Ahora que está fallón, oigo a mi alrededor crecientes quejas sobre la actitud de Cristiano Ronaldo. La jauría (yo mismo admito que muchas veces soy parte de ella, aunque en cuanto me doy cuenta trato de salirme) no puede resistirse a sus instintos. Hace tiempo que zanjé mi debate personal entre los profesionales y sus personajes, o al menos que decidí empezar a zanjarlo. El problema surge cuando aparece alguien como, por ejemplo, Piqué. Lo difícil que es ser un hombre sereno cuando Gerard se manifiesta puede que lo sepan ustedes. Ahí es cuando yo entiendo que con mayor ahínco hay que tratar de separar, en este caso, al futbolista de... bueno, de lo que sea.
Para un culé, más para un culé desaforado, Cristiano debe de levantar pasiones similares a las del torticeramente conocido como Shakiro. Y yo lo entiendo. Ahora mismo siento que lo entiendo todo. Veo letras y números verdes caer en cascada y los traduzco. Detengo balas en el aire a punto de alcanzarme. Cómo no entender también a estas alturas al madridista receloso de sus propios jugadores. El madridista común, de donde nace el pipero como la variedad garnacha o la tempranillo de la uva, más que admirarse de la virtud y de la estética y de las victorias de su equipo, en realidad prefiere (puede que sea algo del subconsciente) solazarse con sus problemas, que, para mayor concreción, suelen estar relacionados mayormente con la murmuración.
Que la murmuración ha sido contestada, en el caso de Ronaldo, con un desempeño y un resultado profesional intachable, provoca una mayor ansia de revancha, aunque sea inconsciente, por no haber podido complacer durante tanto tiempo su piadosa bajeza. Ahora que el nivel del mayor goleador que se ha visto por los madriles sufre una leve decaída surge ese crítico, ¡ojalá fuese mordaz!, que todo madridista común lleva dentro. No encontrarán su homólogo barcelonista, atlético o valencianista. El Real Madrid tiene al enemigo dentro, ya lo saben, incluso más allá: dentro de cada alma aficionada, de donde brotan vengadores picando con total naturalidad en la cantera inacabable de su rencor, aunque sea uno momentáneo.
¡Ay, la actitud! Confieso que en no pocas ocasiones me he visto arrastrado a la jauría por los mohínes del portugués universal. He sentido deseos de sumarme al linchamiento, por transversal que fuera, hasta que me acordaba del Ronaldo de Manchester y de lo poco que sabía de él. Mi visión entonces era anticristiana. Yo, podría decirse, era un infiel. No sabía nada de su esfuerzo, ni de su entrega, ni de su afán continuo de superación. Todo esto es tan extraordinario como puede serlo su particular actitud. ¿Podría exigírsele mayor prueba de honestidad? ¿Incluso de sentido común?
A mi podría resultarme Cristiano menos simpático que, pongamos, Ramoncín. Pero el caso es que eso me da igual. Ramoncín no me gusta porque es recordarle actuando en Rockopop y me entran ganas de saltar por la ventana. Cristiano es el mejor en lo suyo y yo debo de ser un madridista subversivo, al menos poco común (un galernauta) porque no puedo criticarle ni siquiera hoy en lo futbolístico (aunque a veces mi yo salvaje sienta deseos irrefrenables de liberarse y decirle algo feo a su persona), no por "lo que nos ha dado" (casi me hago cruces de pensarlo) sino por lo que da de sí mismo, la única actitud que yo trato de permitirme juzgar, incluso si al mismo tiempo le diera por cantarme al oído 'Marica de terciopelo'.
Muy bueno Mario. Un goce y disfrute leerte.
Gran reflexión. Viviendo en territorio no blanco los números verdes los vi antes y es tal como lo cuentas.
Un saludo.
Muchas gracias, Marco.
Pues, que más se puede decir, nada. Sólo escribir invitando a la reflexión como Ud., lo hace, porque realmente hoy ( y generalmente), que poco agradecimiento mostramos a todo lo bueno que tenemos. Que desprecio silencioso e inconsciente. A los ídolos, a los amigos, a los más próximos, a la familia y a los que son, como héroes, mientras brillan e iluminan nuestro ego siempre interesado. Enhorabuena D. Mario por su gran espíritu deportivo y a su magnífica pluma.
Gracias, Alex. Un espíritu como el suyo. Gracias.