Llamémosla Daryna. Vivía en un bloque bajo de un extrarradio humilde que podría ser el de cualquier ciudad. El edifico crecía a distancia variable de otros bloques. Parecía haber brotado de la tierra sin orden ni concierto, como la maleza desordenada que los circundaba. En la fachada desconchada raleaban algunos grafitis ininteligibles.
Comunicarse con ella era misión casi imposible, pero resultaba grata la incomunicación contra esa sonrisa. Nos encontramos con una mujer menuda, vivaracha y solícita. Con gestos torpemente universales le expresamos nuestro agradecimiento. Costó más hacerle entender que, habiendo despegado de Madrid a las dos de la madrugada, lo único que necesitábamos en ese momento era dar una cabezada en cualquier sofá o silla antes de lanzarnos a las calles para bebernos todo el prepartido. Tenía ojos de un color azul oscuro radicalmente imposible.
La historia es conocida. Los hoteles de Kiev habían disparado sus precios a niveles grotescos, aprovechando sin escrúpulos la alta demanda a resultas de la Final, y los habitantes de Kiev, los propietarios de viviendas en muchos casos muy modestas, se habían organizado via redes sociales para reaccionar ante el atropello. No estaban dispuestos a que la imagen de hospitalidad y simpatía del pueblo ucraniano quedara maltrecha por la avaricia de unos pocos hoteleros. Cientos de ciudadanos de Kiev ofrecieron alojamiento gratis a los madridistas que peregrinaran a su ciudad. Daryna era uno de ellos, y nosotros (Lucía, Jorge, Carlos y yo) constituíamos uno de esos grupos de viajeros afortunados.
Al despertar de la cabezada, Daryna insistió en que desayunáramos. Había preparado café, tostadas y borsch. A duras penas nos hizo entender que no podíamos marcharnos de Ucrania sin haber probado el borsch. Se movía con una sonrisa nerviosa de un lado a otro de la cocina. Un observador neutral habría concluido que ella se sentía más afortunada que nosotros, que era a ella a quien le había tocado la lotería. Quería agradarnos de manera compulsiva. Mientras nos preguntaba por señas si queríamos mantequilla, nosotros asentíamos y seguíamos hablando del partido que podía esperarnos. En unas doce horas, nos estaríamos llevando las manos a la cabeza con la chilena de Bale, justo en aquel fondo, pero en ese momento todo era una incógnita, todo era gozosa incertidumbre. Todo menos la hospitalidad denodada de Daryna, llamémosla así.
Ella también tenía que ir hacia el centro. Las dificultades de comunicación hicieron imposible indagar más sobre su vida, obtener respuesta a tantas cosas que nos intrigaban. Por ejemplo, su generosidad y la de tantos otros. Únicamente Carlos, que había pasado también en su casa la noche anterior, había tenido acceso a una serie de detalles a través de la hija de Daryna, que hablaba inglés. Por lo demás, Daryna, llamémosla así, es una incógnita prodigiosa.
Sí, ella también tenía que ir hacia el centro. No cabía en nuestro taxi pero daba igual. Ahí el lenguaje de gestos es también inequívoco. Primero remisa y luego divertida, convenció al taxista impertérrito de que por una vez no pasaba nada. Tal vez aludió a lo especial del día, es la Final, amigo, es una jornada festiva. El hecho es que nos dejó subir en tropel, y ahí se hizo la foto para la historia. Daryna muerta de risa junto al conductor ejecutando un selfie apelotonado. Por las calles se insinuaban ya duelos de cánticos entre los de blanco y los de rojo y nosotros éramos felices. La Plaza de Todos los Monumentos Posibles (así me contaron que la llamaban los expatriados) estaba cortada con ocasión del evento, pero el taxista dejó a Daryna en una calle adyacente.
Se bajó del coche entre decenas de thankyous que parecían revitalizarla extrañamente. Antes hubimos de forzarla a aceptar un modestísimo dinero. De hecho, no recuerdo si lo aceptó. Desde fuera del taxi ensayó una suerte de reverencia, dio media vuelta y se marchó para desaparecer del paisaje de mi vida, alguien diría que como desparecen tantas y tantas gentes si no fuera porque sabemos que ella ingresó en otro plano de desaparición distinto.
O quién sabe si no. Hemos podido conocer que anoche durmió en el suelo de un cuartucho, cerca de la frontera con Polonia, acompañada por su hija y por sus padres. La dignidad de un sofá sobre el que reposar, exhausta, la usurpamos nosotros el 26 de mayo de 2018, una mañana cualquiera de la alegre primavera del Madrid.
Fotografías: Getty Images
Hermoso artículo. Deseemos lo mejor para el pueblo ucraniano. Que cese la injusticia y los disparos.
Que manera de escribir Jesús! Suerte para la familia
Gracias por este artículo Jesús, me ha conmovido profundamente. Le deseo la mejor de las suertes a Daryna y su familia.
Excelente artículo, Jesús. Maravilloso. De esas líneas que hacen que odies aún más la guerra, y te llevan a recordar que son los civiles los que menos culpas tienen y los que más sufren.
Un abrazo del tamaño del mar.
PD: Necesitamos una final de UCL en Palestina y otra en Yemen...
Magnífico artículo,todavía quedan personas hermosas en el Mundo
Y por eso Dios en su infinita Misericordia,no nos destruido como hizo con Sodimac y Gomorra.
Carlos Santandreu Muñoz
Socio número 1057 del Real Madrid C.de F.
Bufff… los pelos como escarpias…. Precioso artículo
Una maravilla….
Un caballero español es lo que es, don Jesús .
Sr. Jesús Bengoechea gracias por mostrarnos su sensibilidad en este artículo.La gente de bien habla el idioma universal de la solidaridad sin fronteras. Ese idioma no se habla con la boca, sino con el corazón que hace mover las manos, y todo el cuerpo para transformarlo en acciones que ayuden a otro. Por las Darynas y sus familias ucranianas una fuerte oración de este corazón blanco uruguayo.