Se ha extendido entre un sector del madridismo la idea de que, tras lo de Mánchester -no hace falta dar más explicaciones: lo ocurrido hace unas semanas ha convertido la industrial ciudad británica en uno de esos sitios sellados a un acontecimiento más relevante que el propio lugar, como las Termópilas o Palomares-, el corazón blanco de los muchachos de Ancelotti ha necesitado de un respiro. Agotados por el inmenso esfuerzo y concentración requeridos, y acaso también un punto ahítos, supuestamente se habrían dejado llevar en los siguientes encuentros. De ahí que se venciera al Barcelona con un punto de condescendencia, con el pie ligeramente levantado del acelerador -pese a que, homenajeando aquella campaña de los ochenta contra el abandono animal, semejante actitud jamás hubiera sido recíproca: ¡ellos nunca lo harían!-, que se acudiese a San Sebastián sin apenas disimular los bostezos y, lo que quizá resulte más discutible, se contemporizase en algunos momentos del partido de Múnich.
Más allá del grado de verosimilitud de la teoría, sorprende un poco la vehemencia de algunos reproches. Llegados a este punto, incluso un servidor, que se pasa la vida subrayando el carácter inconformista del Madrid como su principal seña de identidad -aquello del inconformismo como zona de confort, un Sísifo que amase la piedra, etcétera, etcétera-, se ve obligado a poner las cosas en contexto. Al fin y al cabo, en la vida conviene no confundir las causas con sus efectos. Una cosa es valorar la voracidad como el mejor propulsor para la consecución de los objetivos y otra muy distinta convertir la voracidad en un fin en sí mismo. Un madridista se caracteriza por la avidez en el día a día, por supuesto, pero solo en la medida en que esa avidez lo acerca a los altos estándares de exigencia establecidos. Es decir, a los títulos, cuyo logro constituye el auténtico propósito. A ver si ahora, después de hacer tantas chanzas con todos aquellos fundamentalistas que colocan otros parámetros por encima de la victoria, vamos a caer nosotros en la misma tentación. El ansia como combustible está muy bien; pero ansia para qué, que diría un tal Ilich Uliánov.
En cualquier caso, no se trata de una cuestión del todo novedosa. No en vano, en la otra sección con solera del club se ha vivido un debate similar durante los últimos meses. Tras un arranque fulgurante, el nivel del juego del equipo de baloncesto descendió con el inicio del 2024, si exceptuamos el solvente paréntesis de la Copa del Rey, conquistada de forma incontestable. A lo largo de la infinidad de partidos que abarrota los disparatados calendarios de las ligas regulares nacional y europea, el Madrid ha ido con el freno de mano puesto jornada sí y jornada también. Como era esperable, se especuló profusamente con las causas: si se debía a un excesivo envejecimiento de la plantilla, si a un listado demasiado extenso de jugadores sin renovar y por tanto distraídos, si a un entrenador poco dotado para una cohorte de estrellas -no podía faltar el argumento estrella-… Hasta que ha llegado el momento crucial y el equipo ha aplastado al Baskonia en el play-off para colarse en su décima Final Four de las últimas trece. El ejercicio de calculada contención ha quedado personificado especialmente en la figura del Chacho: aparentemente sin piernas durante más de medio año, ha vuelto a renacer en primavera para regalarnos los mejores minutos de la temporada. Como ya hiciera en la Euroliga pasada, de la que fue uno de los principales artífices gracias a una serie de legendarias actuaciones contra el Partizán, el Barcelona y el Olympiacos.
En definitiva, llega mayo y solo dos partidos separan a nuestros equipos de sendas finales continentales. De nuevo es la hora de la voracidad. En realidad nunca se fue; únicamente ahora toca otra vez demostrarla de manera explícita. Cantaba Bruce Springsteen en Dancing in the dark que, a punto de morir de hambre esa noche (Hey, baby, I’m just about starving tonight), se moría por algo de acción (I’m dying for some action) y necesitaba una reacción de amor. Y no hay mayor historia de amor que la existente entre el Madrid y la Copa de Europa. Un amor insaciable, ávido, ansioso. Un amor voraz.
Getty Images
Buenísimo.
Es cierto, no hay mayor historia de amores.
Impresionante documento. Tremendo, total, brutal, fuera de lo normal.
Me descubro, sombrerazo-barretinazo. Me retiro el bisoñé.... las meninges...me quito el cráneo.