Hoy que es el cumpleaños de Beckham, recuerdo la primera imagen que se me quedó grabada de él. No es con la camiseta del Madrid. Supongo que es una de esas jugadas (no quiero volver a verla por si se rompe el hechizo) como aquellas de McManaman en el Liverpool por las que yo suspiraba. Por entonces, el misterio de lo extranjero aún permanecía. El Liverpool era el Liverpool y el Manchester era el mejor equipo del mundo, o eso pensábamos con amable inocencia hasta los del verdadero mejor equipo del mundo.
Aquella imagen de Beckham fue una instantánea de poder. El inglés atrapó un balón que venía por alto al borde del área rival. En realidad, no lo detuvo, sino que, al mismo tiempo que cayó sobre su pie izquierdo, lo desplazó vertiginosamente hacia el lado derecho, y luego volvió a hacer lo mismo otra vez hacia el izquierdo, casi parado, casi sin avanzar, mientras a su alrededor iban derrumbándose los defensas contrarios como piezas de bolos.
Creo que lo repitió una tercera vez, derribando hasta el último defensor en pie, para procurarse un gol despampanante con su derecha única y con el portero grogui de tanto vaivén. Ese gol, que a lo mejor no es hoy tan impresionante como entonces me pareció, colocó a Beckham en un lugar preferente de mi imaginario, de un modo similar a cómo Florentino Pérez coloca en el museo del Bernabéu Copas de Europa.
Años después, Florentino lo trajo al Madrid para culminar su memorable póquer de galácticos. Recuerdo también las imágenes deslumbrantes de David con su coleta y su sonrisa y su chaqueta blanca. Madrid fue Hollywood aquel día. O el festival de Cannes o el de Venecia. Yo pensé que era lo único que le faltaba al Madrid y allí estaba, como si hubieran abierto canales para llegar en elegantes motoras de madera por el Paseo de la Castellana, o hubiera regresado aquel Madrid por el que se dejaban ver Orson Welles o Ava Gardner.
Los cuatro años de Beckham en el Madrid fueron los años decadentes de aquel equipo formidable, al que vino a salvar Capello de urgencia para darle a David el título importante que le faltaba como jugador del Madrid. Después se fue como si nunca hubiera estado, aunque estuvo suficiente tiempo y bueno. Aún recuerdan en el hotel Santo Mauro, donde vivió durante una temporada, cómo jugaba en el recibidor o en el salón con sus hijos y saludaba a todo el mundo como un vecino agradable y sencillo.
Hay una suerte de reserva en los jugadores británicos que llegan al Madrid. Da la impresión de que el Madrid fichaba estrellas que al venir disminuían su brillo voluntariamente. Yo nunca vi en el Madrid a aquel Beckham que una vez, de un ramalazo impresionante, destruyó a un equipo entero en unos segundos. Pero tampoco me importó.
Es como si David hubiese preferido un gregarismo seguro y leal, cortés y afable. Incluso humilde. Esa humildad latente, esencial, siempre me encantó. Beckham es historia del Madrid (siempre podremos decir que ese pie derecho fue nuestro) quizá no como lo fueron otros grandes jugadores, pero sí como si hubiera pasado por aquí Frank Sinatra (Frank no era él sino ella) el tiempo justo de encontrar a Ava y volverse a Los Ángeles.
Beckham , un jugador excelente. En el Real Madrid ofreció un rendimiento fantástico. Por la exquisitez de su fútbol y, muy importante, porque el tío demostró humildad sobre el terreno de juego; fuera del campo, no lo sé, dicen que también...pero, no me importa. De los futbolistas, me interesa lo que hacen en el terreno de juego.
David Beckham, mientras estuvo en el Real Madrid fue un señor, dentro y fuera del campo. Y un gran profesional. Siempre me gustó este jugador. Nada endiosado, pese a todo lo que le rodeaba.
Muy pocos comentarios hay, yo no he visto ninguno, en el que se nos muestre a David Beckham como un maleducado, o como alguien irascible
En la línea de lo expuesto por los camaradas; yo situaría al humilde pero rico David Beckham en el contexto de una especie de “Novecento” (Bertolucci) actualizado. Y sería el nexo de inión entre Olmo y Alfredo, los 2 principales protagonistas del citado film.
... nexo de unión.
Muy buena analogía