El fútbol consiste en perder el balón. Si no estás dispuesto a aceptar esto es mejor que te apuntes a un deporte en el que perder el balón sea, por lo menos, improbable, como la Fórmula 1 o el póker. Perder el balón es lo que da alegría a este juego, que sin un cierto espacio para la intriga y el azar se convertiría en algo tan apasionante como jugar al ajedrez contra el ordenador. Me dicen que ahora los ordenadores son tan inteligentes que también fallan —incluso eso lo hacen bien, los muy idiotas—, pero te aseguro que en los 80 la única forma de ganar al ajedrez contra la máquina era vertiéndole una jarra de agua por la rejilla del ventilador.
Si el fútbol consiste en perder el balón, también hemos de admitir que consiste en fallar goles fáciles —un abrazo, Vini—. Tal vez lo que más daño ha hecho a este deporte en los últimos dos millones de años es esa infografía llena de porcentajes sobre pases exitosos. He visto a jugadores calladamente satisfechos tras comprobar que habían acertado el 80% de sus pases en un partido en el que su equipo perdió por tres goles a cero.
El fútbol consiste en perder el balón. Si no estás dispuesto a aceptar esto es mejor que te apuntes a un deporte en el que perder el balón sea, por lo menos, improbable, como la Fórmula 1 o el póker
Cuento esto porque aborrezco a los futbolistas perfectos. Esos tipos que jamás la pifian, que hacen bien todos los movimientos en los quince metros de campo que le asigna su entrenador, y que no arriesgan una jugada ni perdiendo en los últimos segundos de una maldita final. Desprecio tanto a esos chicos de aspavientos maquinales y técnica impoluta, como a esos portentos de la física, velocísimos, o fortísimos, con más hormonas por centímetro cuadrado que el pollo de un restaurante de comida rápida —un abrazo, Leo—. En su día, lo que más celebré de la salida de Di María del Madrid es que por fin podría dedicarse a los cien metros vallas, que sospecho que era su auténtica vocación.
Tal vez en esta aversión a la infalibilidad se encuentre la raíz de una parte de mi desprecio al Barcelona, el típico club que dedica tres días de la semana a analizar la infografía del porcentaje de pases fallados, para después concluir que, si logran que el rival jamás toque el balón, entonces tampoco perderán el partido. Que a veces me pregunto, si tan obsesionados están con que los otros no jueguen, por qué en vez de hacer tantos rondos en su propia área, no sacan una navaja y pinchan la pelota.
Algo de mi desencanto ante el Zidane futbolista, modelo de perfección, técnica y valores, se oculta en esta manera mía de ver el fútbol, que aunque admito que no es muy popular, es la que me divierte.
Si un día me enamoré del fútbol de Butragueño es porque sabía que era capaz de tirarla fuera. Si me gustaba Morientes es por lo mismo. Si mi portero será por siempre Paco Buyo, es porque a veces le metían goles realmente estúpidos. Tal vez el equilibrio entre perfección, arte y azar que pido a un futbolista lo encarnaba Xabi Alonso, un gran jugador, sí, pero no perfecto.
Tal vez el equilibrio entre perfección, arte y azar que pido a un futbolista lo encarnaba Xabi Alonso, un gran jugador, sí, pero no perfecto
En los días de gloria de mi Deportivo, el equipo de mi ciudad natal, había una gran colección de futbolistas infalibles. Disfruté con Bebeto, admiré a Mauro Silva y cosas así, pero el hombre que se convirtió en mi ídolo era muy diferente: gordo, inconstante, y visto en el campo, tenía menos actitud de futbolista que yo cuando me acerco a pedir un cubata a la barra del pub. Sí, en esa época yo cambiaba seis diegotristanes por un solo Turu Flores. Malencarado, tendente al sobrepeso e indisciplinado, era capaz de la mayor genialidad en un suspiro de impensable inspiración. Era, en fin, todo lo bohemio que se puede ser en un campo de fútbol.
De aquellos días deportivistas, admiré también a Valerón: un chico con todas las condiciones para trabajar en un comercio de venta de figuritas de cristal de Bohemia, y ninguna razón para dedicarse a un deporte que basa buena parte de su éxito en chocar con otro jugador y salir con vida. Y, sin embargo, un genio, tanto que no necesitó el físico. Juan Carlos debe dar gracias a Dios, porque de haber caído en el Barcelona, le habrían inyectado desde los 16 hasta que tuviera los muslos como la panza Shrek.
La paradoja de mi tesis quizá la represente Cristiano Ronaldo. Que, si bien es un jugador asquerosamente perfecto, salva esa condición de chapón de la clase con una dosis espectacular de fútbol real: esto es, riesgo, verticalidad, valentía, e intentos arriesgadísimos de conseguir goles imposibles. Hoy daríamos un brazo por verlo de blanco otra vez.
Mi referente hoy bien podría encarnarlo Modric, en cuyas piernas se une el talento y el genio con el combate normal de quien sabe que no ha sido programado de fábrica para hacerlo todo perfecto
El Madrid actual se encuentra algo ayuno de jugadores perfectos (hay días que pienso que quizá no era necesario llevar tan al extremo mi propuesta). Pero en todo caso, mi referente hoy bien podría encarnarlo Modric, en cuyas piernas se une el talento y el genio con el combate normal de quien sabe que no ha sido programado de fábrica para hacerlo todo perfecto. Y, sin embargo, casi siempre resulta genial. Y en su lucha humana por hacer lo divino en el campo disfrutamos todos.
Sé que no es una opinión compartida por la mayoría de los entrenadores. Pero necesitamos urgentemente futbolistas que sepan hacer las cosas mal, además de hacerlo todo bien. Algo así como yo cuando me pongo a cocinar después de las cien cañas del aperitivo.
Fotografías: Imago.
De lo más inteligente y brillante que he leído en mucho tiempo. Extraordinario.
Ahora además de leer patochadas, tenemos que leer cosas de matute sobre el Deportivo de La Coruña, Valerón y el fulanito Flores.
No entiendo que hace gente del Valladolid, del Jaén o del Coruña viniendo a dar lecciones sobre su segundo equipo, cuando hay tanta gente que es del Madrid y escribe estupendamente. Que vuelvan a escribir los Faerna, que escriba Athos Dumas, y que vuelva Pepe Kollins.
Suba el nivel, señor Bengoechea, empezando por usted y siguiendo por el señor Montoliu, que últimamente parece que están transcribiendo las notas de los vídeos.
No te beso porque no llego, te daría mi móvil pero sólo tengo uno.
Esto es lo que nos hace falta, más beligerancia y menos complacencia.
Al fútbol le pido emoción. Y lucha, pundonor y poder ver algo bonito, si es posible. Aderezado con ganar, ya es el acabose, la perfección.