Para seguir con la tradición, una nueva polémica sirvió de antesala al partido de Portugal. Cristiano Ronaldo, en un relajante paseo, ensimismado con el susurro de la brisa y el ronroneo de la camaradería de sus compañeros, arrullado por el sonido del agua y sus propios pensamientos, cogió un lindo micrófono veraniego a un periodista de un medio que lo acusó de abuso de menores y lo lanzó al aire, como el que libera una blanca paloma, símbolo de la paz, y tras deleitarse con su grácil vuelo observó divertido el refrescante chapuzón que se dio al zambullirse en ese lago que aliviaba los calores del grupo.
Como en una visión, Cristiano parecía lanzar despreocupadamente junto a ese micrófono todas las maledicencias que se han ido vertiendo contra él y, como en un presagio, ahogarlas, como hizo con los goles y asistencias con los que nos deleitaría horas después.
En el campo, donde suele hablar Cristiano para callar las bocas de los que le atacan, envidian y vilipendian, de los que le infravaloran o desprecian, esta leyenda viva se sacó su preeminente prepucio, orgullo portugués y envidia foránea, para abrir cavernosas y venosas hondonadas en el campo que permitieran una fecunda y propicia cosecha, florida en colores y rica en sabores, para que su selección camine briosa y altanera hacia octavos.
Una hercúlea leyenda como tardaremos ver otra en el Bernabéu, que ayer se enfrentó, soberbio y obstinado, entregado y abnegado, a una causa que es obsesión. Contra húngaros y troyanos, contra tirios y compañeros, en un partido de mantequilla donde el cuchillo era él. Sólo él. Gratitud y agradecimiento por poder asistir en vivo y en directo a cada récord y cada heroicidad, a cada una de las doce pruebas, de los doce récords que lo convierten en rey. Los récords para Cristiano ya son una vulgaridad, pura banalidad.
Un Atlas que aplastó a los rivales con un brazo y sostuvo a los suyos con el otro, llevando en volandas el encuentro cuando todo parecía perderse en el averno.
Cada vez que el esférico cruzaba el Rubicón del mediocampo portugués acababa en las redes o en milagrosa ocasión marrada, y con el mismo estímulo, desgarro y frustración de bestia competitiva, Cristiano malograba las puntuales cuchilladas de su rival, obcecado en hacer efímeras las alegrías húngaras y las angustias portuguesas.
A cada gol húngaro respondía Cristiano con sideral fiereza en artísticas estocadas. Una asistencia y dos goles, el primero de ellos de tacón, el gol de la Eurocopa.
Ayer Cristiano hizo un brindis al sol y lo eclipsó, tanto que ni Pepe tiene cabida en esta crónica, rindiendo pleitesía el rey, al eterno rey que usa el mundo por montera.
Balones que volaban a la red como aquel micrófono al lago en otra de sus bellas y aplastantes declaraciones.
Buenísima crónica, Jorge, gracias por los saludos que me diste en la anterior del día contra Austria, que me pasaron desapercibidos. Gracias a la actuación del mejor jugador del mundo, tiene mérito que en una selección tan limitadita, se clasifique prácticamente todos los torneos hasta las rondas finales, mi sueño de una final ibérica y que en ella, el mejor jugador del mundo, cierre la bocaza de más de un bocazas de la demagoga prensa deportiva española con un hat trick, privándonos de la tercera eurocopa consecutiva, sique siendo posible, aunque para ser sincero, veo más factible que sea Portugal la que llegue a la cita de París que España, ya que por no haber sido capaces de empatar¡¡¡¡ con una Croacia, sin el mejor centrocampista del planeta, se ve abocada a enfrentarse en octavos a Italia, y si pasan, que está por ver, muy probablemente, a Alemania en cuartos, y , en la utopía de pasar, a Francia en semis.... total... nada¡¡¡¡
Totalmente de acuerdo, Navarrista. Y volvimos a verlo confirmado ayer. La bilis que puede venir otra vez! Hay que gozarlo!
Un saludo.