¿A cuántas personas conocen ustedes que cumplan años tal día como hoy? ¿Cuántas de ellas son madridistas? Habría que echar mano del conocimiento estadístico de Sheldon Cooper para calcular qué probabilidades hay de que existan madridistas nacidos el 24 de mayo. Como ya habrán comprobado los lectores de La Galerna, no es cualquier fecha.
Hoy cumplen años dos de nuestras queridas ‘Orejonas’: la Octava y la Décima. En estos tiempos extraños de confinamiento; de fútbol parado y el que no lo está, frío y con eco, el baúl de los recuerdos se convierte en un recurso para aliviar nuestra sed de pasiones balompédicas.
Y como de recuerdos va la cosa, voy a tratar de escribir utilizando el recurso de mi (ya corta) memoria. Doy mi palabra de no utilizar hemeroteca alguna, ni Google, porque quiero basar estas líneas únicamente en emociones. Solo las imágenes de mi mente, esas que vienen cerrando los ojos y deleitándome con su mera vivencia.
Tengo mal recuerdo de la temporada 1999-2000, en cantidad y calidad. Aquel año se antojaba raro con el fichaje de un francés introvertido —Anelka— de dudoso rendimiento y una nueva crisis en el banquillo con la llamada a Del Bosque para sustituir a Toshack. El equipo no andaba fino intramuros, y extramuros el principio tampoco fue mejor.
Si la memoria no me falla, el Bayern fue rival del Madrid en alguna de las fases de grupos y, posteriormente, en semifinales. Creo recordar que en los dos partidos del grupo salimos algo escocidos. Sin embargo, en semifinales la cosa cambió.
Vuelvo a España para resumir cómo andaba la cosa y cito a un tuitero: “Hace 20 años el Depor ganó la Liga, a 5puntos de Barça y Valencia, Zaragoza 4o, el Madrid fue quinto, bajaron Betis, Atlético y Sevilla. El trofeo Zamora fue el portero del Alavés y el Pichichi el delantero del Racing. La Copa la ganó el Espanyol.Como hemos cambiado…” (SIC). Ya he dicho que nada de Google, pero es la única referencia externa que pienso utilizar.
Había que ganar la Champions sí o sí. Y, para colmo, en el otro lado del cuadro venían Barça y Valencia apretando fuerte. Había canguelo, no lo voy a negar. En Alemania no se ganó, pero se dejó un gol para la esperanza marcado por Anelka a pase de Savio. El francés la pegó con el lóbulo de la oreja, casi más que con la cabeza, pero fue gol.
Anelka volvería a marcar en la vuelta, en el Bernabéu, y sería decisivo en la eliminatoria. Recuerdo verlo con mi hermano en la grada. Un madridista entró algo tarde al estadio y nos preguntó: “¿Cómo van?”. “Acaba de marcar Anelka”, respondimos. Su cara y el taco que soltó lo resumirían todo, si lo vieran ustedes ahora.
Lorenzo Sanz estaba eufórico esa noche en las radios. El madridismo también. Era otra final en dos años. Aunque se le escapó un poco de canguelo, creo que fue en El Larguero: “Si le dijeran que el Madrid va a ser campeón seguro, ¿qué rival prefiere?”, le preguntó De la Morena. “El Barça”, respondió sin pensárselo. “¿Y si no es seguro?”, la repregunta… y la respuesta fue tan sincera como reveladora: “ El Valencia”.
Pero nadie nos quitaba la ilusión. Además, aún teníamos en la retina la exhibición en Old Trafford en cuartos con el taconazo de Redondo. Del Bosque había recompuesto un equipo roto, con una solución táctica que parecía ramplona a simple vista, pero efectiva. Un falso 5-3-2 con Míchel Salgado y Roberto Carlos de carrileros largos.
Y llegó la final. Al Valencia de aquellos años, uno de los mejores de su historia, se le respetaba, pero no se le temía. Que tiemblen ellos, como cualquiera que tenga al Madrid enfrente en una final de Champions. Los goles de Morientes, McManaman y Raúl solo certificaron el vendaval de juego que se vio sobre Saint Denis.
Fue una Champions distinta, con sabor añejo, pero que al llegar en medio de una temporada algo rara no se celebró igual que la Séptima. Esta tuvo el regusto de la alegría contenida durante treinta y dos años.
Algo menos, pero siempre demasiado tiempo, tuvimos que esperar entre la Novena y la Décima. Llegó el 24 de mayo de 2014.
La temporada no fue comparable a la de catorce años atrás. El Madrid de Ancelotti era un señor equipo y si no ganó el triplete fue por momentos puntuales en Liga, donde se descolgó en un último tercio algo irregular. Las sensaciones antes de Lisboa eran mejores que en 2000 antes de París, por lo menos en mi memoria.
Y, de pronto, a Íker se le fue el ‘Santo’ al cielo. Estábamos varios trabajando en la redacción —¿de dónde?, secreto— y no dábamos crédito. Pasaban los minutos y decíamos “No puede ser” en voz cada vez más alta, “¿El Atleti? Vamos no me j…”. Los de Simeone venían de certificar la Liga en el Camp Nou y eran la gran esperanza del antimadridismo universal.
Pero llegó el minuto 92’48’’. ¿Cómo será para que un 1-1 sea más recordado que los siguientes goles? Sergio Ramos empezó a ganarse mi respeto como futuro capitán y el de su antecesor. Pobre Íker, le recuerdo queriendo renunciar al honor de recoger el trofeo en favor de su compañero y amigo. Luego le cedería ese honor en Cibeles, vistiendo el cuello de la diosa con la bufanda.
Recuerdo el vídeo que difundió el club con celebraciones por todo el mundo: los niños de Serbia, la novia dando saltos en su propia boda… en plena era de las redes sociales, se hizo viral un timelapse con el mapa de calor de Twitter antes, durante y después del gol de Ramos. Un periodista se atrevía a airear sus colores en RTVE. Y la canción…
Historia que tú hiciste, historia por hacer. Vaya dos regalos de cumpleaños. Felicidades y gracias, Real Madrid Club de Fútbol.
¡ Olé !.
¡¡ HALA MADRID !!