El partido del sábado entre Barça y Real Madrid tiene menos emoción que bailar con la hermana propia. No es que haya cartas marcadas, es que los contendientes emplean diferentes barajas. Si se tratara de mus, la pareja madridista jugaría, excepción hecha de alguna sota suelta, con un conjunto de naipes compuesto en exclusiva por 4, 5, 6 y 7 de todos los palos, eso sí. Por su lado, el Barcelona lleva décadas jugando únicamente con reyes y treses, que en el mus son lo mismo.
Negreira, Tebas, la Federación de Rubi el Picos y, antes, de Ángel María Villar, el honrado trabajador del fúmbol, nos han robado la emoción. Un partido como el mal llamado clásico se empezaba a jugar desde el lunes anterior, con vaciles de bar u oficina, bravatas más o menos altisonantes y declaraciones sutiles sobre que sólo son tres puntos. Había expectación, ganas y nervios, hasta el punto de que el fin de semana y sus múltiples planes, obligados o no, se organizaban en función del horario del partido y en torno al mismo. Ya no. Es posible que lo vea, pero no descarto que me surja un plan mejor. Tampoco resulta motivante saber que verlo implica hacerle el caldo gordo a Roures, ese señor parecido a Gargamel que se ha dejado barba hace poco y que combina sus quehaceres como dueño de los derechos de televisión de la competición con los de avalista, propietario o amo del rival madridista del próximo fin de semana.
Nos han robado las ganas de ver la liga o cualquier competición española, de manera que ahora sus partidos son un estorbo de un nivel de molestia sólo ligeramente inferior que los de las selecciones. La temporada del Real Madrid, lo que de verdad importa, se ha visto reducida a 13 partidos, ampliables generosísimamente a 16 si hay supercopa de Europa y Mundial de Clubes. El resto, morralla. Aun así, siguen siendo bastantes más partidos que los que componen la temporada de algunos equipos, que la limitan a dos encuentros, curiosamente coincidentes con los enfrentamientos contra el Madrid, constituyendo el ganar uno de ellos el objetivo de su ejercicio.
Un genio definió de manera certera en la Galerna que lo de las competiciones españolas y el Barcelona es como el pressing catch, todo mentira. La comparación no puede ser más atinada, sobre todo desde que juega Gavi
La prensa tiene también su parte de culpa, pues silencian la podredumbre que infesta todo el fútbol profesional español. Si su omisión de información se debe a que no la conocen, están haciendo de pena su trabajo. Los periodistas no sólo escriben, redactan y hablan mal, con patéticas y reiteradas faltas de ortografía, sintaxis y gramática, sino que encima no se enteran de lo que ocurre. Si callan pese a conocer lo que ocurre, se convierten en cómplices. En este último supuesto cabe preguntarse qué beneficio obtienen por su silencio.
Un genio definió de manera certera en la Galerna que lo de las competiciones españolas y el Barcelona es como el pressing catch, todo mentira. La comparación no puede ser más atinada, sobre todo desde que juega Gavi, todo sea dicho. Lo clavó. Otra vez.
Getty Images.
Efectivamente, no puedo estar más de acuerdo. Yo ni me esfuerzo por ver un partido fuera del Bernabéu en “No es fútbol, es la Estafa”. Y hasta que no llegan los cruces de cuartos en la Copa de Europa, casi que tampoco. Una lástima maltratar así al mejor club deportivo del mundo, con el beneplácito de su afición y dirigentes. ¿Se imagina alguien que el RMFC estuviese en Nueva York o Londres? Llevarían su camiseta hasta en la luna, pero aquí manda el Trampas y The Tinglao. La Mafia se sienta a la mesa.
Razones para no ver el partido:
1. Juega LaFarsa.
2. Es un partido de la Liga Tébica.
3. Es a la hora de la siesta.