Iba a escribir sobre las obsesiones de Kike Marin, pero no me apetece hablar de Florentino Pérez.
¿Para qué hacer perder un minuto al lector con un sujeto que no tiene otro interés que su obsesión? Advertido queda el lector de buena fe, por si no quiere perder un minuto, de que a partir de ahora aquí se habla de la nada, de uno que viaja de la nada a la nada, pasando por la nada.
Ser intelectualmente honesto es no hacer trampas a los lectores. No intentar engañarles comparando, como si fueran homogéneos, conceptos heterogéneos. Audiencias de televisión en abierto con mercado de televisión de pago, por ejemplo. Lo digo solo por si acaso, que incluso haciendo parte de la campaña que intenta disfrazar con la Eurocopa la falta de demanda de nuestros entrañables Elche-Albacete, no parece probable que nadie se atreviera a tanto. Los lectores no son imbéciles, y obrar así sería tratarles como imbéciles. Y podrían, claro, acabar preguntándose a sí mismos: ¿Qué imbécil se atreve a tratarme como si fuera imbécil?
Si una característica define a Marin, por encima de su rabioso antimadridismo, es su absoluta intrascendencia. Su incapacidad para llegar a nadie que no sea un militante de su propia rabia
Un portanálisis ya expuso la lógica perversa, o pervertida, de Marin. Eran tiempos en que oíamos campanas sobre el nuevo coronavirus, y no sabíamos ni imaginar la que se nos venía encima, porque de saberlo, el portanalista jamás le habría comparado con el coronavirus.
Y es que si una característica define a Marin, por encima de su rabioso antimadridismo, es su absoluta intrascendencia. Su incapacidad para llegar a nadie que no sea un militante de su propia rabia. Sus propósitos serán malignos, pero su veneno se cura con un vaso de leche desnatada. De haber conocido su obsesiva relación con Florentino, Antístenes habría precisado mejor esa bella paradoja cínica que advierte a «los que quieren salvarse» que «necesitan amigos auténticos o enemigos ardientes». Por ardiente que sea, un enemigo poco inteligente es un adulador. Algo completamente sin provecho. La nada.
Fotografías Imago.
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