Queridos hermanos, hace unos días Cristiano Ronaldo igualó, superó o ninguna de ambas posibilidades (léase el artículo de Jesús Bengoechea) en goles en el Real Madrid a Raúl González. Sobre este hecho, que las comunidades madridistas intra y extra galernáuticas han celebrado suficientemente, creo que debemos hacer la meditación de hoy.
En uno de mis primeros artículos en La Galerna trataba yo de la encíclica Laudato ‘Si del Papa Francisco y me ganaba una dura réplica del brillante Falstaff, réplica que quedó contrarreplicada algunos días después. En aquel intercambio de pareceres uno de los asuntos que se ventilaba eran los valores del madridismo entre los que indudablemente están la excelencia, el éxito y la victoria ante los adversarios, en eso creo que quedamos de acuerdo el bueno de Falstaff y servidor.
No creo que haya muchas dudas sobre que Cristiano Ronaldo encarna de forma extraordinaria estos valores. Pero esto, que quizá sería aplicable a otros grandes jugadores y deportistas de élite, se enriquece especialmente con la naturaleza especialísima de nuestro club, el club más grande del mundo. En el Real Madrid uno puede ser el más grande del mundo y aun así ser siempre más importante el Real Madrid que el individuo en cuestión. Y eso no pasa en ningún otro sitio.
Estos años pasados (yo creo que afortunadamente acabados) ¿quién ha sido más importante, Messi o el Barsa? Messi. Cuando estaba Guardiola de entrenador, ¿era más importante: Pep o el Barsa? Pep. Vemos que incluso en clubes importantes, y no podemos negar que el Barsa lo es al menos al nivel del Bayern o el Liverpool con quienes comparte número de Copas de Europa, cuando una individualidad es extraordinaria eclipsa a la entidad, eclipsa al resto de jugadores, eclipsa la historia del club. Y esto no ha pasado nunca en el Real Madrid: ni con don Alfredo, ni con los que han venido detrás. El Real Madrid siempre era más importante que el más importante de sus integrantes. Y Cristiano lo ha sabido entender perfectamente al agradecer a sus compañeros, a sus entrenadores y al presidente Pérez su contribución al éxito.
Qué acierto en los incentivos en el Real Madrid: la gloria individual solo es posible engrandeciendo al equipo más que a sí mismo. Parafraseando a Chateaubriand: “con el Real Madrid todo es grande, sin el Real Madrid todo es pequeño”. La foto de toda la familia madridista con los trofeos de Cristiano es perfectamente representativa y contrasta con la foto en solitario de Messi con sus balones de oro. Y ya hemos visto que ni siquiera sustituyéndole por un árbitro amigo puede el Barsa sobreponerse a la ausencia del argentino.
Aun así, con toda esta abrumadora evidencia encima de la mesa, algún amigo me alertó tras un tuit mío que rezaba así “Yo no vi jugar a don Alfredo, pero podré decir que yo vi jugar a Cristiano” de que no todo el mundo está de acuerdo en la enormidad de la figura futbolística del hijo de doña Dolores. Para responderle, usé una frase que me marcó mucho en mi formación en el Seminario ante mi angustia sobre la gente que habiendo sido educada en la fe, la había rechazado: “ni siquiera Jesús convenció a todos a quienes conoció, y era Dios”.
Sepamos reconocer y anunciar la grandeza futbolística de este hombre que ya es leyenda del Madrid, y por tanto leyenda del deporte mundial. Estoy seguro de que esta tarde a orillas del Manzanares volveremos a ver brillar su estrella en la constelación rutilante que es el Real Madrid.
¡Hala Madrid!
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos