Delbosquismo octaviano

Escribí una trilogía de artículos sobre entrenadores que informalmente podríamos titular Los Por Qué Soy, a saber: Por qué soy capellista, De qué manera y por qué soy mourinhista y Por qué soy valdanista. No se molesten, vengo ya regañado de casa porque todo el mundo sabe que ser esas tres cosas a la vez es completamente imposible. Para terminar de confundir y encrespar a mis pacientes lectores, vengo aquí a perpetrar una especie de Por qué soy delbosquista, si bien no lo titularé así porque no reflejaría del todo la intención del texto.

Con el respeto que me merece su figura, no soy delbosquista de manera general. Sobre todo, no puedo aplaudir el momento en que, ya en su era postMadrid, rechazó la insignia del Real Madrid (que no la de Florentino Pérez, cuidado) a resultas de un rencor mal curado hacia la gerencia del club. Soy delbosquista acérrimo si circunscribimos su ejecutoria a la Octava Champions League del Real Madrid, conquistada en la adversidad (que es donde el Madrid es el Madrid) y con tres centrales (que es en realidad de lo que vengo a hablar aquí).

El Madrid ganó de forma convincente al Getafe con tres centrales, y cada vez que Zidane organiza a sus hombres con arreglo a un sistema que acoge esa variante el madridismo se acuerda de D. Vicente. Lo hace incluso el madridismo más alejado a priori del marqués; diría incluso que el más alejado es precisamente quien más pondera aquello retrospectivamente, y alaba a Del Bosque por aquello, y pronuncia con un aire entre admirado y coñón el triplete pretérito, Helguera, Karanka, Iván Campo, un poco como quien se maravilla de que con aquellos toros aráramos y triunfáramos. Fue el de aquellos tres centrales un hallazgo que hasta los más refractarios a Del Bosque le reconocen sin remilgos, como le reconocen aquella Octava, porque pocas veces en la historia del fútbol pudo atribuirse en mayor medida  a un técnico el logro de un objetivo deportivo. La Octava es de Del Bosque, tienes que dársela te caiga bien, mal o regular, pues para eso rehabilitó socialmente a Anelka (arrancando de su aislamiento dos goles capitales para campeonar y venderlo por el mismo precio) y para eso, también, se sacó de la manga aquellos tres titanes (Helguera, Karanka, Iván Campo) que tan eficazmente se sacudieron los augurios de los puristas para levantar la Orejona. Del Bosque puso los andamios tan firmes, sobre aquellas tres patas, que Morientes, McManaman y Raúl sólo tuvieron que soplar desde arriba para derribar los andamios ches, temblones ante la sola solidez del rival.

Yo soy un delbosquista octaviano convencido, y me parece que entre aquel momento y este hay evidentes similitudes. Reconozco que mi mitomanía también lo quiere. Los tres centrales de la Octava son la Marilyn Monroe del fútbol, y yo solo aspiro a volver a verle las piernas con la falda agitada por el aire, deseo que valida mi raciocinio. Al fin y al cabo, Del Bosque optó por su fórmula, a la postre ganadora, obligado en cierto modo por la lesión de Hierro. El Madrid actual se enfrenta también a la baja de su defensa más esencial, y el decantarse por un aumento de la cantidad (tres por dos) cuando la calidad se ve mermada es recurso a la orden del día en todos los órdenes de la vida. No digo con esto que no haya calidad en el trío que sacó las castañas getafenses del fuego, o que no la hubiera en aquellos tres pilares de antaño. Solo apunto que hay inseguridades que se aplacan por la pura acción de la aritmética, y que no es lo mismo mirar a tu lado para no encontrar a Ramos que hacerlo para encontrar a quienes no son Ramos pero son dos. 

Aún, como entonces con Del Bosque, hay puristas que se rasgarían las vestiduras ante una continuidad de la fórmula. “Ha sido una cuestión puntual, específica”, se apresuró a subrayar el propio Valdano al término de la retransmisión, casi como si quisiera convencerse a sí mismo. Yo en cambio, lejos de escandalizarme, me apunto a la actualización 2.0 de la ética y aun de la estética bigotuda de la Octava. Hagamos de la necesidad virtud, al menos hasta que venga Sergio, y cubramos con dos la ausencia de uno que vale por dos, qué otra cosa vamos a hacer. En el fútbol moderno, además, jugar con tres centrales no tiene por qué aparejar ser menos ofensivo siempre y cuando subas las líneas y confíes en su velocidad (la de los centrales) para cubrir las propias espaldas. Nacho, Varane y Mendy son tres hombres mucho más rápidos que aquellas tres leyendas, lo que no hace más que remar en mi favor para llevarme triunfante a la orilla del delbosquismo octaviano. Subid al barco que aún hay plazas. Más tarde, cuando la singladura vaya cumpliéndose, y ya se otee el puerto en lontananza, es posible que ejerzamos el derecho de admisión.

Fotografías: Getty Images.