicio de alarde propagandístico no es para que se ocupe de ello el enemigo que me odia. Y, en segundo lugar, puestos a narrar, resulta factible sustituir la homilía oficialista por ese crisol de historias medio desconocidas que han ido conformando la argamasa de la institución.
Un buen amigo que observa desde la serena distancia que otorga vivir en Inglaterra me dijo una vez que el Madrid no tenía relato, sino que tenía literatura. No podría estar más de acuerdo con esta afirmación. Explicar con detalle las razones que convierten al Madrid en el club con mayor potencial literario de la historia del deporte excede las pretensiones de este breve artículo, pero entre los motivos principales se incluye, sin lugar a dudas, la existencia de una inmensa profusión de personajes secundarios. Poseedor, cada uno de los cuales, de un relato particular que empequeñece cualquier tentativa publicitaria de cartón piedra. Verbigracia, por mencionar alguno: el caso de Delibasic.
Un buen amigo que observa desde la serena distancia que otorga vivir en Inglaterra me dijo una vez que el Madrid no tenía relato, sino que tenía literatura
Mirza Delibasic nació tal día como hoy, un 9 de enero, hace sesenta y ocho años. En Tuzla, localidad que actualmente pertenece a Bosnia y Herzegovina y que en 1954 se hallaba incluida en la antigua Yugoslavia. Tras sus inicios en el baloncesto, integrado en el conjunto de su ciudad natal, en los primeros setenta se enroló en las filas del Bosna de Sarajevo, equipo con el que conseguiría la Copa de Europa en 1979 ante el poderoso Pallacanestro Varese. Escolta todoterreno, acabaría fichando por el Real Madrid en 1981, ya como campeón mundial y olímpico con su selección, y en sus dos temporadas conquistó la Liga y la Copa Intercontinental antes de abandonar la entidad en 1983. A pesar del corto período de tiempo en España, Mirza no necesitó más para ganarse el afecto de la grada y de todos sus compañeros. Para vergüenza de los que se escudan en la dificultad de la adaptación a un vestuario nuevo en otro país: a los seis meses no solo conocía el castellano, sino también las reglas del mus.
Sus anécdotas se cuentan por cientos. José Luis Díaz Vázquez, alero madridista que coincidió en el primer año del bosnio en Madrid, recordaba hace poco su generosidad con Angelito, un utillero que llegaba a menudo tarde a los entrenamientos porque su moto lo dejaba tirado. Un día, Delibasic le hizo una apuesta entre risas: si le iba bien aquella tarde en el casino, Angelito tendría recompensa. La motocicleta nueva que apareció posteriormente en la puerta del vestuario demostró que a la palabra de Mirza no se la llevaba el aire. De carácter jovial, en multitud de ocasiones ensayaba malabarismos al acabar la sesión, arabescos que apenas se atrevía a mostrar en los encuentros oficiales: su profundo respeto por el baloncesto —y acaso cierta timidez— le impedía frivolizar más de la cuenta. Tampoco tenía por qué: su acierto en el tiro y su versatilidad para asistir le bastaban para convertirse en uno de los mejores jugadores de la historia del basket europeo.
Para vergüenza de los que se escudan en la dificultad de la adaptación a un vestuario nuevo en otro país: a los seis meses, Delibasic no solo conocía el castellano, sino también las reglas del mus
El destino no se portó bien con él. Dejó el Madrid en el 83 rumbo al Caserta, aunque nunca llegó a debutar con los italianos: un derrame cerebral durante la pretemporada lo obligó a retirarse. Según cuentan sus allegados, su accidentado historial médico no mejoró sus hábitos de salud: jamás estuvo dispuesto a dejar el tabaco. Regresó a Bosnia y en el año 1992 formó como seleccionador el primer combinado nacional del nuevo país tras la independencia, logrando una meritoria octava posición en el europeo de Alemania del 93. Sufrió la terrible guerra de los Balcanes en Sarajevo, necesitando de protección militar en ciertos momentos al figurar presuntamente en listas negras de la milicia serbia. Su muerte a los 47 años completó una trágica etapa final, apenas suavizada mínimamente por la alegría de ver debutar a su hijo en el Estrella Roja. Un cronista desvergonzado se permitiría juguetear con el halo melancólico de su mirada como símbolo premonitorio de sus desgracias, pero Delibasic, poco dado a las fruslerías, no merece en absoluto esa irrespetuosa aberración.
Si durante su estancia en el club dejó una impronta excepcional, su humildad y altruismo alcanzaron su cota máxima en el episodio de su partida. En el verano de 1983 aún tenía contrato en vigor, pero, conocedor de que el Madrid necesitaba su plaza de extranjero para reforzar el juego interior, decidió voluntariamente renunciar a su última temporada firmada. En un gesto inconcebible para cualquiera, antepuso los intereses del equipo a los suyos, dejando el hueco para la incorporación de Wayne Robinson. Abandonó el Real Madrid sin un mal aspaviento y se despidió con el carné de socio recién sacado. El mayor acto de generosidad de una leyenda cuyo recuerdo debiera ser evocado con mayor asiduidad. Una de esas imborrables escenas que configuran la historia del mayor club de todos los tiempos, infinitamente más valiosa que el más perfilado de los relatos.
¡Buff! Don Pablo, la piel erizada.
El Real Madrid es al deporte, lo mismo que el El Quijote a la literatura.
Pedazo de artículo. Eso es el Madrid. Ese es el relato.
Leyenda pura y reflejo de lo que es nuestro club
Hacia donde estés
GRACIAS MIRZA
Grande Mirza. Qué calidad y control del juego destilaba... Sólo lo disfrutamos 2 temporadas pero su estilazo y deportividad cuajó en todos los madridistas. Felicidades y gracias infinitas Mirza allá donde estés.
¡Maravilloso artículo!
Mira era un genio que tuvimos el privilegio de disfrutar hace ya tanto tiempo .que pedazo de jugador.
¡Hala Madrid!
Sobraba ver en el documento gráfico al "agitatoallas", Shan Hephifanio.
Dragan Dalipagic y el gran Dino sí.
Precioso artículo y bello homenaje. Los que le vimos jugar, no lo olvidamos.
Hiljade hvala dragi Mirza uvjek s mamá (mil gracias querido Mirza, siempre con nosotros en serbo-croata). No sólo se es un gran deportista por la técnica, la visión sino la DEPORTIVIDAD.
Un tipo grande de arriba a abajo. Su talento,plasticidad y generosidad le presentan como alguien que rompió moldes; el Águila blanca.
Autorizo al pobrete sufridor que se dedica a suplantar mi identidad para que haga suyo “Águila blanca” en homenaje al gran Mirza Delibasic.
¡ Qué lastima el conflicto de los Balcanes ! Lo más parecido a aquello lo tenemos en nuestra ,según políticos cizañeros y liantes , querida “nación de naciones” .
Uno de los mejores jugadores que he visto y no era para nada espectacular ¡¡ todo lo hacía fácil!! Una pena lo poco reconocido que fue
Discrepo. Era un jugador genial y daba espectáculo. Aunque era muy equilibrado en la elección de cuando tocaba asegurar o cuando se podía permitir el lujo de una acción espectacular. Pero tenia tal dominio que hacía fácil lo difícil .
Y, en general, creo que fue reconocido por el ámbito del baloncesto en justa correspondencia. Si usted se refiere a que la sección de baloncesto no le valoró suficientemente, eso no se lo discutiré.
Mirza y el resto del equipo me regalo una de mis mayores satisfacciones madridistas. Al nivel de la 7a Copa de Europa. Esa Liga que gano Mirza se gano en el Palau en el ultimo partido de Liga (todavia no existian los playoffs). Un partido donde estaba preparado todo para una gran fiesta del equipo local. Donde solo estabamos unos 20 madridistas esparcidos por toda la grada y donde la policia nos obligo a esconder cualquier detalle blanco que nos pudiera identificar. Yo fui con mi padre, un compañero de clase hijo de un viejo amigo de mi padre y sus dos hermanas. En definitiva mi padre y cuatro adolescentes madridistas. A nosotros nos toco en primera fila,detras de canasta y rodeados de los Boixos Nois y señalados por otro compañero de Instituto. Los insultos recibidos durante todo el partido fueron muchos y graves aunque mucho menos que los que recibia Joe Llorente cuando estiraba apoyado en la valla y le ponian la cara a menos de medio metro para insultarlo de manera vergonzosa sin que los servicios de seguridad o la policia lo impidiese. Ese partido fue el mayor concierto dado por Mirza en el Real Madrid o eso me parecio a mi. Todo el equipo rindio de manera espectacular ganando 93-102 y con la combinacion Mirza, Llorente y Itu destrozando la presion cule mientras el publico abandonada el Palau. La policia decidio que teniamos que ir saliendo escoltados los madridistas , detectados porque no insultabamos a los ganadores . En el momento que nos sacaban bajo todos los improperios y lanzamientos de objetos un señor de unos 40 años se puso en pie, saco una bufanda de debajo de su chaqueta y comenzo a gritar alzando la bufanda Madrid! Madrid! desafiando a los impresentables y a la policia (ese desconocido fue durante mucho tiempo mi super heroe) . En ese momento toda la grada se volvio hacia el con la intencion de agredirlo mientras nosotros pudimos salir con mayor facilidad por el otro lado . La entrada de ese partido la tuve colgada en mi habitacion hasta que me case (aunque sigue en mi baul de recuerdos) . Para mi cual guerrero Sioux ,pese a ser vikingo , aquella entrada era la cabellera del malvado enemigo.