Todo ídolo de masas firma un contrato tácito con sus millones de seguidores. El del Zidane entrenador con los madridistas decía básicamente: “te haré feliz, pero no entenderás casi nada”. Pudo hacernos (todavía) más felices, pero en la opacidad llegó al límite. No supimos por qué se fue, no supimos por qué volvió tras la primera espantada ni por qué se ha producido la segunda. Dicen que está enfadado porque no se ha sentido respaldado por la directiva, pero no hay ni habrá confirmación de esto porque no entra en sus códigos de lealtad el confirmarlo. En el fondo, sus misterios son en gran medida misterios encubridores: calla ante el temor de dejar mal a alguien, ya sea un jugador propio, un jugador ajeno, un árbitro, un directivo, un preparador físico. Zidane es la demostración más palpable de lo difícil que es detentar cualquier responsabilidad y hablar sin decir nada malo de nadie. Se comprometió consigo mismo a hacerlo de un modo tan rígido que acabó por no decir nunca prácticamente nada. Hasta en eso fue hombre de club, porque no se le puede negar coherencia con la línea de un Real Madrid que, en el afán legítimo de protegerse de la canallesca, se ha bunkerizado hasta el extremo, en la idea de que el aficionado canjearía de buen grado información por alegrías. Las alegrías han decaído en este último año, pero la información no ha aumentado. Zidane representó mejor que nadie ese hermetismo. Los más viejos recordaremos las noches de Beenhakker o Toshack con Supergarcía, con los trapos sucios al aire en la Hora Cero. Entre aquello y el no decir nunca nada de Zidane (fenómeno acrecentado por el plasma de la era Covid) habría cabido seguramente un término medio, o no. Nunca lo sabremos tampoco.
Para mí, el misterio más acuciante es el de la extrapolación de esta discreción. Sabemos que Zidane nunca habría dicho en público que este jugador estaba gordo, pero ¿le llamaba la atención en privado al futbolista? Si atendemos a la cantidad de veces que lo puso a jugar con evidente sobrepeso, cabe colegir que no, como también cupo deducirlo al atestiguar cómo le ponía de titular en el malhadado estreno copero en perjuicio del centrocampista joven más prometedor de la plantilla, al que puso en fuga con esta decisión. Otro misterio es de qué le sirvió todo esto al final, cuando la única excepción a los mensajes de gratitud de su plantilla fue precisamente Isco. Zidane fue la única persona de este mundo que creyó en la resurrección futbolística del malagueño, que al final nunca se produjo, e Isco ha sido el único de sus pupilos que no le ha mostrado respeto público en su adiós. “Debemos hacer el bien no solamente a pesar de que no nos va a ser recompensado, sino precisamente porque no nos va a ser recompensado”. Zidane unamuniano.
Hay códigos éticos que pueden entrar en conflicto con la competencia profesional. El de no decir nunca nada malo de nadie es uno de ellos. No digamos el de no hacer nunca nada contra quien no cumple como debiera. 61 lesiones en un año es cifra inaudita que puso en entredicho la labor de su preparador físico. Sabemos que Zidane habría sido incapaz de descargar públicamente su responsabilidad en Dupont, pero ¿lo hizo en privado? ¿Elevó al club la posibilidad de que su subordinado Dupont pudiera estar llevando a cabo una mala tarea, o lo protegió también? Es loable pensar en tus inferiores y sus familias, pero en ocasiones puede no ser lo más madridista del espectro de opciones.
Las lesiones fueron consideradas como un contratiempo al que el equipo se sobrepuso admirablemente, en gran parte gracias a Zidane. No tengo nada en contra de esa lectura, pero no está de más resaltar que tanta lesión no pudo ser un contratiempo exclusivamente exógeno o accidental. Allí hay responsabilidades también, no sé en qué porcentaje, pero algo tiene que ver con la preparación física y en consecuencia con el propio Zidane. El marsellés logró que el equipo respondiera ejemplarmente a la plaga de lesiones, pero no hay manera de pensar que fuese enteramente ajeno a dicha plaga. Se decía de Casillas que era un estupendo arreglador de sus propios desaguisados, y puede ser una consideración que rebase el ámbito del mítico guardameta.
Sabemos también que -con la excepción de un tardío enojo en rueda de prensa tras el atropello arbitral ante el Sevilla- Zizou jamás entró a enjuiciar la labor de los colegiados. Se dirá con razón que hay otras instancias en el club que podrían haberse empleado con mucha mayor determinación en la defensa del Madrid ante la ominosa tendencia arbitral que ha marcado la Liga. Ya que él no levantó la voz, ¿solicitó al menos que alguien lo hiciera, o se tomó la variable arbitral (VAR incluido) como otro área en la que ejercitar su insobornable respeto a las decisiones de todos los demás? Así, en abstracto, no opinar en rueda de prensa sobre los trencillas es política de fair play ejemplar. No hacerlo ni una sola vez, en el transcurso de una Liga en la que la estadística indica que los árbitros de campo no te señalan espontáneamente ni un solo penalti en 38 partidos, ya es otra cosa. La proverbial discreción de Zidane es irreprochable moralmente, pero pagamos al Real Madrid -aunque solo sea con ilusión- para algo más que para ser moralmente irreprochable. Siendo este aserto válido para todas las instancias del club, Zidane nunca debió escapar a él.
Normalmente uno dice que se va y luego dedica un tiempo a despedirse. Zidane hizo lo contrario. Se estuvo despidiendo, a través de mensajes cifrados ante los periodistas, desde mucho antes de anunciar su partida. De hecho, sigue sin anunciarla: lo ha hecho el club en su nombre. En esa suerte de predespedidas, lanzó varios mensajes. “El equipo puede estar mejor sin mí” fue el más común, formulado en diferentes registros dialécticos. Es de cajón. Por la misma razón por las que la gente se divorcia de quien le ha hecho inmensamente dichoso en el pasado, hay hombres que son éxito para una empresa en determinadas fases de su desarrollo, pero pasan a ser rémora en otras.
Zidane nos lo advirtió en esos guiños (no tan) cifrados, y tal vez el último acto de zidanismo consista en no dar por hecho que lo decía con la boca pequeña. En creer que lo creía genuinamente, y que podía tener razón. El zidanismo obliga a aceptar que su marcha puede ser para bien, dado que el propio Zidane lo sugirió. Me cuesta pensar en un emblema más representativo del Real Madrid, en un hombre más admirable y en alguien a quien no conozca personalmente que me haya hecho más feliz (está ahí arriba con Clint Eastwood o Ray Davies). Soy zidanista, y por eso doy la razón a Zidane en la conveniencia de su marcha. Soy zidanista, siempre lo seré, y por eso tengo esperanza.
Fotografías: Imago
Comparto la mayoría de argumentos que ha escrito, Jesús. Entiendo que hubo situaciones que si no era conveniente sacar en público para añadir más carnaza al circo, si había que abordarlas en privado con jugadores o el preparador físico. O ser más vehemente en la protesta, aunque sólo fuera para que en la planta noble se sintieran obligados a comparecer y "bajar al barro". Pongo en una balanza lo que considero acertado y errado y me ganan los que considero aciertos, porque en el mundo laboral gestionar la convivencia con cada uno de nosotros que tenemos nuestro padre y nuestra madre toca dialogar, pedir, reclamar,ceder y aceptar por el bien común.
Ahora, que se marche Zidane sea por la falta de apoyo de la directiva, o por no estar de acuerdo con la planificación de ésta nueva temporada o por desgaste, me duele porque no hay ningún profesional que vea en el mundo del fútbol que pueda representar mejor la imagen del Real Madrid, más allá de entrenar al equipo. Yo me siento orgulloso de ser del Real Madrid y que Zidane haya representado el club . Y me duele que ésa excelencia que se exige al entrenador del Real Madrid no se la apliquen en la zona noble.
Sólo un pero: creo que Zidane en el Madrid nunca detentó, sino ostentó.
Has puesto palabras a lo que pienso. Me gustan especialmente dos frases:
1.- "te haré feliz pero no entenderás nada". de hecho, yo dejé de intentar entender a ZZ hace tiempo, sobre todo cuando llegó tras el cese de Solari e hizo aquellas cosas tan raras en esos meses sin nada en juego. A cambio me ha hecho feliz casi siempre.
2.- "el aficionado canjearía de buen grado información por alegrías. Las alegrías han decaído en este último año, pero la información no ha aumentado". La inexistente política de comunicación del club es siempre un problema, pero en momentos como éste, la afición se siente desamparada, y no es justo
Ya es verdad qué Zidane se va, solo hay que leer la prensa deportiva y las radios, todos peloteando lo que antes le negaron y atacando al Presidente
Sin Zidane, me siento un poco huérfano.
Desde que llegó, se fue, volvió y se fue otra vez, todo ha sido exagerado. En triunfos y compitiendo, con un equipo en mil estados. Nunca he disfrutado tanto con el Madrid, porqué siempre ocurría lo contrario a lo que pensaba que iba a pasar.
La esperanza??
Somos el Madrid, lo más. Sufrimos y ganamos más que nadie.