Mi padre siempre añoró la camiseta totalmente blanca y nunca estuvimos de acuerdo en eso. Y tiene sentido que fuera así, porque la primera que yo recuerdo tenía corchetes de Hummel en las mangas y vaquita de Reny Picot en el pecho, así que al niño que yo era le parecía que retirar todo aquello era una salvajada. Lavadoras, concesionarios, leche... la camiseta blanca lo aguantaba todo. Mi viejo exageraba.
Luego nací para el fútbol y me enteré de que los otros dos clubes que aún eran dignos de ese nombre nos aventajaban en eso: habían conseguido mantener sus vestimentas libres de publicidad o casi. Y aprendí a envidiar esa pureza a nuestros dos grandes rivales históricos, el Barça y el Athletic, que eran guardianes de algo a lo que los demás ya habíamos sucumbido. La triste realidad es que nosotros no habíamos aguantado tanto como ellos porque nuestra economía entonces era un drama. Un montón de almas, un montón de cariño, un montón de déficit en el club, como resumió Floro en su bronca. Y así estaban establecidas las cosas hasta que, pasados los años, llegó Laporta con su círculo virtuoso. ¿Se acuerdan ustedes de ese sintagma? Hacer que todo ruede, que todo fluya, que el bien empuje al bien, un mecanismo bien engrasado.
Este artículo no tratará de dilucidar el verdadero significado de aquel ciclo esplendoroso a la luz a las tremendas revelaciones recientes, porque para eso ya está la fiscalía. Pero conviene recordar que la forma en la que el dicharachero presidente del Barcelona abrió la puerta a la publicidad en su camiseta centenaria fue meter ahí nada menos que a Unicef. A Laporta se le puede reconvenir por muchas cuestiones éticas y estéticas, pero nadie puede negarle su audacia, de la que este acuerdo fue un ejemplo planetario. No cabe una trapacería mayor que servirse del logotipo de las Naciones Unidas, la mamá y el niño, para poder disponer luego del espacio para lo que fuese menester. Que al cabo de los años se convirtiera en la Qatar Foundation para luego mutar en Qatar Airways demuestra simplemente los distintos escalones que debían recorrerse para hacer tolerable lo que antaño fue un anatema.
Si los estrenos cinematográficos en las camisetas de los rojiblancos causaron estupor y bastante risa, los hits blaugranas aún no pasan de anécdota. que su uso principal sea contra el Madrid es revelador de quién es quién en el negocio
Nosotros, mientras, vivíamos descarnadamente lo mismo en lo que estamos ahora, la venta sin complejos. Nos habíamos acostumbrado antes. Pero, a pesar de tener los ojos entrenados por los patrocinios variopintos que en el madridismo han sido, al final debo darle la razón a mi padre. De todas las camisetas que he podido ver en cuatro décadas, mi favorita sigue siendo la del centenario, esa anacrónica rareza de frontal blanco inmaculado con la que Zidane metió el gol más hermoso que se haya visto en una final europea (con permiso de Gareth Bale).
Después el tiempo fue pasando para todos. Ahora la camiseta del Barça, como le pasó al Atleti en sus años más locos, se alquila por semanas, merced a un acuerdo con una marca distribuidora de otras marcas. Si los estrenos cinematográficos de los rojiblancos causaron estupor y bastante risa, los hits blaugranas aún no pasan de anécdota —que su uso principal sea contra el Madrid es revelador de quién es quién en el negocio—. Y en la cara B, por aquello de volver a las andadas, asoman otra vez las Naciones Unidas. Justo debajo de los dorsales, el Barça virtuoso de Laporta cede un espacio doblemente culer a los refugiados (¡quién podría verlo mal!), preludiando una ruina a la manera sudamericana, con invasión de cada resquicio.
Sin embargo, este sábado asistimos a algo distinto, un grado más. Y totalmente insólito, si consideramos lo mucho que se insistió en los últimos tiempos (acuérdese también de esto) de que Football is for the fans. Y, sin embargo, ahí tenemos la innovación de la que fuimos testigos en el estadio provisional del Barça. De forma absolutamente alucinógena, el FC Barcelona estrenó, en lo más profundo de su degradación material y moral, la cubrición de la hinchada —dejo a cada cual elegir sus acepciones favoritas para ambos términos— con mensajes extradeportivos.
¡Qué simpático el logotipo de la boca lenguaraz en la camiseta y en todo el estadio! Y qué bonita ficción representar que los Stones son del Barça, con Jagger y Wood de cuerpo presente en el palco, cuando la evidencia es justo la contraria. Es el club el que ya no se pertenece a sí mismo y la grada, el último reducto posible para el sentimentalismo, ha iniciado la última fase de su mercantilización.
el Barça ya no se pertenece a sí mismo y la grada, el último reducto posible para el sentimentalismo, ha iniciado la última fase de su mercantilización
Observo el fenómeno desde la distancia con el alivio de que esta vez no nos haya tocado a nosotros inaugurar este escalón descendente, pero también con tristeza y miedo. Es un hecho que para que algo así sucediese en el Bernabéu “sólo” tendría que mediar una debacle económica como la que atraviesa el eterno rival, a mitad de camino entre ser más que un club y menos que una S.A. Pero, al mismo tiempo, también advierto la punzada al darme cuenta de que el mundo ya ha girado lo suficiente. Mientras nos preparamos para ver el partido, mi hija debate con sus amigos si prefieren el histórico logo de la banda o el de Spotify.
Algún día quizás les tocará a ellos ser quienes no vean salir los equipos al campo porque tengan que pagar, además del precio de su entrada, el peaje de verse obligados a agitar la pancarta del espónsor de turno. No para animar a los jugadores en el césped, sino para animar a los compradores potenciales en sus casas. Si eso llega a ocurrir, el círculo virtuoso de nuestro tiempo se habrá cerrado sobre nosotros y a mí no me quedará más remedio que ir calentando en la banda para lo único que podré hacer ya: sea cual sea el futuro, yo seré el próximo viejo que exagere.
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No creo que deba mediar ninguna crisis económica en el Real Madrid para que se convierta en SAD. Sospecho que que la forzada conversión de LaFarsa moverá a los políticos (porque son madridistas, claro) a crear una ley que obligue a los pocos clubs que quedan a cambiar su modelo. ¿Por qué? Porque así la ruina catalana (no solo culé) parecerá menor.
Podría llegar a creérmelo, si no fuese porque los otros compañeros de viaje son el Athletic de Bilbao y el Osasuna.