De un tiempo a esta parte, el Madrid desoye en cada partido la vieja máxima de Séneca: “Las obras se tienen medio terminadas cuando se han comenzado bien”. Pero, por suerte, como vivimos el otro día en Barcelona, sí se acuerda de Jenofonte y el combate entre eleos y arcadios, aquellos que ya casi se habían dado al baile, que ya habían comenzado los juegos olímpicos porque “nunca pensaron que fueran a venir contra ellos”, escribe el historiador de la Antigua Grecia en Helenicas; “mas los que comparecieron para la lucha ya no la iniciaron en la pista, sino entre la pista y el altar” —que suene el himno, Plácido—. “Aquel día”, prosigue Jenofonte haciendo la crónica del Barça-Real Madrid, “se mostraron los aliados más valerosos”, se refiere a Jude Bellingham, “y atacaron primero con esos”, entonces salió Modric, “y pronto los obligaron a retroceder”, la banda ya era entonces de Camavinga, “y resistiendo a los argivos que acudieron en ayuda”, yo no cabrearía a Rüdiger, “también los dominaron”.
El sábado al descanso yo había perdido toda esperanza. A pesar de que tengo merengue en vez de sangre, cosa que alegra mucho a mi médico de cabecera cada vez que me hurga en el colesterol, no siempre me asiste el ardor guerrero del cronista Jenofonte, y admito que después de 45 minutos de caos —no encuentro otra palabra mejor al ver la arbitraria y alocada distribución de los nuestros en el campo—, me invadía una profunda melancolía. De esas veces que, como si fueras nuevo, te dices: “esto no lo arregla ni D. Alfredo”. Pero, querido amigo blanco, era una trampa, como decía aquel meme maravilloso de Guardiola y Klopp: “¡Jürgen, no les marques gol, es una trampa!”. Y entonces, al poco del pitido inicial del segundo tiempo, como diría mi primo Jenofonte, “comparecieron”. Vaya si comparecieron.
Al descanso yo había perdido toda esperanza. Pero, querido amigo blanco, era una trampa, como decía aquel meme maravilloso de Guardiola y Klopp: “¡Jürgen, no les marques gol, es una trampa!”
Del guerrero Jude se ha escrito todo ya esta semana, y aún me parece poco, que el primer gol es esencialmente Real Madrid. Si tuviéramos que utilizar una imagen de este año para explicar qué es el madridismo, basta con ponerles ese gol, que tiene la rabia, el talento, el valor, la testosterona, el ánimo de levantar al equipo, la fuerza, el ímpetu, la astucia, el honor, y todo aquello que distingue desde más de 120 años al Real Madrid. Es un golpe en la mesa. Un “se acabó la broma”. Un… “me encanta que me deis por muerto”.
Y ahí está la clave. Lo que más cabrea a Xavi de la derrota es que el Barcelona no cayó aplastado por una audaz maniobra táctica, ni por un cómputo de desagracias, ni por nada, digamos, novedoso. El Barcelona cayó por lo de siempre: porque tuvieron la feliz imprudencia de dar por muerto al Real Madrid. Tal vez habrían perdido igual, pero caer víctima de la principal característica del madridismo, conocida y temida hasta por el último chaval de La Masía, es poco menos que una humillación extra.
El Barcelona cayó por lo de siempre: porque tuvieron la feliz imprudencia de dar por muerto al Real Madrid
Xavi no ha hablado del árbitro y yo tampoco voy a hacerlo. Con una excepción, que la hago porque no va dirigida a Gil Manzano, sino a todos o casi todos los árbitros de la liga española. Además tengo curiosidad por saber si alguien más lo ha notado esta temporada: ¿pero es que nadie va a decirles que se quiten de en medio? En todos los partidos de este año, son incontables las jugadas en las que el Madrid bascula en posesión, buscando abrir huecos desde la frontal, cambiando la pelota de lado a lado en pequeños pases, mientras los atacantes hacen la danza de la lluvia tratando de volver locos a los centrales y que se abra un hueco, y cada vez que va a llegar el momento de romper la jugada con un pase, un tiro o una acción rápida, aparece un tipo de amarillo estorbando —y a menudo impidiendo— un pase horizontal en la frontal. No sé si es que la nueva norma es que los árbitros se coman literalmente el balón, pero lo cierto es que, salvo excepciones, siguen pitando exactamente igual de mal que cuando veían el partido casi desde la grada. Cierro el paréntesis anunciando que el próximo día de Liga vestiré una camiseta poco amigable con el lema “¡Quítate de en medio!”; y confío en no estar solo en esto.
Volviendo al clásico que nos ocupa, se abre un precedente sensacional para esta temporada: el de la resistencia. Después de remontar el clásico, con calma y actitud, sin volverse loco, crece y mucho la esperanza sobre la posibilidad de vivir otra temporada de grandes remontadas, si bien nos haría todavía más felices que no fueran necesarias para la victoria.
Como todo se ha dicho de Jude y de Camavinga, y con razón, quiero zanjar mi comentario con un abrazo filial a Lukita Modric, que, al igual que el Madrid, cada vez que lo dan por muerto, resucita. Su entrada en el campo fue indispensable para recuperar el mando del encuentro y pelear la victoria. Sigue siendo tan bueno que, hasta cuando mete la pata, lo hace bien: ese control defectuoso es un prodigio de pase imposible a Jude. Lukita forever.
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Pues, medio en coña, diría que Luka Modrić no metió la pata. Me encantó su magnífica asistencia al primer toque, a todas luces voluntaria, para el segundo gol y para explicarle, después, a Benítez cómo dar asistencias inesperadas…;-D
Resucitamos.