Dame un minuto: Quemar las naves

La FIFA debería inhabilitar a Didier Deschamps, por el delito continuado de robar al fútbol lo mejor del fútbol. Un partido contra un equipo serio, Alemania, basta para demostrar a cualquiera no cegado por sus prejuicios lo que significa para el espectáculo una dupla Benzema-Mbappé.

Pocos atacantes entienden el juego con la fluida inteligencia de nuestro Karim Benzema, y menos cuentan con las habilidades técnicas para convertir esa comprensión superior en actos irreparables por las defensas. No conozco delantero con la potencia y la velocidad de Kylian Mbappé y la precisión en la definición capaz de transformar en movimientos del marcador esa energía cinética. Cada uno multiplica el valor de las virtudes del otro, porque las puede aprovechar mejor que nadie.

Lo vemos nosotros, y también lo ve Al Khelaifi. La idea de una sociedad estable, que a lo largo de la temporada desarrolle las virtudes de ambos, traduciéndolas en nuevas capacidades, se vuelve necesidad en el corazón. La diferencia entre nosotros y el profeta del fútbol modesto es que, por mucho que su fontanería apeste como la sentina de un petrolero, sabe que esa compañía estable no tendrá sede en Paris.

Y entonces sugiere en twitter Jesús Bengoechea que «de poderse», ficharía a Mbappé. Y opino que «hacerlo posible» es «deber» de la gerencia. Y su moderación me repara: «intentar por todos los medios hacerlo posible». Y mi radicalidad contesta : «Hacerlo.»

Palabra de radical. No de desequilibrado que construye su personalidad en las redes poniendo a parir igual lo que no se puede y lo que no se debe, como si fueran lo mismo. Palabra de radical florentinista. De quien no retira su apoyo a Florentino Pérez cuando se equivoca —la comunicación de la Superliga, y vaya usted a saber—, porque aprecia en su actuación un rasgo esencial de continuidad: la valentía.

La misma con la que a sacó a los nazis del Bernabéu. Con plena conciencia de que compraba la declaración de guerra de un colectivo organizado que hasta entonces solo le había besado la mano. De que se fusionarían con sus enemigos mediáticos para confundir a los socios, difamándole con que trataba de silenciar la crítica, que hasta el día en que les puso en la calle nunca le habían hecho, salvo que se tuviera por tal su imbecilidad patriótica de pedir a Morata el día que iba a lanzar un penalti Benzema.

Pocos atacantes entienden el juego con la fluida inteligencia de nuestro Karim Benzema, y menos cuentan con las habilidades técnicas de mbappé para convertir esa comprensión superior en actos irreparables por las defensas.

Valentía es el rasgo decisivo del momento. El fichaje de Mbappé, lo he dicho, incrementa la utilidad marginal de la plantilla del Madrid jugador por jugador. Incluso el del que no quiera que los demás se bajen el sueldo para traerle. Pero exponencialmente el de Benzema. Hay ocasiones muy puntuales en la historia en las que estar a la altura no permite mirar para atrás, que a veces significa mirar hacia adelante de las hojas de cálculo, a las previsiones contables. Son ocasiones solo para valientes. La de la guerra por Di Stéfano, cuya victoria cambió la historia del Madrid.

Así que no. No quiero que mi Presidente intente por todos los medios hacer posible que Mbappé se una a nosotros. Quiero que lo haga posible. No quiero que encienda un fuego para calentar nuestra frustración en el rescoldo de las brasas. Pasa una vez en la vida. Toca quemar las naves.