Llevamos desde el nacimiento de La Galerna aguantando penurias importantes, una suerte de travesía del desierto madridista. No han faltado victorias azulgranas, la Undécima que se pospone, lenguas maledicentes, tensiones internas a la llegada de unos y a la salida de otros y desde este humilde rincón siempre he intentado ayudar a sostener la fe de esta familia. El domingo pasado sin ir más lejos hablábamos de perseverar en la fe en este tiempo de aridez incluso informativa, de falta de nervadura en las tardes de sábado o domingo, de ausencia (excepto en los abdominales de Arbeloa y de José María Aznar) de tensión competitiva. Y este empeño, ¿para qué? ¿Para dar un sentido acartonadito y conformista a nuestra adhesión a ese escudo? ¿Para poner al mal tiempo buena cara? Nada más lejos. Nuestra fe, que es una forma de conocimiento, se refiere sin duda a una Verdad poderosa, inmutable y feliz: el Real Madrid es y será el mejor club deportivo del mundo. Este hecho, que por sí mismo sería suficiente como para perseverar en esta línea, no es sin embargo la razón última de nuestro regocijo.
Nuestra meta como hombres y mujeres no está en este mundo, ni siquiera en el José Luis de Paseo de la Habana o de Rafael Salgado: está en el cielo, en la Gloria de Dios. Pero, ¿qué es el cielo? Autoridad manda, y acudimos al Catecismo de la Iglesia Católica para clarificar nuestras cuitas: “El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” (1024). En el cielo, los hombres (y las mujeres) “[…] tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre” (1025). “En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera” (1029).
Dios no es un estafador, y por lo tanto los gozos y la gloria que disfrutaremos en el cielo serán los mayores posibles, los auténticamente verdaderos, los imperecederos, los que de verdad nos lleven al “estado supremo y definitivo de dicha”. Y, os pregunto, queridos galernautas, ¿hay un estado superior de dicha al de ganar la Décima Copa de Europa al eterno rival en el minuto 93? ¿No es acaso definitivo el veredicto de Mejor Club del siglo XX, del único siglo entero que lleva el fútbol en este valle de lágrimas? Por supuesto que todos los aficionados al fútbol DEL MUNDO querrían esas dichas para sí, para sus equipos. Dios, que nos ama infinitamente, que hace salir el sol sobre justos y pecadores, que hace crecer el césped igualmente en Chamartín o en el Camp Nou, hace encontrar en el cielo su verdadera identidad a los que allí vayamos, y si esa verdadera identidad es la que hace que cumplamos nuestras aspiraciones más profundas y alcancemos el estado supremo de dicha no queda otra alternativa que la de que en el cielo todos, culés y palanganas, colchoneros y periquitos, y todo el orbe futbolístico será madridista. Como dice el profeta Isaías “los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán”.
¿De qué manera si no podremos seguir “cumpliendo con alegría la voluntad de Dios”, dado que es sobradamente sabido que Dios es madridista?
Así pues, esta fe, este tiempo aciago es un tiempo de purificación que ofrecemos para que, en el cielo, Busi cante “illa illa illa Juanito Maravilla”, para que Jesús Gil nos reciba con una camiseta de Amavisca hecha con una vela de barco, para que Michael Robinson, en perfecto español, agite la bufanda de “Mi papá me hizo madridista”, para que, en fin, Joan Laporta pida sollozante de emoción un autógrafo de Cristiano en sus turgentes pechos.
Pero amigos, hay algo que me emociona más aún de lo que nos espera tras esta vida, una promesa mejor aún que contemplar las redacciones del Sport y del Mundo Deportivo uniformadas con la camiseta rosa de la Champions y cantando enronquecidas el himno del Centenario. Me pongo nervioso de pensarlo…
“Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" Esto es lo que nos espera. Lo que nunca vimos pero no podemos dejar de desear, lo que nunca imaginamos pero nuestro corazón busca. Esto es el misterio del hombre, el deseo, la aspiración a algo que nos es ajeno o desconocido, una cierta revelación. ¿Y quién no ha deseado lo imposible, ver un gol de di Stéfano a pase de Zidane? ¿O ver un contraataque feroz con Xabi Alonso asistiendo a un Gento supersónico? ¿Y una parada de Zamora con pase en corto a Roberto Carlos y carrera con centro y gol de cabeza de Santillana? Todo eso lo veremos, lo disfrutaremos y lo celebraremos porque “Dios lo preparó para los que le aman”.
No me digáis que no merece la pena entrar por la puerta estrecha de la fidelidad al Madrid. Ya sabemos que al final, casi todos los que vean el rostro de Dios se convertirán, pero los que podamos ir construyendo el reino blanco en la tierra sin esperar al cielo nos vamos asegurando el ir centrando nuestros abonos en la línea de medio campo y las gradas bajas del estadio eterno, al ladito de don Santiago.
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