El modo triunfal en que el Real Madrid cerró la temporada pasada, junto con su no menos triunfal arranque de la actual, llevó a varios colaboradores de La Galerna a declarar jubilosos que estábamos ante la segunda edad de oro del club, equiparable por tanto a aquel legendario Madrid hegemónico (irrepetible ya no) de los años cincuenta. La Galerna se distingue por combatir el madridismo malencarado, protestón y cenizo, que por desgracia abunda, y yo me identifico plenamente con semejante programa. Por ese lado, pues, nada que objetar al sano entusiasmo de los compañeros, que como madridista y zidanista (¿hay diferencia?) comparto. Tampoco puedo discutir los argumentos en que apoyaban su declaración y que van más allá de los fríos números; no sé lo bastante de fútbol para discutirlos, y lo poco que sé tiende a darles la razón. Pero La Galerna también se caracteriza por fomentar la filosofía pura, o al menos eso me aseguraron cuando me llamaron inopinadamente a filas, siempre que uno se las apañe para no desentenderse del balón mientras filosofa, siguiendo el ejemplo del insigne Kroos. Bien, pues es por el lado puramente filosófico del asunto por donde yo le pondría algún modesto pero al juicio, futbolísticamente tan bien fundado, de que acabamos de inaugurar el Renacimiento.
De hecho, ya adivinarán por dónde van a ir los tiros si piensan precisamente en el otro Renacimiento, el de los libros de texto. Cuando Giorgio Vasari acuñó el término Rinascita en el siglo XVI, estaba pensando en la segunda venida de la cultura grecolatina: la vuelta a los cánones estéticos de la Antigüedad, a los usos políticos de la Roma republicana y al latín escrito como Cicerón manda. Así nos informaba de lo que pensaba él que se estaba cociendo por allí, de la rabiosa actualidad de su tiempo; poco podía imaginar que ese tiempo incubaba cosas bien diferentes, como la novela moderna, el absolutismo o la muerte del latín a manos de las agraces lenguas romances. Pero la culpa no era de Vasari, era del tiempo mismo, que nunca se deja contar en presente. Bien mirado, no hay oficio más desesperado que el de periodista: aquí nos descacharramos todos los días con el Portanálisis, sí, pero es que la cosa no tiene arreglo. Ustedes tienen estudios y saben perfectamente que la luz del sol tarda en alcanzarnos unos 8 minutos, de modo que nunca nos enteraremos de cualquier cosa que allí suceda hasta pasado ese tiempo como mínimo. En lo que quizá no han reparado es en que la situación es aún peor aquí en la Tierra, aunque por razones distintas; aquí coscarte de lo que pasa puede llevarte con suerte 8 años. Dicen que Colón se murió sin llegar a tener noticia de que había descubierto América, y eso que asistió al evento en primera fila. No es que fuera despistado, es lo más normal: ¿acaso sabe el marido cornudo en qué preciso momento le brotan las astas? ¿Sabe un empleado cuando se encamina por última vez a la oficina que ya está despedido por lo acordado en la reunión de RR.HH. de la tarde anterior? ¿Sabe el enfermo de cáncer que la primera mutación criminal se acaba de disparar en una de entre sus millones de células? ¿Sabe el delincuente que ya lo han trincado cuando saca tan contento su billete para las Bahamas? Y así sucesivamente.
Si creen que todo se reduce a que no podemos anticipar el futuro, entonces no me están entendiendo o yo me estoy explicando mal. Lo que intento decir es que en realidad nos movemos en el tiempo de espaldas, o sea, avanzamos por él como los cangrejos (los proverbiales, porque los de verdad avanzan de lado), o como los buenos defensas cuando regresan a su demarcación. Por supuesto que no podemos mirar al futuro, pero tampoco al presente en el que ahora mismo tenemos plantados los pies; esa baldosa queda a la vista solo cuando ya la hemos dejado atrás, revelándonos por dónde estábamos pasando y qué terreno pisábamos de verdad. No me digan que la imagen no tiene mucho de cómico: piensen en la humanidad entera alineada en un único frente, todos cogiditos de la mano, caminando al unísono hacia atrás y reculando alegremente hacia lo desconocido mientras entonamos nuestros cantos de progreso o alardeamos de “visión de futuro”. Qué ilusos y qué tiernos. Así uno comprende hasta las portadas de Mundo Deportivo.
Los europeos modernos, esos que Vasari no lograba ver delante mismo de sus narices, tenemos la petulancia de creer que conducimos nuestras vidas oteando preclaramente el horizonte, cuando en realidad todos vivimos de oído y prácticamente de milagro. Vamos a tientas y con el corazón en un puño, por más cara de listo que pongamos. El mundo griego prefería pensar en un tiempo circular, el eterno retorno, y lo representaba como una rueda, una imagen que a los madridistas nos conviene bastante y que tampoco está muy lejos de algunas hipótesis cosmológicas contemporáneas. Pero personalmente me quedo con el tiempo retrógado en el que vive el pueblo aymara, según me explicó una vez una amiga antropóloga: ellos no se ven avanzando por él, sino retrocediendo en él, como si el gran escenario de la existencia fuera chupándolos poco a poco. No sé si fue por eso por lo que el presidente indigenista de Bolivia, Evo Morales, quiso un día implantar en su país relojes levógiros, o sea, con las manecillas girando hacia la izquierda, una medida políticamente ridícula pero poéticamente exacta.
Total, que es pronto para decir si el Real Madrid está ahora o no en su segunda edad de oro; como todo lo presente, es cuestión de tiempo. ¿Que eso ya lo sabían ustedes sin necesidad de esta barrila filosófica? Naturalmente, a ver si se han creído que la filosofía les va a enseñar algo que no sepan ya. A lo sumo, les hará pensar en ello con un poco más de detenimiento y capacidad de asombro. De todos modos, ¿a quién le importa cómo se contará la historia en el futuro, si tampoco va a estar uno allí para enterarse por fin de lo que estaba pasando hoy? El Madrid de Cristiano tiene para nosotros una ventaja definitiva sobre el de Di Stéfano: todavía no es leyenda, pero a cambio podemos verlo jugar todas las semanas. Como Vasari, que no entendió el Renacimiento pero vio pintar a Miguel Ángel. A ver quién nos quita eso, diga lo que diga el tiempo dentro de 8 años.
Número 2
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Ufff ... mal día hoy para hacer este artículo. A 7 puntos ya y con unas estadísticas deplorables en el Bernabeu. A ver si remontan el vuelo pero tengo un deja-vu de tercer año de Mou que pa qué. Entre mala suerte, penalties escamoteados y a lesionado por partido que va el equipo ...
Yo creo que hay tiempo... siempre que no caigamos en la autocomplacencia y entendamos también que a partir de ahora lo importante es sumar de tres en tres, da igual un poco la forma. Y centrarnos en no encajar. Este es el momento de enlazar siete u ocho victorias por uno a cero, no sé si me explico.
El unocerismo nos hará libres. Concuerdo 🙂
Me ha encantado este artículo. Muchas gracias.
Agradezco mucho los comentarios. Entiendo que el artículo suene poco oportuno después de la derrota del miércoles, así que quede constancia de que lo escribí y envié la noche anterior. Pero quizá se le pueda sacar todavía una lectura útil: si es pronto para interpretar el alcance en el futuro de las últimas cuatro finales ganadas de una tacada, con más razón si se trata de los últimos tres partidos jugados en casa. Eso de salir a amarrar resultados y apretar el culo puede estar bien para otros, pero el Madrid está hecho de otra pasta, creo.
Don Ángel, una cosa. Vassari no entendería qué cosa es el Renacimiento, pero pretender que nosotros sí que lo entendemos me parece, como poco, bastante optimista. Se podría aceptar que nuestra visión del Renacimiento (si es que esa etiqueta tiene algún significado) es distinta a la que tuvo Vassari, del mismo modo que la visión que tengan dentro de 200 años de ese período será bastante distinta de la nuestra. Eso sí, si en el entretiempo no se abolen los estudios de historia, porque como ya lo sabemos todo sobre nuestro pasado, para qué seguir dándole vueltas a estas cosas.
Por lo demás, le felicito por el artículo, con el que concuerdo en todo. Y que conste que habría estado de acuerdo incluso de haberlo leído antes de los últimos malos resultados.