Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.
A mí el que me gustaba era Javier Clemente, qué le vamos a hacer. Alguna vez lo he dicho aquí y me han llovido abrazos, pero yo sigo pensando que en Javier Clemente hubo una suerte de José Mourinho de menor cuantía cuando José Mourinho aún no se había inventado. Clemente era el entrenador que habría necesitado ese Madrid de entreguerras que se hizo agnóstico de sí mismo en una triste noche de París en la que un tal Kennedy nos robó la historia, el orgullo y la fe. Fue en el Parque de los Príncipes, sí, pero —ay— de los príncipes destronados. Aquel Real Madrid quedó en estado de shock postraumático, y lo que precisaba era una sacudida, un tratamiento de choque que lo sacara de esa flacidez mental que tuvo al equipo enervado hasta lo de Mijatovic, porque ni siquiera la Quinta del Buitre pudo sobreponerse a la falta de confianza que aquejaba fatalmente al Real Madrid en la hora suprema. Hubo muchas Ligas y hubo remontadas épicas en la Copa de la UEFA, pero faltaba la gloria europea. Así, esos títulos eran como gestas del destierro que no alcanzaban a ocultar la amarga sensación de haber perdido la condición de pueblo elegido. Aquel Real Madrid quería creer, pero no creía. O al menos no creía lo suficiente: tenía agarrada en lo más profundo del subconsciente la carcoma silente pero implacable de la duda.
En Javier Clemente hubo una suerte de Mourinho de menor cuantía cuando Mourinho aún no se había inventado. Clemente era el entrenador que habría necesitado ese Madrid de entreguerras que se hizo agnóstico de sí mismo en una triste noche de París en la que un tal Kennedy nos robó la historia, el orgullo y la fe
Sí, me habría gustado ver a Clemente en el banquillo del Real Madrid. A Clemente le adornaban muchas virtudes, y no era la menor de ellas tener el pelo pajizo y peinarse a raya. Un pelirrojo peinado a raya es toda una declaración de intenciones, un aquí estoy yo prorrumpido a pleno pulmón. Desde que el mundo es mundo, los pelirrojos han tenido el pelo ensortijado y, si no, ahí tienen a Butragueño, con su aire de sonrosado querubín recién salido de un cuadro de Murillo y con las hebras de azafrán caracoleándole el entechado, como Dios y las buenas costumbres mandan. Esa línea recta de Clemente separaba las aguas del encrespado mar rojo de su azotea con improbable perfección, y por ello traía consigo el anuncio del moisés zanahorio que habría de llevarnos de vuelta a la Tierra Prometida. Por desgracia, nadie en el Real Madrid supo verlo.
Pero no era sólo esa raya en el agua. Javier Clemente siempre tuvo la mala leche de los bajitos, esa malicia reconcentrada que inspira el respeto de los enemigos y permite la supervivencia en los juegos del hambre de la alta competición. El problema de los altos en el fútbol es que a menudo son lo que el propio Clemente denominaría como mingafrías, no sé si porque la ventaja de su físico les atrofia el nervio por falta de uso, o porque el riego sanguíneo pierde temperatura al subir a las alturas. Los bajitos, sin embargo, han de luchar en un mundo hostil desde sus primeros días, han de suplir con listeza, habilidad e inteligencia lo que la naturaleza les ha negado en estatura, y sobre todo han de tener la sangre arrimada constantemente al fuego vivo de la tensión competitiva. Clemente podía dar puntadas sin hilo, que es el pecado de los deslenguados, pero lo que jamás hizo fue dar puntada sin punta. Tenía un colmillo retorcido y afilado que jamás rehuía una polémica si creía que con ello ayudaba a su equipo. De nuevo, un José Mourinho avant la lettre. Habría sido digno de ver aquel Real Madrid melancólico convulsionado por el efecto simpático del entrenador de Baracaldo, por la descarga eléctrica que su sola presencia habría administrado al equipo. Yo soñaba con ver a Clemente liándose un cigarrillo con las murrias europeas a que entonces se abandonaba el equipo, con oírle soltar un par de frescas con acento vasco que produjeran el efecto mirífico de esas planchas sin vapor que resucitan muertos de un respingo en las series de médicos.
Yo soñaba con ver a Clemente liándose un cigarrillo con las murrias europeas a que entonces se abandonaba el equipo, con oírle soltar un par de frescas con acento vasco que produjeran el efecto mirífico de esas planchas sin vapor que resucitan muertos de un respingo en las series de médicos
Llegamos así al madridismo más esencial de Clemente: siempre fue fiel a sus ideas y a sí mismo. Siempre buscó el triunfo y el éxito pero jamás se permitió la menor traición a sus convicciones con tal de hacerse perdonar su existencia, de recibir unas palmaditas condescendientes en la espalda por parte de sus enemigos, los cuales nunca le faltaron como nunca le faltan a quien se sale del guión establecido de la corrección política. A mí aún me emociona su clarividencia a la hora de entender el fútbol, de vertebrar un ideario futbolístico tan sencillo como efectivo que él mismo resumió brillantemente en el glorioso concepto del patapún p'arriba. El patapún p'arriba, y abandono las cursivas en señal de respeto, provocó la mayor sobreabundancia de performances en la prensa patria que jamás se había visto hasta la primera rueda de prensa de Mourinho. Quien no se rasgaba las vestiduras con histrionismo irrumpía en los platós de televisión, empuñando un crucifijo en una mano, una antorcha en la otra y exigiendo con rostro desencajado la muerte del hereje.
El patapún p'arriba fue la provocadora e insuperable manera que encontró Clemente para despreciar a tanto soplagaitas como ya entonces abundaba en los medios de comunicación y hoy son plaga en las redes sociales. Fue su forma de reírse en las barbas de tanto analista internacional calvo, de tanto erudito a la violeta que pretende convertir el fútbol en una ciencia y diseccionarlo con el torpe bisturí de sus escasas entendederas, sin darse cuenta de que sólo se puede diseccionar lo que previamente ha muerto. Al sepultar el fútbol bajo una montaña infinita de sesudos estudios tan huecos como rimbombantes, que ofenden simultáneamente al lenguaje y a la inteligencia, estos cantamañanas asfixian el fútbol, lo despojan de su magia, ignoran su esencia inaprehensible, olvidan ese elemento indefinible que nos devuelve las emociones puras e intensas de la infancia. Nos aburren con sus análisis tácticos, y al hacerlo reducen el fútbol a números, que son los escombros de la poesía.
El patapún p'arriba nos devuelve desde su propia enunciación al fútbol de la infancia, a los chavales correteando en torno a un balón en un patio de colegio, al mero placer del fútbol por el fútbol
Frente a ello, tengo para mí, levantó Clemente el patapún p'arriba. El patapún p'arriba nos devuelve desde su propia enunciación al fútbol de la infancia, a los chavales correteando en torno a un balón en un patio de colegio, al mero placer del fútbol por el fútbol. El patapún p'arriba es el desprecio jocundo e insolente de la absurda dicotomía entre buen y mal fútbol, entre el fútbol bonito y el fútbol defensivo. El patapún p'arriba es una genialidad que enseña a quien quiera escuchar que en el fútbol, como en la guerra —¿y qué es el fútbol sino la sublimación de la guerra? —, la única belleza está en la victoria porque lo único importante es la victoria. Nada importa, al recordar las trece Copas de Europa del Real Madrid, si el Real Madrid las consiguió desplegando un juego u otro, como nada importa, al recordar la figura de Alejandro Magno, la mayor o menor belleza con la que desplegaba sus tropas en el campo de batalla. Lo que importa, en ambos casos, es que nadie ha ganado ni gana tanto como el Real Madrid, como nadie ganó tanto como Alejandro Magno.
El patapún p'arriba es una genialidad que enseña a quien quiera escuchar que en el fútbol, como en la guerra —¿y qué es el fútbol sino la sublimación de la guerra? —, la única belleza está en la victoria porque lo único importante es la victoria
Todo eso lo vio como nadie Clemente, un hombre de excesos en este mundo de miramelindos y cagapoquitos en el que cada vez menos individuos se atreven a desmarcarse de los dictados de la corrección política. Clemente no sólo fue un gran entrenador: fue también ese personaje randiano que nunca reconoció más dios ni más dictado que el de su propia conciencia, y que decidió seguir su propio camino. Por eso yo lo quise como entrenador del Real Madrid, y por eso hoy saludo su memoria. Sí, había mucha belleza y mucho madridismo en el patapún p'arriba.
Fotografías: Imago.
Índice de El que nunca llegó:
Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó
Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó
Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó
Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó
Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó
Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó
¿Un antimadridista en el Real Madrid? No, gracias, Javi Clemente es un confeso antimadridista, todo lo que huela a Real Madrid le repele, lo ha dicho más de una vez. Es como desear que Guardiola sea entrenador, o Piqué jugador....
Un ejercicio de provocación, sin más... así lo entiendo.
No gracias tipos como el sobran todabia no se me olvida cuando era entrenador del atlético los sapos que echo cuando en un teatro descomunal de futre pidió penalti y como esas muchas un tipo impresentable lo dicho no gracias
Años y años de anticlementismo para que llegue Falstaff y lo ponga patas arriba.
Porque yo aborrezco cordialmente a Javier Clemente desde sus tiempos de seleccionador nacional, cuando aún no era "la roja". Con él al frente, dejó de interesarme, y me desenganché. Lo cual me ahorró las alegrías (que lo fueron para otros) de campeonatos del continente o del globo, pero también toda la mala baba de la era marquesina y proculé.
Y llega Falstaff y lo revuelve todo. Porque Falstaff escribe bien y te convence; no porque traiga a cuento sustantivos compuestos como miramelindo y cagapoquito y los ponga a bailar y hacer cabriolas como un volatinero sus pelotas o sus mazas, sino porque agarra unas ideas y las expone y desarrolla bien, sin ofender ni al lenguaje ni a la inteligencia, sino honrando a uno y a otra, y demuestra que Clemente se reía del toque y la posesión, como debe hacer todo hombre de bien, y que su manera de dirigir tenía mucho de madridista, y tienes que darle la razón.
Venga, allá va: señor Falstaff, tiene usted razón.
Pero yo no se la voy a dar, por una razón que es una sinrazón, y es que a mí Clemente me provoca un rechazo invencible. Que no puedo con él, vamos. Y que en mi Madrid, nunca. Porque no.
En fúbol soy así. bastante irracional. Si quisiera ser racional, me dedicaría a las Matemáticas.
Hace unas horas leí, por un improbable azar, un artículo de Hughes (otro que tampoco escribe mal del todo) emparentado en cierto modo con éste. En él ataca a las tortillas de patata poco cuajadas, con argumentos contundentes y bien trabados, que dan en la línea de flotación de esa cocina tiquitaquera tan de moda, y remata señalando la imposibilidad de realizar un pincho con esas tortillas a medio hacer: en todo caso se podría lograr un chupito de tortilla.
La columna de Hughes se lee con gusto, y se le da la razón, porque se gana esa voto. Pero a mí me gusta la tortilla con churre, así que al final de la jornada le tengo que quitar la razón, aunque la tenga. Como a Falstaff esta noche.
Por cierto, buena serie la que ha sacado la galerna para entretener esta larga etapa de parón futbolero.
Pues yo también aborrezco a Clemente y seguro que de manera menos cordial, pero por muy bien que escriba el Sr. Falstaff y por razonados que sean sus argumentos, no, gracias. Solo el título del artículo me ha revuelto las tripas. Vaya tipejo Clemente. Y antimadridista.
Pues aquel Clemente, en aquel momento, que puso en su sitio al cuentista de Menotti, sí. Luego ya devino en antimadridista furibundo y no había posibilidad. Pero con la selección hizo un muy buen trabajo. Construyó un equipo con los jugadores que le gustaban a él para jugar a lo que él quería jugar. Podía haber otros con mejor calidad técnica o, en definitiva, mejores jugadores, pero él aplicó ese criterio y España llegó a jugar muy bien (recuerdo un baño que le dimos a una selección muy temida: Yugoslavia).
Luego tuvo muy mala suerte en el debut de Francia 98 y ya no nos recuperamos de esa.
En el entonces manido debate clementistas-valdanistas yo me consideraba clementista. Creo que John Falstaff también, los valdanistas fueron los que después agarraron a "la roja" el estilo del Farsa y declararon ex-cátedra que era la única forma posible de jugar al fútbol.
Antes de Mourinho tuvimos otro revulsivo, uno muy importante: Fabio Capello.
Divertido artículo (lo de los "cagapoquitos" y "miramelindos" es sublime) que con un lenguaje y una sintaxis "marca de la casa" donde se aloja, expone unos argumentos sólidos. nos retrotrae al primer Clemente de los banquillos, el claramente triunfador en lo deportivo y que ya empezaba a marcar su propio camino. Ese que se alargó, con luces y sombras, hasta el mundial de Francia. A ese, y especialmente al de los 80 y en la época posterior a la derrota contra el Liverpool yo si lo hubiese querido y por las razones del columnista.
Además comparto que don Javier es un abanderado de que no solo hay una única manera de jugar al fútbol por más que la "prensa del movimiento" nos ponga delante de los ojos la pseudofé del tiqui-taca por el simple hecho de haber ganado con él. Ahí de acuerdo.
Después devino en antimadridista furibundo y es lo que más se recuerda.
Clemente NO.
Tiqui taca tampoco.
El Madrid es la tercera vía.
Saludos.
Puix, coinjcido bastante , en cuanto al fondo del asunto, con el gran John Falstaff. Xabi Clemente me cae bien. Y, en su momento, ni te cuento. Un tipo con retranca, guerrero , sencillo y sarcástico. Su antimadridismo se lo perdono, parecido me pasa con Petón; aunque menos con el colchonetti. Una delicia ver repartiendo al de Baracaldo en las ruedas de prensa. Antológico.
¡ VIVA JOHN FALSTAFF, VIVA XABI, GORA EUZKADI y HALA MADRID !
Floquet, por aquel entonces, el bueno de rebaño director del Asco, era asiduo a las croquetas del palco del Bernabeu.
Creo que habría firmado un armisticio con el "mourinho de Baracaldo"
De Clemente guardo principalmente dos recuerdos.
El primero es lo único realmente inteligente que le he oído decir nunca. En cierta ocasión, en los campos de entrenamiento del Athletic en Lezama, un ayudante suyo le mencionó las críticas que había recibido su juego por parte de lo que hoy se denomina un analista internacional calvo (AIC), aunque podría haber sido Segurola, no estoy seguro. Clemente le quitó importancia a las críticas, y cuando su ayudante le dijo que la crítica provenía de un tipo que sabía mucho porque había visto mucho fútbol, Clemente le señaló a las vacas que pastaban en los campos vecinos y le dijo: "¿Ves esas vacas? Esas sí que han visto fútbol, pero no saben nada". Brutal.
El otro recuerdo se refiere a la Eurocopa de Inglaterra de 1996. Cuando Raúl causaba sensación por su irrupción fulgurante en el Real Madrid, Clemente prefirió convocar a Manjarín, Alfonso, Pizzi y Julio Salinas como delanteros. Así nos fue.
Brillante Falstaff, muy por encima del personaje nefasto al que glosa.
Bueno, bueno, que aquí Fred Gwyne ha demostrado que las vacas saben mucho de fútbol, jejeje.
Ay! Que me meo.
Me ha encantado el artículo. La sugerencia, por inverosímil es mágica. Ya estoy esperando el próximo...Stoichkov el delantero que nunca llegó
Qué grande!!!
Jisjisjisjis...y otro del lipotimias de Terrassa como ...el jardinero especialista en césped.