Cuando se comete un presunto delito, todo el mundo, sea quien sea, tiene derecho a la presunción de inocencia, lo que viene a significar que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Sin embargo, empiezo a pensar que el FC Barcelona puede entrar perfectamente en una dimensión diferente. Al fin y al cabo, siempre ha existido, desde esa perspectiva tan única y curiosa que posee el aficionado culé, la concepción del equipo azulgrana como un club especial, diferente al resto. Más que un club. Estoy de acuerdo en esa parte. Es el único club que ha mostrado un absoluto desprecio por las leyes y normas de la competición en la que desde hace bastante tiempo participa con unas reglas diferentes a las del resto de equipos.
A lo largo de las últimas décadas, el Barcelona ha estado relacionado directa o indirectamente con una ingente cantidad de delitos o irregularidades entre los cuales destacan el cohecho, la corrupción sistémica arbitral, pagos a periodistas, compra ilegal de un órgano, fichajes fraudulentos, abuso de menores, inscripciones de jugadores y ventas de activos de dudosa fiabilidad e incumplimiento de sanciones deportivas. Incluso es el único equipo del cual he visto a un jugador recibir dos amarillas y no ser expulsado.
Y la lista podría seguir, pero voy a ser generoso con su tiempo. No sé si el Barcelona es culpable de todos estos “contratiempos”. Lo que sí sé es que, normalmente, cuando el río suena, agua lleva. Y aquí el ruido es tal que parece que lo que suena es una cascada. Por este aparente desdén del equipo culé hacia cualquier normativa que se le ponga por delante, coincido en considerar al Barcelona un club diferente al resto, y, como tal, ante cualquier noticia relativa a un posible delito consumado por el club azulgrana, me atrevería a instar a atribuirles una condición tan especial como ellos: la presunción de culpabilidad. Hemos llegado a un volumen tan exagerado de noticias referentes a irregularidades del Barcelona que, a estas alturas, la única conclusión lógica, esa a la que nos orienta el principio de la navaja de Ockham, es que son culpables de cada crimen con el que se les asocie. Independientemente de la inverosimilitud de dicho delito. Desde luego es más plausible eso que pensar que se trata de una conspiración contra el club presidido por Joan Laporta. Y desde luego, quitando bufandas, camisetas y colores, cuando uno ve a una entidad envuelta en tantísimos y tan turbios escándalos, el pensamiento lógico de alguien ajeno no apuntará precisamente hacia la inocencia de dicha entidad.
He decidido, con la misma desvergüenza que Laporta, acuñar el término “culerismo soicioilógico” para referirme a ese sector de la masa social culé que hace tiempo decidió abandonar nuestro planeta, demasiado puro, real y hostil para ellos, e inventarse la pseudorealidad en la que han decidido vivir
Escribía José María Olmo, periodista jefe de investigación de El confidencial, que el caso Negreira es el caso de corrupción más acreditado y burdo que ha visto jamás tras 18 años de pagos por 7,3 millones de euros al número 2 de los árbitros sin servicios que expliquen tales pagos. Con eso ya es suficiente para una condena y una revuelta. Este debería ser el pensamiento lógico de cualquier ciudadano de este país que haya asistido a la eclosión del caso Negreira y haya seguido mínimamente las informaciones relevantes del mismo. Sin embargo, el caso Negreira también ha servido para cerciorarnos de la consolidación de un fenómeno sociológico caracterizado por una capacidad inusitada de negación a la realidad. Si Joan Laporta tenía la desvergüenza de utilizar el término “madridismo sociológico” en su enésima y desesperada victimización en la que ha basado su penosa defensa (reconozco que tengo curiosidad por vérsela relucir delante del juez Aguirre), yo he decidido, con la misma desvergüenza que Joan, acuñar el término “culerismo soicioilógico” para referirme a ese sector de la masa social culé (no sé cómo de grande es, pero parece infinito) que hace tiempo decidió abandonar nuestro planeta, demasiado puro, real y hostil para ellos, e inventarse la pseudorealidad en la que han decidido vivir.
El culé socioilógico es aquel que se caracteriza por llamar al Real Madrid el equipo de Franco y acusar al equipo blanco de favores arbitrales mientras ellos le piden al aficionado madridista que le enseñen las pruebas de que el Barcelona pagó a Negreira para influir en los colegiados. No piensen ustedes que la conversación acaba cuando se le muestran los pagos a Enríquez, no. Como su propio nombre indica, el culé socioilógico no se mueve por la lógica. En ese momento, les pedirá las pruebas de cómo Enríquez Negreira pagó a un determinado árbitro para influir en un determinado partido. Cuando uno les muestra las conversaciones del hijo de Negreira previas a los partidos en el coche con los colegiados o le instruye acerca de cómo a través de las designaciones, ascensos, descensos o internacionalidades, el poder del vice del CTA era más que patente y tenía peso económico en sus subordinados (qué bien explicó esto Iturralde), la respuesta puede ser el silencio o la negación acompañada de insultos, el más suave de ellos conspiranoico.
El culé socioilógico es una paradoja en sí, pues cuando se le piden pruebas de que el Madrid era el equipo de Franco, a pesar de las numerosas informaciones que demuestran lo contrario o de que el Madrid tuviera comprados a los colegiados, curiosamente ya no son necesarias ya que “lo sabe todo el mundo”. El culé socioilógico es ese padre al que el profesor le dice que su hijo ha agredido a un compañero por tercera vez esta semana y le responde que es imposible, que su hijo es un santo y que habrá sido culpa de los otros chavales. Si necesitan comprobar que la existencia del culé socioilógico es real con sus propios ojos y no un animal mitológico surgido de mi malograda mente, aquí les dejo una muestra. En caso de que no les convenza, no tienen más que acudir al último tuit que hayan escrito Jesús Bengoechea o Ramón Álvarez de Mon para encontrar una buena jauría.
El culerismo socioilógico es un fenómeno absolutamente fascinante que tendría intrigados a los mejores psicólogos y sociólogos de este mundo si se decidieran a echar un vistazo a semejantes comportamientos, y precisamente por ello me gustaría tratar a partir de ahora este tema con la seriedad que merece porque, bromas aparte, este nivel de irracionalidad no debería ser normal en nuestra sociedad. La pasión, por un equipo de fútbol en este caso, no tendría que nublar el juicio no ya de una persona sino de un colectivo tan grande como puede ser la afición blaugrana. Quiero pensar que efectivamente no constituyen la mayoría de la muestra, pero el aluvión de opiniones radicales que aparecen en las redes sociales como reacciones culés a las noticias relativas a la corrupción de su club me sumen en un profundo estado de congoja. De verdad, piénsenlo, ¿cómo se pueden tener opiniones tan extremas y alejadas de la realidad incluso cuando se tiene la verdad, sustentada por pruebas irrefutables, justo enfrente? No quiero acudir a la falta de intelecto como base de esta tesis porque me resulta sinceramente impensable que una población tan grande peque del mismo defecto. Es sencillamente imposible. Dentro del culerismo socioilógico hay, estoy convencido de ello, gente muy inteligente a la que, sin darse cuenta ellos mismos, el discurso o relato culé ha calado hasta el punto de hacerles perder la perspectiva.
Piénsenlo, ¿cómo se pueden tener opiniones tan extremas y alejadas de la realidad incluso cuando se tiene la verdad, sustentada por pruebas irrefutables, justo enfrente?
La filósofa Hannah Arendt utilizó el término “banalidad del mal” para expresar que el mal puede realizarse casi de manera inconsciente, cuando una persona ha asimilado como real una circunstancia irreal, así como cuando una persona ha decidido delegar la tarea de analizar moralmente una situación en la persona que está por encima en su cadena de mando. “Si lo hace el presidente no es ilegal” (o inmoral). Un simple experimento como el de Milgram (un hombre pulsa botones para proporcionar descargas eléctricas a otro sujeto del que le separa un panel cuando este se equivoca en sus respuestas bajo la atenta mirada de una figura de autoridad, un médico o un alto cargo militar) sirve para demostrar que una persona puede castigar a otra simplemente porque la figura superior o autoritaria se lo pide. Únicamente porque está convencido de que la figura de autoridad en la que ha decidido creer tiene que tener un buen motivo para hacer lo que hace. Otro experimento social, mucho menos agresivo, que también explica comportamientos irracionales es el de Asch, en el que varios sujetos contestan en orden a una misma pregunta. El truco está en que sólo uno de los sujetos es el que realiza el experimento y el resto son cómplices. Las preguntas son muy sencillas, pero cuando todos los cómplices responden a propósito mal una pregunta dando la misma respuesta, el sujeto duda de su capacidad y, debido a la presión de grupo, elige la misma respuesta errónea que sus compañeros porque no van a estar todos equivocados salvo él, ¿verdad?
El culé socioilógico no piensa de la manera en la que lo hace porque naciera así o porque por ese camino le lleve su raciocinio, sino porque su pensamiento “futbolístico” ha sido moldeado a base de golpe ideológico. La prensa culé, que ha ido expandiéndose especialmente en las últimas décadas hasta dominar prácticamente la totalidad de la prensa española, siempre se ha caracterizado por promulgar un mensaje muy contundente y vehemente. Han pregonado desde el más exagerado de los victimismos hasta la pureza del único estilo de juego digno de este deporte (primero el cruyffismo y más tarde, su última y perfeccionada mutación, el guardiolismo) y han incidido tanto en sus mensajes que, al ser prácticamente lo único que escuchaba el aficionado culé, es en lo que ha acabado creyendo ciegamente. Como en lo experimentos de Asch o Milgram, el culé socioilógico vive entregado primero a una presión de grupo generada por una prensa, unos youtubers y unos twitcheros que le cuentan unas mentiras mucho más apetecibles que la realidad que le dicen sus enemigos, los madridistas y su infinidad de pruebas y estadísticas sospechosamente anómalas; y, segundo, a unas figuras de autoridad en las que creen con fervor y que comparten esos mensajes en los que siempre han creído como un aficionado más, hoy reflejadas más que nunca en un presidente que pronuncia esos discursos tan histriónicos y victimistas que coquetean con los límites de los delirios de persecución que tan bien caen en la masa social culé. A todo esto se suma la primera parte del efecto Pigmalión que todos los aficionados de todos los clubes tienden a ejecutar: pensar siempre en lo mejor de los suyos. Para el culé, Laporta es el mejor presidente del mundo, Messi el mejor jugador de la historia, Mascherano nunca hizo ningún penalti y Luis Suárez era el jugador más limpio y deportivo que ha pisado jamás esta liga. También se aplica el efecto contrario, el efecto Golem, basado en pensar siempre lo peor del resto de rivales (el Madrid tenía un saldo arbitral negativo en rojas porque tenía a los carniceros de Pepe, Ramos y Casemiro).
El culé socioilógico vive entregado primero a una presión de grupo generada por unos medios que le cuentan unas mentiras mucho más apetecibles que la realidad; y, segundo, a unas figuras de autoridad en las que creen con fervor y que comparten esos mensajes en los que siempre han creído como un aficionado más, hoy reflejadas más que nunca en un presidente que pronuncia discursos tan histriónicos y victimistas que coquetean con los límites de los delirios de persecución que tan bien caen en la masa social culé
Para el culé socioilógico, el caso Negreira es incómodo, pero no porque esté mal pagarle 7,3 millones de euros al vicepresidente de los árbitros, sino porque ahora la polémica rodea al Barcelona y no al Real Madrid, como siempre ha sido. Porque además no está mal pagarle a un tipo que no pintaba nada en el CTA, pero que hizo cuatro cajas de informes y DVD que al principio no las había hecho él sino su hijo, pero que al final sí eran del padre. Y además, que en realidad el caso Negreira no era por Negreira, sino para blanquear dinero de los directivos porque encima Negreira nos estafó ya que no tenía poder en la federación. Para el culé socioilógico el Madrid era el equipo franquista a pesar de que el Barcelona le condecoró tres veces mientras que el Real Madrid le desafió desobedeciendo directamente a Franco cuando Bernabéu se fue a París a crear la Copa de Europa o expulsó de su palco a Millán Astray porque en realidad Franco era del Madrid y fue su buena mano en Europa la que hizo que ganaran 6 de esas copas a cuya creación se había opuesto el Caudillo. Para el culé socioilógico, el Madrid es el equipo más favorecido por los árbitros a pesar de que el saldo arbitral diga lo contrario porque este saldo se explica por lo buenísimos que eran Messi y Guardiola y lo dominante que fue el Barcelona (efecto Pigmalión), a pesar de que cada vez haya más pruebas e indicios en el caso Negreira que apuntan a la corrupción arbitral. Para el culé socioilógico, el caso Negreira es toda una invención del madridismo sociológico y la prueba es que el juez Aguirre estaba en el palco del Bernabéu en una foto de 2015, a pesar de que el individuo de la foto tenía el pelo negro azabache y el juez Aguirre por esa época ya peinaba canas.
Al culé socioilógico todos estos datos le resultan confusos y algo difíciles de recordar, pero permítanme un consejo: no entren en discusión con un culé socioilógico, porque esos datos confusos de los que ya apenas puede llevar toda la cuenta son todo aquello en lo que cree y los defenderá con fervor e irracionalidad hasta su último aliento.
Getty Images.
Son psicopatas, así directamente, negar la realidad, o mejor, deformarla hasta tal punto que la imputación de un juez pueda ser puesta en duda, o al menos, que no levante ni la más mínima polvareda, no ya en el club o los medios afines al Barcelona, sino a su entrenador, que ha dado hoy una de las ruedas de prensa más vergonzosas que se recuerdan, es más propio de enfermos mentales de que de estúpidos. Es increíble el esfuerzo de la directiva (entendible porque está implicada en un delito que puede tener repercusiones históricas para el club) pero también de la prensa y del propio entrenador, que han decidido por sí mismos, tirarse al abismo de defender lo indefendible, con el único argumento de negar la realidad y de que todos los barcelonistas se conviertan en fieles de una religión que les lleva hacia el abismo. No se recuerda un ejercicio de inmolación colectiva tan ridículo, salvo por, oh sorpresa, el independentismo en Cataluña. Y mientras, el Madrid sigue contemplándolo todo desde la distancia y sinceramente, creo que hace bien en no mezclarse entre tanta mierda. Porque eso es todo lo que toca el Barcelona, mierda, y en eso acabaran conviertiéndose, si es que no lo han logrado ya. Enhorabuena.
Es que el independentismo se comportó igual porque es la idiosincrasia catalana: beneficiarse de todo y victimizar de ser perjudicados. Por este motivo siempre digo que no entiendo que un español de fuera de Cataluña sea culé, porque se comportan de forma excluyente hacia el de fuera: todos son culpables y ellos las pobres víctimas.
Ser culé no es una afición, es una enfermedad mental.