Del por qué te estoy queriendo
no me pidas la razón,
pues yo mismo no comprendo
a mi propio corazón.
Al llegar la madrugada
mi canción desesperada
te dará la explicación.
Estoy convencido que estas letras del maestro Rafael de León, y cantadas por el inolvidable Nino Bravo, han sido leídas por ustedes tarareando. Yo les quiero contar aquí, hoy, por qué quiero al Real Madrid.
Fundamentalmente y como cualquier amor que se precie de serlo, porque sí, porque me enamoré, por todas y cada una de esas absurdas razones a través de las cuales el amor llega indefectiblemente a nuestras vidas.
También quiero al Madrid por inconformismo y contradicción. Me explico: mi padre (q.e.p.d.), excombatiente de la División Azul en los gélidos lagos del frente ruso, además de director del Gimnasio General Moscardó de Madrid, era del Atleti. Mi padrino, que me dejó en herencia la jota de mi firma, quiosquero de la calle Arapiles, en el castizo barrio de Chamberí, cuando el diario Marca se vendía por millones, era del F.C. Barcelona. Lógicamente, padre y padrino, como hago yo ahora con mi hija, intentaron llevar al redil al hijo o ahijado, pero Dios los confundió y no lo lograron.
Tuve la suerte de tener un hermano mayor futbolista, de los del fútbol regional de Madrid de los 70, de los de campo de tierra, barro, hielo, de los de público pegado a la línea de cal y de pie, de los de árbitro que sale por patas porque si no acaba en el pilón. Y ese hermano mayor, leyenda del Spartac de Manoteras, era madridista, también por inconformismo y contradicción. Él me hizo socio del mejor club del mundo con 14 años.
Yo ya había estado en el Bernabéu desde muy pequeñito, me llevaba el mejor amigo de mi padre, veterano socio del Real Madrid, quizá para sacarme de las garras rojiblancas de mi progenitor. Pero aquella temporada 1978/79 (vaya, hombre, ya les destripé mi edad) fui por vez primera con mi carnet joven a aquel fondo sur de pie al que se accedía por las puertas 40,42 y 44 de la calle Concha Espina.
Vivir cerca del templo blanco facilitaba las cosas, podía ir y venir al fútbol andando, no como aquellos peñistas que iban y venían de sus localidades en autocares de la época de sabe Dios cuándo.
Aquella temporada ganamos la liga, sí, yo lo vi y lo viví. Yo vi en directo a Miguel Ángel en la meta, a Quique Wolff, a Goyo Benito, a Pirri, a Stielike, a Del Bosque, a Jensen, a Juanito, a Santillana, a Roberto Martínez, a Camacho levantar esa liga en la última jornada y frente al Racing de Santander, goleando por 5 a 1 y dejando segundo clasificado al sorprendente Sporting de Gijón.
Y ahí, en ese preciso momento, en ese mágico instante llegó el amor; porque el amor llega así, de esa manera, uno no se da ni cuenta, el carutal reverdece, el guamachito florece y la soga se revienta. Sé positivamente que acaban de terminar de leer este artículo tarareando Caballo Viejo, igual que lo comenzaron tarareando Te quiero, te quiero.
Fotografías: realmadrid.com
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