Días de playa. Calor sin el hacinamiento de la hinchada. Días de espera. Domingos sin ilusión. No siempre había una Eurocopa o un Mundial que echarse a los dientes. Fines de semana sin quiniela ni clasificación. El repaso al palmarés. La gloria. La discusión merengona. El reencuentro con los amigos, algún incauto blaugrana dando la chapa junto a la toalla. No sé qué de Stoichkov. Muy bien, chaval, déjame vivir. Dar la espalda al curso, que de algún modo siempre es el curso escolar. Y en el horizonte, más allá de las mareas, esos torneos de verano con sabor a libros nuevos, aroma a bronceador, pruebas de uniformes y zapatos, y arena aún en los bolsillos. Todo nos arrastraba al inicio liguero. Entonces, marcadores a cero, todo por soñar.
Hay todavía un amago incierto de esa vetusta ilusión. Una chispa de esperanza. Lo que estarán haciendo en esos despachos. Florentino, no nos falles. Antaño yo era un crío con el 7 de Butragueño a la espalda corriendo por las playas del norte, leíamos la prensa deportiva en verano con el sueño de encontrar una noticia bomba. Siempre un delantero. Siempre vestido de blanco, ocupando toda la portada. Y si no salía en el papel, quizá lo contara SuperGarcía, si aún corría el Tour de Francia, y todavía estaba al frente del programa de la noche. Confirmado. Muchos millones de pesetas. Nadie sabe cómo coño se pronuncia su nombre, pero ya nos enamora.
Y admirar la blancura impoluta de la camiseta, memorizar su dorsal, encontrar algún gran referente blanco que lo hubiera llevado antes y fantasear con que reeditaría sus proezas
Soy de esa generación que veía a las estrellas dar toques de balón en la presentación en el Santiago Bernabéu, crepúsculo de junio quizá, y auguraba ya su futuro y sus goles. Si se le caía pronto la pelota, fichaje barato, dará que hablar sólo en pretemporada. Si hace magia con la bola, traerá tardes de gloria. Era un sueño que la realidad, a veces con crueldad insoportable, se encargaba de desmentir. Y a menudo ocurría lo inesperado, si se trastabillaba y mataba a un fotógrafo de un pelotazo en plenos malabares, tal vez era el augurio de una leyenda. Pero nos gustaba pensar con la lógica aplastante de los niños que éramos, esa manera de dominar la pelota en su presentación debía significar algo importante. Todo era escudriñar cada toque. Y admirar la blancura impoluta de la camiseta, memorizar su dorsal, encontrar algún gran referente blanco que lo hubiera llevado antes y fantasear con que reeditaría sus proezas.
Grandes fichajes o sonados fracasos. Rompían la siesta del verano sin liga. Alegraban las mañanas sin colegio. Endulzaban esas vacaciones interminables, cima de casi todas las felicidades que acariciaremos en la vida, en donde lo único triste era la ausencia de los partidos cada fin de semana. Pero paliábamos la sed con los rumores, esa afición a bucear –antes de Internet- en la escasísima información que vertían los medios. Si era extranjero, más emoción. Porque entonces, exigua la cuota legal, era muy extraordinario tener hueco en el Madrid sin ser español.
Con extraña viveza recuerdo todavía las presentaciones de Prosinecki, de discretísima memoria, y Hagi, que después lloró su traición al club. También los primeros pelotazos sobre el césped de Chamartín del chileno Zamorano, en cuya soltura pude ver los goles como soles que más tarde se repartiría con el Buitre, en aquel Madrid que parecía querer estirar hasta el infinito la leyenda de la Quinta; buscaba en aquel melenudo eléctrico, como niño huérfano de una época blanca que vi marcharse con doliente melancolía, el tequila que me ayudara a olvidar a Hugo Sánchez, en el año de la Expo.
Guardo también la extrañeza que me causó Morientes, luego tan querido, a la luz del primer Ronaldo, preludio glorioso del otro; e inolvidable, más que nada, y aunque ya no era niño, su presentación en el Bernabéu, con Cristiano abrazado a Di Stefano ante la sonrisa de Florentino. Era, me parece, el verano del 2006, y hubo 80.000 gargantas madridistas que volvieron afónicas a casa.
Beckham en 2003. Kaká. Robinho. Van Nistelrooy. Laudrup. Schuster. Figo. Redondo. Zidane, claro. Xabi Alonso. O Mijatovic y Suker; que llegaron ese año en que todos los que idolatraba en el Madrid parecían destinados a exhibir el ocaso de su talento en el Atlético Celaya, del que –confieso- llegué a hacerme hincha. Qué extravagante y vaporosa es la memoria. Me saltan nombres como Dubovsky –temprana y triste muerte-, Petkovic, Jankovic o Spasic. A algunos ni los recuerdo sobre el campo. Gracias a Dios.
Todavía soñamos con que algo se esté tramando entre bambalinas, cuando menos te lo esperas, y otra brillante estrella vuelva a robarnos el corazón y a ensanchar la magna historia
Miro atrás y adelante en el tiempo, y el tiovivo evocador me presenta en cada vuelta a las estrellas blancas de las postalillas Panini, el 89, el 90, el 91, hasta que, ya niños creciditos, en casa cambiamos aquellos coleccionables por la emoción desbordante de la Liga Fantástica Marca, brillante ocurrencia de los 90 para solaz de los más futboleros.
Todo, de alguna manera, me lleva a un verano como este. Cuando impacientes, extrañados ante el silencio oficial, todavía soñamos con que algo se esté tramando entre bambalinas, cuando menos te lo esperas, y otra brillante estrella vuelva a robarnos el corazón y a ensanchar la magna historia, vestida de blanco por vez primera, serpenteando con el balón entre una nube de fotógrafos. Lo esperamos, sí, como los niños que tal vez, en esto del madridismo, nunca hemos dejado de ser.
Fotografías: Imago
No se está tramando nada Itxu y eso que escuchas disfrazado de silencio son las grúas del nuevo estadio. No hay nada más en el Bernabéu. Bueno, soñar con el futuro… acaso hay algo más barato?
¡Qué recuerdos! Te ha faltado lo de estar coleccionando cromos en el álbum de la liga.
Adivina, adivinanza (no buscar en Google).
¿A qué equipo de baloncesto lo dejaron los árbitros con sólo cuatro jugadores en pista y le tangaron una liga?
La liga que gano un innombrable arbitro vasco que ganó los tres partidos que árbitro los otros dos los gano el Real Madrid
Ha quedado un buen artículo. De verdad. Y tiene su mérito lo que consigue la Galerna. Y la prueba es la afluencia de los madridistas disfrazados, excitados por la gran hazaña lograda ayer por Su Cuccitineza, que derraman aquí, en forma de espuma y bilis, su frustración y rencor.
Ahora, bien, ilusión ninguna. Más allá de ganar bastantes o muchos títulos, la cuestión fundamental para sostener la ilusión no es este fichaje u el otro. El meollo del asunto está en lo corrompido que está el fútbol de élite. Se ha llegado a unos extremos de indecencia y deshonestidad tales que no queda otra que la desafección de "ese futbol que es del pueblo". Tócatelos y baila. BOICOT.
+1
Florentino Pérez quiere ser Bernabéu. De ahí la Superliga y de ahí lo del estadio. El problema es que para ser Bernabéu a Florentino le falta lo más importante: fichar a Di Stefano.
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Imbecil detected.
¿ Por qué os jode tanto que os pillen ?
Tengo tanta ilusión en el fichaje de éste verano (Mbappe si no es éste año, no lo será nunca), como en las bajas (ver a Mariano y a Jovic otra temporada es para tirar a la puta calle a José Angel Sánchez).
Yo recuerdo el larguísimo fichaje de Lozano, ese español de Coria del Río que costó 200 millones de pesetas (de la época) traído del Anderlech y que después no respondió a lo esperado. Pero a mi me hizo pegarme a las noticias deportivas para saber por dónde iba el fichaje, si lo traían o no...
Eran otros tiempos, claro...
tengo un diente a lo mikel erentxun y un diminito apéndice mingitorio pero mi agüela dice que el tamaño no tiene importancia.