Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Ahora que corren peligro, casi todo el mundo clama contra la posibilidad de una nueva cancelación de la cena de Nochebuena. Los mismos que durante años sepultaron en un alud de lamentos a quien quisiera escucharlos los días previos al evento, hoy se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de un nuevo sabotaje. Aclaro que no se trata de una observación hecha desde la superioridad moral: yo mismo, pecador, confieso haber incurrido en caprichosas quejas que hoy adquieren la categoría de ridículas. Sin embargo, a estas alturas de la película de terror estrenada en 2020, quién no ha aprendido a apreciar los villancicos desafinados, los arranques entusiastas de afecto desmesurado e incluso, horresco referens, las charlas de política. Y, por encima de todo, aquellos temas hacia los que desviábamos sin disimulo la conversación cuando parecía necesario distender el ambiente; el fútbol, ese eterno salvavidas.
Un 24 de diciembre nacía en Orense Miguel Ángel González Suárez, guardameta legendario del Real Madrid. Si algunos se atreven a afirmar que ha habido que esperar hasta la llegada del AVE en 2021 para acabar de una vez por todas con la Galicia aislada y brumosa que describía Valle-Inclán, uno se imagina 1947 como la mayor de las carestías. Quizá ese lejano origen influyera en la austera idea que mi mente, que alberga recuerdos futbolísticos propios solo a partir de varios lustros después de su retirada, había construido acerca de él. Todo ayudaba, desde luego, e incluyo su imagen: el bigote, su seria firmeza en las fotos de los cromos, su alabada capacidad de blocar antes que despejar, su hierática elegancia a la hora de afrontar una rivalidad por el puesto con García Remón… Lo vislumbraba como un portero sobrio, ajeno a cualquier arabesco o gollería, concienzudo, aplicado, poco palomitero. En un probable exceso ficcional, acostumbrado a considerar a los futbolistas del Madrid como personajes literarios, yo tendía a confundir carácter con estilo de juego. Y, cuando en la cena de Nochebuena salía el recurrente tema de la portería blanca durante la etapa final del casillismo y aparecía el nombre de Miguel Ángel, al verme en minoría como férreo partidario de Iker -palomitero por antonomasia-, ubicaba espontáneamente al gallego en el bando de los adversarios: un sempiterno ejemplo de las virtudes que le faltaban al héroe de mi infancia. Quién en su sano juicio podía preferir la aburrida frugalidad funcionarial frente a las fascinantes condiciones marvelómanas del mostoleño, le argumentaba a mis mayores mientras negaba con el arrogante dedito de la juventud. Mucho se habla de los cuñados en estas fechas pero qué desapercibidos pasan, ay, algunos sobrinos.
Con el tiempo, mi afición a la hemeroteca me permitió ver algunos partidos de Miguel Ángel, revisitados ahora para este artículo, y hube de comprobar azorado el vergonzoso error causado por mis prejuicios. Resulta que el arquero, apodado el gato de Ourense –el mote ya daba pistas-, constituía un derroche de plasticidad y espectacularidad para la época, y hasta tuvo problemas por esas características con Miguel Muñoz, más partidario de la contención y bastante escéptico con sus 174 centímetros de altura. De modo que aquel a quien yo había imaginado poco menos que como a un burócrata de la portería en realidad se trataba de un guardameta ágil y atrevido, hasta sospechoso de saltimbanqui para los más ortodoxos. Y alguien que representaba la posibilidad de aglutinar también el resto de dones que puede poseer un portero: su gusto por las estiradas no reducía su habilidad en el blocaje, acción poderosa y a la vez símbolo de la sobriedad, obtenida gracias a sus pinitos en el baloncesto, y que he valorado mucho más con el paso de los años. Bastó escarbar un poco para dejar en entredicho mi gratuita opinión previa; toda una cura de humildad para cualquiera que pretenda analizar la realidad alejándose de los clichés. Al final, y esta es una metáfora especialmente apropiada para estos tiempos, los prejuicios son como la temperatura: cada cierto tiempo conviene medírselos para evitar el contagio. Bien de virus o bien de estupideces.
En la próxima cena de Nochebuena comme il faut volverá, cómo no, a salir el tema de la portería madridista, entre canapés. Es muy probable que, llegados a este punto, sean los más pequeños de la familia quienes me encuentren entre los prosélitos de Courtois, severo y monumental icono de dos metros que hace de la concentración y la seguridad las claves de su despótico dominio del área. Alguno me dirá que el tiempo te modifica la perspectiva y los valores, o que la edad matiza la vehemente altivez de la adolescencia. Quizá. Aunque puede que, simplemente, uno haya aprendido a valorar lo bueno de lo que tiene en cada momento. Para evitar la desagradable circunstancia de tener que hacerlo una vez después de perderlo.
Feliz cumpleaños a Don Miguel Ángel, y Feliz Navidad a todos.
Miguel Ángel y Agustín, la primera dupla de porteros que yo conocí en el Madrid de Juanito, Santillana, Camacho, Gallego, Stielike, no sé si ya Chendo... Me da que hubo una temporada que se alternaron en la titularidad los dos porteros, o así lo recuerdo yo.
Creo que confunde Agustín con García Remón, el Gato de Odessa.
Pues he estado comprobando y de hecho coincidieron los tres bastante tiempo. Pero no sé, tengo yo ese recuerdo de verles alternarse en la portería a los dos citados. Puede que fuera la temporada 81-82, la primera de la que tengo uso de razón futbolístico, viendo la serie de Naranjito y coleccionando cromos del mundial.
Muy buen portero del que yo al menos tengo un gran y cariñoso recuerdo.
Al leer las primeras líneas estaba escandalizado… Miguel Ángel un portero sobrio!!. Luego lo he entendido todo. Yo le vi poco, era pequeño pero mi padre siempre habla de él como un guardameta espectacular y muy palomitero. Ese es el recuerdo que yo tengo. En el Bernabéu siempre se le tuvo mucho cariño, bastante más que a Agustín. En aquella época se preferían porteros bajos pero muy ágiles. Todo lo contrario que ahora. Lo cierto es que no tuvo mucha suerte pero es indudable que ocupa un rincón en el corazón de todos los madridistas.
Para mi el mejor portero del Real Madrid, después de Casillas. Pero ahora que veo que todos los porteros despejan el balón, echo de menos a este porterazo que se quedaba con el balón en las manos
Yo he visto desde Betancort hasta Courtois y para mi Miguel Angel ha estado siempre en lo más alto era un gran guárdame y una excelente persona con la que tuve la gran suerte de poder hablar con él. Como he leído le falto suerte.Feliz cumpleaños y felices fiestas para todos¡Hala Madrid!.
La mejor parada que he visto en el fútbol es a Miguel Ángel, jugando con la Selección contra Austria. No sólo fue una parada espectacular, sino la forma de blocar el balón. Impresionante. Ahora los porteros no blocan, despejan. Qué gran portero.
Porterazo, una leyenda bajo los palos del RM y un caballero.