Continuando con el juego iniciado en previos artículos en La Galerna, hoy buscamos identificación entre equipos y comedias románticas. Un género especialmente propicio para este entretenimiento que nos permite superar el parón del fútbol de clubes.
F. C. Barcelona - Amélie
«Amélie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la empapa de golpe».
Difícilmente encontraremos un párrafo mejor que el anterior para describir la percepción que de sí misma tiene la gran mayoría de la afición del Fútbol Club Barcelona. Y no únicamente en relación a la calidad estética que atesora su juego. Desde luego el toque en corto, leitmotiv por antonomasia del barcelonismo cruyffista, encaja perfectamente entre las metáforas placenteras enunciadas en el film: introducir la mano en una bolsa de legumbres, romper con la cucharilla la superficie de caramelo de la crema —catalana, por supuesto— o hacer rebotar las piedras en el canal Saint Martin —puro guardiolismo: a ver quién da un pase más—. El resto de aspectos, la iluminación, el colorido, el aroma… entroncan también con el preciosismo como sello de orgullosa identidad. Pero además, la frase final subraya otro rasgo culé mucho más reciente e interesante: su condición redentora.
Del mismo modo que Xavi pretende convertir por su propio bien a los infieles al catecismo azulgrana, Amélie Poulain se afana en ayudar o dar su merecido a los demás con pequeñas acciones humildes. El papel autoatribuido de justicieros les permite discriminar entre merecedores de premios o castigos; así, el tendero que sufre las travesuras de la joven bien podría ser un aficionado del PSG partidario de un tridente de mediocentros africanos y aguerridos. El espectador decidirá posteriormente si se enternece con el benevolente altruismo o si, al contrario, considera insoportablemente cursis y estomagantes las intenciones de los benefactores.
Por otro lado, el director Jean Pierre Jeunet nos proporciona una ingente cantidad de escenarios, utilizando cada plano para relatar una historia diferente donde los detalles se relacionan a través del efecto mariposa. Semejante exuberancia coral resulta equiparable a la distribución de espacios en el tuya-mía perpetuo habitual en el Camp Nou. A estas alturas de exposición, hasta los mayores detractores del cine francés se hallarán convencidos de la conveniencia de la elección para el Barça, y ni siquiera será necesario aludir a las recurrentes apariciones de gnomos de jardín y subrayar el evidente paralelismo con los centrocampistas criados en la Masía.
Atlético de Madrid - La boda de mi mejor amigo
«Crème Brûlée nunca podrá ser Gelatina».
Una comedia romántica que rompe atrevidamente con el estereotipo, al centrar el foco en el punto de vista de la antagonista y conseguir que el público, habitualmente poco partidario de experimentos en este género, empatice sin reservas con la villana. El Atleti aparece hecho carne en Julia Roberts, desesperada y a la vez asqueada con la genuina inocencia y absoluta perfección de su rival, una Cameron Díaz a la que solo le falta el escudo del Real Madrid estampado en el vestido. La parroquia rojiblanca se sentirá reconfortada con la alegoría de los postres —solo la hubiese mejorado atribuir a Díaz el merengue antes que la Crème Brûlée— que Jules improvisa ante una novia desconsolada. Orgullo de gelatina. No lo pueden entender.
Sin embargo, la historia se puede estirar mucho más allá. La posición de desventaja de partida en la lid amorosa —faltan cuatro días para el enlace y Kimberly supone un obstáculo sin precedentes: “es dulce, es adorable y es insoportable de cojones”— justifica toda clase de ardides. En el Metropolitano asumen que encerrarse en su área, rascar duro o incluso lanzar un segundo balón al campo en un determinado momento puede asumirse si el rival lo merece: cómo no suplantar la identidad en un email cuando el amor de tu vida o la Copa de Europa se pueden marchar por el sumidero.
El desenlace del film, por último, posee tintes evocadores del minuto noventa y tres en Lisboa. La boda es salvada en el instante postrero, y el éxito de la protagonista se le escurre entre los dedos. El puñal del “Bye” de Michael O’Neal provoca un dolor lacerante. Pese a lo cual, la posición de Jules no carecerá de esa elegancia y savoir faire que consuela a algunos indios cuando la victoria —esa vulgaridad— les resulta esquiva. Rubricada de manera genial con la frase de un monumental Rupert Everett: “Quizá no habrá matrimonio. Quizá no habrá sexo. Pero por Dios, seguro que habrá baile”. Qué manera de palmar.
REAL MADRID – CUANDO HARRY ENCONTRÓ A SALLY
«He venido aquí esta noche porque cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida empiece lo antes posible».
La madre de todas las comedias románticas modernas, imitada hasta la saciedad y en muy pocas ocasiones igualada. Las referencias indirectas al Real Madrid son tantas que el ojo experto corre el riesgo de morir sepultado. En primer lugar, Harry, el personaje de Billy Cristal: un joven ingenioso e irritante, de escrúpulos variables, poseedor de una pátina de escepticismo y cierta dosis de carisma, que resume en sí lo mejor y lo peor del madridismo. Incluyendo la profunda asunción de la ausencia de sentido literario de la existencia, lo que le permite efectuar afirmaciones desprovistas de cualquier embellecimiento atenuante que minimice el contenido: “Ningún hombre puede ser realmente amigo de una mujer que le resulta atractiva. Siempre quiere tener relaciones con ella”. Jamás los antimadridistas hubieran podido caricaturizar mejor la voracidad merengue. Prepotencia que se le hará pagar a su debido tiempo en la celebérrima escena del orgasmo fingido en la cafetería.
El cinismo de Harry se verá suavizado, con el paso de los años, por el contrapunto de Sally Albright, cuya amistad desmentirá la arrogante sentencia inicial. Meg Ryan encarnará, por otro lado, otras aristas de la condición blanca. La presión por una vida afectiva que colme sus expectativas torturará de vez en cuando a la madura y mesurada Sally, tal y como el afán desmedido por la victoria consume patológicamente al Madrid —“Hay dos tipos de mujeres, las muy exigentes y las poco exigentes” “¿Y yo de cuál soy?” “De las peores, eres muy exigente pero crees que eres poco exigente” —. La trama, alambicada y contradictoria a lo largo de doce años —como la trayectoria del equipo o como la vida en general, si es que existe distinción para un hincha verdadero—, se halla intercalada por entrevistas conyugales que remiten a cierta sensación de continuidad, a una suerte de eterno retorno: todas las parejas tienen al menos una cosa en común, como todos los onces gloriosos madridistas comparten camiseta. Algún atrevido podría decir que la historia del Madrid es la historia del amor a lo largo de las épocas.
El glorioso final alude a esa determinación arrebatadora que invade, en el punto de inflexión crucial, al crack blanco de turno. Harry Burns en la fiesta de fin de año como Sergio Ramos en Lisboa, salvados en el instante decisivo gracias a la precisión de su locuacidad o de su remate. Desenlaces épicos y felices fundamentales para apuntalar, como mitos imperecederos, la capacidad de continuar soñando.
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