El mundo está lleno de cristianos. Me refiero a los de ir a misa los domingos y ese tipo cosas. Alguien dijo una vez que nunca hay que subestimar la capacidad de resistencia de un cristiano, porque en la antigua Roma los echaban a los leones y hoy los cristianos son mayoría y los leones se están extinguiendo.
Abundan los cristianos, pero, paradójicamente, Cristiano hay uno solo. El que lleva a la espalda el número 7, que es el número bíblico de lo infinito. “¿Cuántas veces hemos de perdonar? Setenta veces siete”, o sea, una burrada de veces.
Yo a Cristiano Ronaldo estoy dispuesto a perdonarle las veces que haga falta porque subjetivamente me hizo muy feliz cuando jugaba en el Real Madrid, y objetivamente pienso que es uno de los más importantes deportistas de la Historia. Le tengo un enorme respeto a Cristiano Ronaldo. Si bien “respeto” y “cariño” no son lo mismo. Desde un punto de vista futbolístico, es difícil a la par que inútil sentir cariño por Cristiano de igual modo que no tiene sentido encariñarse con una fuerza de la naturaleza. Depositar afectos en un tifón o en una tormenta de verano no produce más que frustración. Uno no ama al relámpago ni al maremoto; se limita a contemplarlos admirado y sobrecogido desde una distancia segura, deseando que descarguen su furia sobre el enemigo.
Los que hemos visto a Cristiano Ronaldo en su plenitud sabemos que hemos asistido a algo extraordinario. Cristiano ha marcado una época porque se ha convertido en un referente para los futbolistas que harán historia en el futuro. El niño que empapelaba su cuarto con fotos del astro portugués, el que imitaba sus poses cuando marcaba un gol en el patio del colegio, se ha convertido en Haaland, en Mbappé, en Vinicius Jr., en Rashford, en Sterling… La lista es inmensa.
Cristiano compartirá ese podio con Messi, probablemente. También él se ha convertido en un emblema de la excelencia. Haber sido testigo de la rivalidad entre ambos es una de las experiencias futbolísticas más fascinantes que recuerdo.
En mi cabeza Leo Messi y Cristiano Ronaldo son como dos artistas confrontados. Como Picasso y Modgliani, que se odiaban. Cuando Picasso pintaba en su estudio y escuchaba por la ventana el sonido de un golpe fuerte o el frenazo de un coche solía farfullar: “vaya por Dios, ya han atropellado a Modigliani, pobre Modigliani, no pintaba mal del todo Modigliani… En fin, qué le vamos a hacer…”, y seguía con lo suyo.
También eran rivales Miguel Ángel y Leonardo, y este es uno de los muchos detalles que me hacen pensar que Da Vinci y Buonarroti fueron al arte lo que Messi y Cristiano han sido al fútbol.
Que Messi es un remedo de Leonardo, eso es incontestable. Aunque solo sea por el hecho de que tanto Leonardo da Vinci como Leo Messi acabaron su carrera en Francia cobrando una pasta por no hacer nada. En Chambord, Leonardo contemplaba los ríos y ni agarraba un pincel ni por accidente. En el PSG Messi contempla el césped con aire ausente, pensando en sus cosas, mientras Al Khelaifi le suelta la guita como un pardillo. Al Khelaifi es un poco como Francisco I, que se gastó su dinero contratando a genios que no daban un palo al agua. Luego lo capturaron los españoles en Pavía y escribió una carta a su madre: “todo se ha perdido, señora, menos el honor”, que es lo mismo que le dijo Al Khelaifi al jeque de Qatar cuando el Real Madrid le hizo picadillo en el Bernabéu, aunque en su caso el honor también se lo dejó en el campo.
Aceptamos, por tanto, que Messi es Leonardo. Eso nos lleva a concluir que Cristiano Ronaldo es Miguel Ángel.
es difícil sentir cariño por Cristiano, de igual modo que no tiene sentido encariñarse con una fuerza de la naturaleza. Depositar afectos en un tifón o en una tormenta de verano no produce más que frustración. Uno no ama al relámpago ni al maremoto; se limita a contemplarlos admirado y sobrecogido desde una distancia segura, deseando que descarguen su furia sobre el enemigo
Observo muchos paralelismos entre el genio florentino y el portugués. Cristiano, como Buonarroti, combina el talento con el esfuerzo. Miguel Ángel nunca dejó de trabajar duro en toda su carrera, a diferencia de Leonardo, que solía dejar sin terminar casi todos sus encargos cuando se aburría de ellos. También Miguel Ángel era a menudo víctima de su orgullo desmedido en el que no había asomo de impostura. Ambos, Ronaldo y Buonarroti, son honestos en su vanidad.
El declive de la carrera de Cristiano ha comenzado en el mismo lugar donde arrancó su ascenso meteórico: el Manchester United. Igual que Miguel Ángel recibió de Julio II su primer encargo importante y también el que le amargaría durante sus últimos años de vida: la tumba del pontífice.
La tumba de Julio II fue un trabajo que se empantanó durante décadas provocando la amargura de quienes se involucraron en él. Por el camino quedaron varios diseños cada vez menos grandiosos que habrían de adornarse con estatuas que nunca llegaron a esculpirse salvo alguna notable excepción, como el Moisés de san Pietro in Vincoli o el “Genio de la Victoria.”
Hoy en día toda la fama se la lleva el Moisés, que es una obra muy bella —y una copia apenas disimulada del profeta Isaías que Rafael pintó en la basílica de Sant’Agostino—. Mucho más original, aunque menos conocida, es el Genio de la Victoria.
La escultura representa a un joven en plenitud física que somete a una figura avejentada y decadente. No es fácil dilucidar qué se le pasaba al artista por la cabeza al idearla, aunque podría interpretarse en un sentido neoplatónico: el triunfo de la belleza. Lo bello es bueno y verdadero. El joven atleta del Genio de la Victoria es sobrenaturalmente hermoso y, por lo tanto, también su alma es pura.
A mí el Genio de la Victoria me recuerda a Cristiano Ronaldo. No solo por el cuerpo de gimnasio que se gasta, incluso el rostro me resulta parecido. Algunos expertos defienden que la cara del joven de la escultura es la de Tommaso Cavaliere, un noble muchacho por el que Miguel Ángel sentía una platónica devoción. En definitiva, el artista captó los rasgos del objeto de aquello que amaba. Tiene sentido entonces que el Genio de la Victoria se parezca a Cristiano Ronaldo, que vive en un perpetuo romance consigo mismo.
Igual CR7 nos ha salido neoplatónico, como Miguel Ángel, y lo suyo no es narcisismo sino un amor apasionado por la belleza en la medida en que esta es el reflejo de lo bueno y lo verdadero. En Ronaldo hay algo bueno: el valor que le da al trabajo duro y al esfuerzo, lo cual me parece digno de alabanza; y también hay algo verdadero: nadie ha marcado más goles que él en un deporte que, en esencia, va de eso: de marcar goles. Así pues, conquistada la bondad y la verdad, es comprensible que Ronaldo aspire a conquistar también la belleza. “La gente me odia porque soy guapo”, dijo una vez. Queridos amigos, eso no es vanidad: es una declaración filosófica. Ahora por fin lo veo claro.
Algunos expertos defienden que la cara del joven de la escultura es la de Tommaso Cavaliere, un noble muchacho por el que Miguel Ángel sentía una platónica devoción. En definitiva, el artista captó los rasgos del objeto de aquello que amaba. Tiene sentido entonces que el Genio de la Victoria se parezca a Cristiano Ronaldo, que vive en un perpetuo romance consigo mismo
Cristiano Ronaldo es neoplatónico. Hace algún tiempo ya demostré que Luka Modric era anagógico como Suger de Saint Denis. Si e esto añadimos que Benzemá es escolástico, pues en su fútbol la razón se supedita a la fe de lo intangible, y que Gareth Bale es estoico por razones obvias; el resultado es que el Madrid de las 4 de 5 no era un equipo de fútbol sino un compendio filosófico, la Escuela de Atenas pintada por Rafael, con el Bernabéu en obras al fondo. Allí el único que no era filósofo era Toni Kroos, a pesar de que muchos lo imaginaban criticista kantiano por el hecho de ser alemán, pero de eso nada. Siempre he estado convencido de que Toni Kroos es el último romántico, puro sturm und drag; pero de eso mejor ya hablamos otro día.
Hoy recordemos con agradecimiento y respeto madridistas a Cristiano Ronaldo. El Miguel Ángel del fútbol. El Genio de la Victoria.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos