Y, de repente, Zinedine Zidane. Se vistió el Santiago Bernabéu como si estuviera en la gala de los Oscar. Faltaba alfombra roja, trajes elegantes y vestidos que aspirasen a ser trending topic en Twitter. La gente había recuperado la sonrisa. Era lo más parecido a una película de David O. Russell en la que todo sucede de la nada con ligereza y naturalidad. Florentino Pérez lo apostó todo al acento francés de un hombre que entró en la historia blanca sin hacer ruido y años después hizo una pausa bajo una atronadora ovación acompañada de las irregulares lágrimas de un “hasta luego”.
Las cámaras de televisión mostraban el lleno imponente de un Bernabéu que recordaba a los primeros años de la anterior década. Todo por Zidane. Los flashes se agolpaban alrededor de un banquillo que guardaba la presencia elegante del eterno ‘cinco’. Yo esperaba que se arrancase el traje y saltase al césped vestido de corto en un hilarante arranque de nostalgia. Pero no sucedió. De hecho, los que estaban sobre el terreno de juego recibían, segundos antes del pitido inicial, las mismas miradas que el chico feo de la discoteca. No eran protagonistas. El elegido para enfocar las miradas era otro. Tímido y de gesto tranquilo, Zidane mezclaba tibias sonrisas con un rostro sereno que parecía indicar que todo estaba bajo control. El Bernabéu era un escenario rebosante de expectación.
Vino a decir Antonio Valderrama este viernes que el madridismo "precisa de una conexión emocional que le recuerde cómo sabe la sangre”. Y eso ha sido justamente lo que yo he percibido estos días. Zidane no ha hecho nada en el mundo del fútbol como entrenador, pero su nombramiento ha despertado a un sector de la hinchada que dormía anestesiado esperando el devenir de los acontecimientos como el que asume su aburrida rutina como un mal necesario.
Al Real Madrid le costó unos minutos darse cuenta de que la vida había cambiado, pero en cuanto lo hizo se pudo ver un equipo vertical, con movilidad, incisivo. La ‘BBC’ intercambiaba posiciones constantemente y Modric flotaba en la zona central recuperando sensaciones y acariciando su mejor versión. Los aplausos poblaban poco a poco un Bernabéu sediento de diversión. Parecía que iba a sonar el himno de la alegría en lugar del de Manuel Jabois.
Benzema abrió el marcador con un suave taconazo, casi sin querer, que parecía precedido de un escandaloso fuera de juego, aunque la repetición dejó claro que no era tal. Con el 1-0, Gareth Bale decidió gobernar el partido. Se desató en ataque y ayudó en defensa. Justo lo que le pide Zidane a la ‘BBC’. El galés marcó tres seguidos -dos de cabeza- y puso su firma a una infinidad de buenas acciones ofensivas del Real Madrid. El Bernabéu le regaló una ovación que merecía desde hace tiempo pero que no llegó hasta ahora porque hay altavoces potentes imposibles de silenciar. Bale lleva muchas semanas a gran nivel, no sólo ante el Deportivo. Ver a la hinchada rendida ante el ex del Tottenham sonó a justicia poética. Suele tardar el madridismo en abrazar a sus ídolos. El propio Zidane fue pitado en otoño.
Dani Carvajal y Marcelo brindaron por la nueva era con una portentosa exhibición ofensiva, mejor medida por parte del lateral español. Un Real Madrid descarado, con ganas de más, incapaz de retroceder ni un metro pese al marcador favorable. Imposible que sea gracias a la mano de Zidane, aunque sí gracias a su presencia. Es una buena noticia que a su vez deja en muy mal lugar a ciertos jugadores que se dejaron ir porque Rafa Benítez no les caía bien.
Varane, James Rodríguez y Jesé tuvieron minutos en la segunda mitad. El zaguero entró por Sergio Ramos en el descanso. Simple precaución. Los otros dos sustituyeron a Isco y Bale, respectivamente. Ovación cerrada para ambos al abandonar el terreno de juego. Le dieron la mano a Zidane con la sensación de haber hecho los deberes. Yo no me lavaría esa mano nunca. Benzema, acostumbrado a jugar poco más de una hora, desconectó
tras el 60’, aunque se acordó a tiempo que seguía sobre el verde y anotó el 5-0. Festival completo… menos para Cristiano Ronaldo, que remató más que nunca y se fue de vacío. Optó el portugués por una sonrisa irónica en los minutos finales. “No es mi día”, parecían expresar sus gestos.
Así todo, el Real Madrid de Zidane comenzó a caminar con una goleada que cura heridas y suena a esperanzador futuro. Apetece ver más de este equipo y observar si la mano del francés se nota más allá del tremendo eco que ha supuesto su llegada. Una vez hecha la cama a Rafa Benítez, toca cerrar la habitación y firmar un notable desenlace de temporada para que Cibeles no pase frío un año más.
LAS NOTAS
Keylor Navas (6): Timorato en los saques de esquina, aunque efectivo en el resto de acciones.
Dani Carvajal (8): Disfrutó como un niño. Subió, se asoció, asistió y brilló.
Pepe (6): Cuando se olvida de hacer lo que no debe y se centra en lo que sí, cumple.
Sergio Ramos (5): Se marchó en el descanso por precaución. Sin mucho trabajo en la primera mitad.
Marcelo (7): Habría salido por la puerta grande si llega a tener más acierto en ataque.
Toni Kroos (7): Tranquilo, sereno, cómodo y disfrutando del juego. Necesitaba un partido así.
Luka Modric (8): Regresó a su mejor versión y recuperó su recital de pases con el exterior.
Isco (6’5): De más a menos, creó más peligro cuando soltó rápido la pelota.
Cristiano (6): Lo intentó con remates de todos los colores, pero no tuvo suerte. Muy activo en ataque.
Bale (10): Colosal partido del galés. Lleva semanas a un enorme nivel.
Benzema (8): Abrió la lata y la cerró. Va camino de firmar su mejor campaña a nivel goleador.
Varane (6): Elegante con balón y solvente sin él.
James Rodríguez (5’5): ¿Por qué una nota tan baja? Porque tiene nivel para superar el notable siempre.
Jesé (6’5): Descarado, con ganas. Ese es el Jesé que queremos ver.
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