Giorgio y Jordi (El nombre de la Roja)

Yo estoy seguro de que cuando Chiellini lo vio venir ya lo sabía. Si uno se llama Giorgio Chiellini, licenciado y experimentado, y ve aparecer a un chaval con aspecto de haber salido en Barrio, pero sin haber salido en Barrio, lo tiene que saber. Si no hubiera sido Jordi Alba yo hubiera sentido un poco de lástima, hasta de rabia. Pero era Jordi Alba, el inventor del penalba. Capitán de la Selección Española de fútbol por la gracia de Luis Enrique.

Lo que le esperaba era el digno colofón a sus méritos. Jordi intenta hacer creer que ha ganado el sorteo, cuando el sorteo, la cara y la cruz de ese primer sorteo, que decide en qué lado se disputa la tanda, no lo eligen los jugadores. Giorgio ríe sin dientes como un fraile de la abadía benedictina de El nombre de la rosa. Le llama mentiroso con esa sonrisa de hereje pecador. No se sabe si Jordi miente o no sabe dónde está.

Porque Jordi es un mentiroso. Lo hemos visto muchas veces. Casi todas las veces, aunque nadie que lo tenga que decir lo diga o lo haya dicho alguna vez. Pero Chiellini no se enfada. Cómo enfadarse por (con) tan poca cosa. Chiellini se mofa del inquisidor Bernardo Gui mientras recita palabras en idiomas diferentes como el monje Salvatore. Y el árbitro se ríe. Y a Jordi le late rápido su pequeño corazón. Todos podemos sentirlo.

Todos se ríen menos él, pues percibe el ambiente de chufla y descalabro. Hay un jolgorio íntimo entre Giorgio y los árbitros que paraliza a Jordi. Giorgio y Jordi. Es una situación desconocida para él. Parece gemir, incómodo. Desconfía elevando más de la cuenta el labio superior. Hay en sus movimientos una mezcla del ademán nervioso de la ardilla y el oscilar titubeante del púgil tocado. Pero Chiellini lo recoge en sus brazos. Le da la vuelta. Lo masajea como a una croqueta.

A Jordi le gusta, pero recela. Hay algo sicalíptico en la escena. Sospecha que lo están empanando, pero no puede reaccionar. Primero Chiellini lo empuja. Lo despierta. Luego le lanza un puñetacito de amor. Alba recula, se tambalea. La escena es espeluznante. Alba es una pizza saltando del horno que oye cantar a Chiellini una canción de la Toscana. Quiere salir de allí, pero no puede.

Al final Chiellini le hace una llave de cuello y lo sostiene en su regazo al borde del ahogamiento. Parece una historia escabrosa de Tom Sharpe. Jordi está aturdido. España está aturdida. Cuando Alba sale del cónclave dando tumbos todo está acabado, mientras Luis Enrique contempla desde la banda, antes de que se lance ningún penalti, el final de su obra.

Fotografías Imago.