Henning Jensen y yo debutamos en el Real Madrid el mismo día. Él como jugador y yo como aficionado. Era, lo he consultado después, el 31 de agosto de 1976. Remitía el agosto capitalino y asomaba ya sus amenazantes orejas el curso escolar, pero entonces no era el regreso del curso escolar lo que más me preocupaba. Ese era un miedo que llegaría andado el tiempo.
Ese día también hice otro debut. Pero eso mejor lo dejo para el final.
Alguien le había dado a mi padre un par de entradas para el homenaje a Grosso, que se despedía ese día. El rival: el Slavia de Praga. Entonces mis conocimientos de geografía eran tan escasos como los futbolísticos. Andado el tiempo, mejoró mi cultura geográfica. Pero en aquella noche veraniega a mí el nombre del rival me sonaba tan extraño como mítico, como si quien viniera a Madrid fuera en realidad una especie de ejército invencible, imposible de superar. Una suerte de horda fiera, orgullosa, que se desharía de nosotros en un abrir y cerrar de ojos. Y cuando hubiera acabado con el equipo habría continuado con los aficionados. Hasta acabar con todos. Qué miedo me daba el Slavia de Praga.
-Son muy buenos, ¿verdad papá?
-Esa gente es buena a todo.
Y al momento añadía, en principio pensaba que para tranquilizarme pero andado el tiempo comprendí que no, que era una profesión de fe:
-Pero nosotros somos el Madrid.
-¿Era bueno Grosso, papá?
-Mucho.
Ramón María Grosso era un futbolista de club, que heredó, nada menos, el nueve de DiStéfano. Nada menos. Es un jugador de los que siempre se necesitan en un club. Con los años retrasó su posición y se convirtió en ese centrocampista generoso en el esfuerzo que toda plantilla precisa. Tan generoso fue Grosso que con sus goles salvó al eterno rival, el Atlético de Madrid, del descenso. Porque entonces el rival era el Atlético de Madrid. Para nada lo era el Barcelona. Eso llegó después. Ese día se retiraba y el Madrid se presentaba ante su afición con Jensen, danés nacido en Suecia, como principal atención. Ese año también se había fichado a Guerini, que venía del Málaga.
Lo primero que me impactó fue la mole del Bernabéu. Esas inmensas gradas grises. Recuerdo que apreté la mano de mi padre. Temía perderme. Una vez en la grada, supongo que del tercer anfiteatro, respiré. Había conseguido no perderme. Primer objetivo cumplido.
No recuerdo si había mucha gente. Creo que no. Sí recuerdo que mi padre dijo:
-Vamos detrás la portería.
Y allí vimos el partido.
Y allí aparecieron los dos equipos: el Slavia con una camiseta mitad roja y mitad blanca. Me fascinó. Era distinta, extraña. Un elemento que añadía más fuerza al mito. Esa gente tenía que ser invencible.
Y saltó el Madrid, con Grosso con brazalete de capitán. Y con el rubio Jensen cerrando la fila. Era su presentación oficial. Venía del Borussia Moënchengladbach, el equipo de moda en aquellos tiempos, el club del que había venido Netzer y cuya plaza de extranjero ocupaba; del que vendría Stielike, y en el que jugaba Heynckes, ese señor que, andado el tiempo, sería el técnico de la Séptima. Jensen era un media punta con bastante gol. De hecho el tridente que formaba con el susodicho Heynckes y con su compatriota Simonsen, que luego fue al Barcelona, sembraba el terror en todos los campos de Europa. El Madrid pagó unos 50 millones de pesetas de la época por él y esa noche fue la estrella absoluta.
No recuerdo si Grosso dejó el campo casi al final de la primera parte o al principio de la segunda. Porque yo sólo tenía ojos para Jensen.
-El rubio es bueno.
Yo estaba en la edad en la que no había más autoridad que la de mi padre. Y ni el propio Miljanic sabía más que él. Si mi padre decía que Jensen era bueno es que lo era de verdad. Y es que les hablo de un hombre, mi padre, que tenía una cualidad mágica: adivinaba el resultado sólo con ver el saque de centro.
-Buf, estos pierden hoy.
Decía. Y se equivocaba muy, muy poco. Su margen de error era mínimo. En serio. Mantuvo esa capacidad hasta el final de sus días.
Vamos, que el rubio había recibido la aprobación paterna, como el pretendiente que se presenta por primera vez en casa de la novia. No había nada más que decir. Y lo cierto es que el rubio aquella noche dio motivos para el optimismo: dos goles y dos o tres remates al poste. Y el temible Slavia de Praga que se fue para su tierra con un 4-1 en contra inapelable.
-Nosotros somos el Madrid.
Una frase que junto a los goles de Jensen provocó mi segundo debut de aquella noche: el de nefasto pronosticador, pues me fui a casa feliz, exultante, convencido de que ese año arrasábamos a todos los rivales.
Y aquella campaña terminamos novenos.
La peor clasificación del Madrid desde 1951.
Y de ahí somos vikingos.
Nunca he conseguido encontrar en youtube un gol maravilloso que marcó Jensen, creo que al Oviedo o al Sporting, con un disparo con el exterior del pie que hizo una rosca brutal y entró por la cruceta. ¿Alguien lo recuerda?
Contra el Sporting en el Bernabéu creo que marcó el 1-0, temporada 78/79? Pudiera ser?
Pudiera ser. A ver si algún día aparece por ahí el vídeo. Muchas gracias.
Artículo con sabor a partidos de chapas, a autógrafos de Santillana y Pirri y a bocadillo de salchichón a las seis. Afortunadamente conservo los autógrafos.
El fútbol de mi infancia, José Manuel. Qué tiempos.
Yo también estuve ese día y me pareció el mejor jugador que había visto nunca. Menudo debut.
Volví a Valencia conmocionado. Desde ese dia ningún jugador me parecía bueno.