El primer aviso le llegó con veintinueve años en 2014. Tras una temporada fantástica, Cristiano llegaba completamente fundido al final de temporada. La Décima también fue su Champions, pero los focos no se centraron en él en la final sencillamente porque estaba jugando cojo. Semanas después sabríamos que Cristiano se había jugado su carrera, desatendiendo consejos médicos, por llegar a esa final, pero su presencia sólo le sirvió para salir en la feliz foto. Lo importante era el histórico triunfo, aunque aquella suponía un aviso.
En 2016 la historia se volvió a repetir: ausencia en semifinales y cojera en la final de Milán. Bien es cierto que suyo fue el penalti decisivo, pero su aportación durante el partido se vio muy mermada por su precario estado físico. De nuevo Cristiano llegaba al baile final de graduación sin poder bailar con la chica a la que había cortejado, con toda justicia, durante todo el año. Después, en la Eurocopa, su grandeza le llevó a ser decisivo para alcanzar la final. La mala fortuna le sacó del campo, pero posiblemente el verse fuera e impotente le supuso un click: ya no volvería a exprimir su físico por encima de lo recomendable, ya nunca se perdería el baile final.
Este proceso de humanización está presidido por la transversalidad. Cuando uno se hace más humano empieza a valorar más a todos los compañeros que le rodean. Ahora Cristiano tendría que depender de lo que hiciesen otros compañeros en su ausencia. Más que nunca su triunfo individual dependería del triunfo colectivo. El plan estaba trazado para empezar la temporada al ralentí y buscar valles físicos que le permitiesen llegar al momento clave a tope. Los gestos hacia otros -evitables- se tornaron en ánimos y ayudas defensivas. Recuerdo que su último gol al Atleti viene precedido de una carrera de Ronaldo hacia atrás en la que le pide a Lucas que descanse tras un esfuerzo del gallego. Que esa jugada acabe en gol del portugués a pase del extremo resulta toda una metáfora de lo beneficioso de su humanización.
Sus goles, decisivos para la consecución de la Liga, y sus diez tantos en los últimos cinco partidos de Champions, confirman que el Cristiano más humano quizá haya sido el mejor. Ya nunca volverán las carreras extraterrestes por la banda que finalizaban con un tiro cruzado imparable, pero la humanización ha traído la calma y quizá estamos en presencia del Cristiano más preciso en la definición. Del que mete más goles necesitando menos.
El Cristiano Ronaldo más humano quizá haya sido el mejor
En Cardiff, Cristiano vivió la noche que muchos esperaban que llegase para darle entrada en el olimpo de los más grandes de la historia. Sus dos goles no pudieron definir mejor su estado actual. En el primero, la calma y sabiduría le llevaron a esperar el pase atrás; en el segundo se aprovechó de la experiencia del primero y, para sorpresa de Bonucci, en lugar de esperar cabalgó diagonalmente en busca del centro de Modric. Resulta una injusticia que un jugador con su palmarés “necesitase” de la enésima gesta para que su consagración fuese unánime, pero lo cierto es que, tras más de seiscientos goles y superada la veintena de títulos, merecía sacar a bailar a la chica más guapa y que todos los focos se fijasen en él. Posiblemente nunca se ha sentido tan humanamente pleno. Probablemente no volveremos a ver un jugador igual.
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