Mi padre usa un andador. Uno parecido a los que utilizan los niños cuando comienzan, titubeantes, a caminar. Lo hace con el mismo fin: no caerse. Se aferra al andador con sus curtidas manos y mueve los pies al ritmo de las Muñecas de Famosa, el anuncio navideño de mi niñez. Casi nueve décadas después de nacer hemos llegado juntos al mismo sitio: al portal de Belén, a mi infancia y a sus primeros pasos.
Hace unos meses se cayó y se rompió la pelvis. Se nos hizo muy duro, como encajar cuatro goles en una semifinal o enterarte de que la Liga que has disputado era una pantomima. Ya nada ha sido igual. Su corazón, cansado y achacoso, bombea con dificultad, como si a esa muñeca se le acabasen las pilas o como si un juguete de hojalata agotase la cuerda.
—¿No te apetece que bajemos a la calle? Hace un día precioso. Tienes que caminar, nos lo recomendó el cardiólogo.
—No, estoy a gusto aquí. Vete tú, estoy bien, no te preocupes.
Apenas se mueve de casa, y cuando lo hace, cuando baja a la calle para dar cien pasos y sentarse en un banco cercano, lo hace por compromiso, por no aguantarme una y otra vez y por silenciar la voz de una conciencia, la suya, que ya no está para muchos trotes. Hay días que estamos juntos en el banco y él mira al suelo, absorto, sin hablar. A veces me levanto, me separo unos pasos y lloro quedamente. Luego vuelvo y hablamos un rato del Madrid. Creo que le da vida.
Antes, cuando la melancolía nos atrapaba, lo metía en el coche y me lo llevaba de viaje a lugares donde sus recuerdos y mi madre estaban más vivos que nunca. Él renacía a su lado y yo renacía con ellos. Ahora el cansancio le ata al hogar con una cuerda invisible, larga, de ventrículo a ventrículo. Yo le entiendo, es su vida. Ese cuarto de siglo que me lleva encierra preguntas que yo intuyo y él prefiere no plantearse.
Muchos días, cuando abro la puerta y grito su nombre, me lo encuentro en el sofá, amodorrado, con la tele encendida y Pedrito, nuestro canario, cantando a su lado.
Hay días que estamos juntos en el banco y él mira al suelo, absorto, sin hablar. A veces me levanto, me separo unos pasos y lloro quedamente. Luego vuelvo y hablamos un rato del Madrid
Hace una semana, cuando el Real Madrid jugó contra el Valencia, se durmió y no se enteró de nada.
—¿Cómo ha quedado? —me preguntó por teléfono, preocupado por haber descuidado la cita.
Le dije la verdad, que había ganado 5-1, pero si hubiese perdido le habría mentido. Le voy a mentir siempre. El Real Madrid va a ganar todos y cada uno de los partidos de su vida. Vinicius será Balón de Oro diez veces, Camavinga dominará los partidos como Pirri y el Bernabéu será más bello que el Partenón.
Mi padre cumplirá 100 años y el Real Madrid tendrá 27 Champions.
Te voy a dar toda la vida del mundo. Nada temas.
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Precioso
¡Que belleza!
Muy bonito
Que grande es la Galerna. Todo está incluido en ella , sobretodo la belleza
La vída . Por eso, cada cual en función de sus posibilidades, el tiempo, los momentos que se puedan dedicar a él, es lo mejor que podemos darle a nuestros padres.
Este artículo , y me alegro, seguro que a Fred le alivia de esa angustia vital que conllevan las circunstancias. Amor y paciencia es lo que nos enseñan y aprendemos. Le comprendo totalmente.
La Quince existe.
Las cosas que importan. Enhorabuena. Ahora todos le queremos y le recordamos.
Mi padre murió el 2 de abril de 2010. Cuando hablábamos de fútbol, del Real Madrid, decía que el día más feliz de su vida era el de la final de la Segunda Copa de Europa, que la vio en el estadio por cinco duros. Semanas antes de morir yo le forzaba a salir de casa, a dar un paseo, un garbeo, como decía él, hasta el parque de enfrente de su casa. Recuerdo un día que estábamos en su casa viendo al Real Madrid y que él ya no reconocía a los jugadores en la tele. Ahí me dijo que no quería seguir viviendo. Puedo entender perfectamente que UD. le mienta a su padre, ojalá el mío hubiera visto La Catorce.
Que situación más real y cotidiana para muchos, como es mi caso.
Es un artículo precioso y a la vez triste porque en él se describe la fase final de una vida y como nos sentimos los hijos y demás familia.
Soy una hija de 49 años con un padre de 87 con Alzheimer y os aconsejo que disfrutéis todo lo que podáis, o mejor dicho el tiempo que nuestra ajetreada vida nos deja para estar con ellos, disfrutar de sus conversaciones de fútbol o cosas del pueblo, de su familia, llevarlo a dar un paseo y tomar el sol......COMPAÑÍA.
El reloj y la vida corre para todos pero más rápido para ellos; nuestros padres; los que nos dieron la vida y los que la perderían por nosotros más que nadie..
NUESTROS PILARES...