«No sé si estoy despierto o tengo los ojos abiertos». Florentino amanece con Calamaro cantándole desde la zona de mejor acústica del bulbo raquídeo. Pululan por su cabeza los asuntos que inquietan al aficionado madridista. También ESE asunto. «No me gusta esperar, pero igual te espero» resuena el cantante argentino cuando lo recuerda.
Se prepara un café con el propósito de despejarse, pero hoy la transición sueño-vigilia es tediosa, se prolonga como un culebrón eterno, siente un discurrir pastoso, no tiene claro si sueña despierto o piensa dormido.
«Number 9, number 9, number 9…». Ahora es Revolution #9 de The Beatles la que se hace eco en su cabeza. El subconsciente le manda señales, o tal vez solo amplifica las que emite el madridismo.
«Time is on my side (yes it is)». Tranquilo, se dice a sí mismo, y por un momento recupera el control de la batalla onírica al son de Jagger, Richards y compañía. El tiempo siempre ha estado de su parte y lo sabe. Si se hubiese dejado llevar por el histerismo colectivo, si se hubiera dejado inocular por el demonio de la premura, Twitter Real Madrid estaría saciado y el Madrid por fin habría celebrado la temporada pasada la consecución de la Décima.
A pesar de no haberse despertado por completo, cierra una venta, dos acuerdos y tres patrocinios que suponen varios millones de euros más. Aun así, sigue oyendo «Number 9, number 9, number 9…».
Sabe que esta vez tiene sentido.
Intenta distraerse y sacarse el nueve de la cabeza. Al menos hasta que despierte del todo. Rememora a los galácticos. Piensa que tampoco estaba tan mal tirado aquel apelativo que nació desde el desprecio y la envidia de Jesús Gil, etimológicamente proviene del griego galaktos (de leche, en referencia a un gran grupo de estrellas) más el sufijo ico (relativo a) y la leche es blanca. En la Vía Láctea está el Sistema Solar, cuyos planetas son —mientras va contando con los dedos— Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno… ¿y Plutón? —Un, dos, tres cuatro, cinco, seis, siete, ocho… ¿y nueve?
Se intranquiliza. Y vuelve ESE asunto. Y con él la canción de Calamaro: «Te quiero, pero te llevaste la flor y me dejaste el florero». Le viene a la cabeza Negreira, el florero más caro del mundo, pero esa tampoco es la solución. Negreira es el nueve más rentable en la historia del Barcelona, pero el Madrid se asienta sobre valores irrenunciables.
Se prepara otro café y se marcha al salón. Quizá una película termine por despejarlo. Por suerte cuenta con lo último en tecnología y una colección completísima de films en VHS. Pero con tantos largometrajes, ¿cuál elegir? Pasa el dedo por el lomo de las cintas según cuenta. Lo hace hasta nueve y extrae la correspondiente. ¡¿Otra vez el nueve?! Sospecha que el subconsciente está a los mandos.
La película es Indochina. La recuerda, Catherine Deneuve fue nominada al Oscar, pero no lo ganó porque el galardonado fue Busquets, premiado por fingir una apoplejía tras sufrir una carga legal en un partido de alevines. El recuerdo le revuelve y decide no verla.
Coge otra sin mirar. El ansia. El título no ayuda. Está protagonizada por Catherine Deneuve, de nuevo, y David Bowie, The man who sold the world, como Laporta, piensa. Se apalanca en el sillón, comienza a verla y descubre que la trama versa sobre vampiros. Le vienen a la cabeza los compañeros de viaje de la Liga, se agita más y extrae la cinta del vídeo.
Vuelve a su filmoteca particular y toma otra película al azar. En un patio de París. Todo le evoca a él. ESE asunto. Manda narices. Qué curioso, también actúa Catherine Deneuve. Tampoco es tan raro, se dice, es la musa de muchos directores y una institución del cine francés, ha participado en más de cien películas.
Decide, no obstante, no verla porque le recuerda al hombre de París. Toma otra. Mi hombre es un salvaje. ¿Acaso se refiere a ESE asunto? Nunca ha sido paranoico, pero se escama. Le da la vuelta al estuche y consulta el reparto: protagonizada por Catherine Deneuve. Tranquilo, será una casualidad, se repite a sí mismo.
Respira hondo, piensa en ESE asunto. Sabe que el chico solo tiene dos opciones reales, irse o quedarse allí, con lo que cada una implica de cara a su futuro. Coge otro film. Marchar o morir. Florentino ya ve señales por todas partes. Para colmo, Catherine Deneuve también forma parte del reparto.
El reparto económico es una de las claves de ESE asunto y lo sabe. Agarra otra película. El dinero de los demás. ¿El azar se está cachondeando? Mira de reojo el elenco del filme. No puede ser. Otra vez.
Cuenta hasta nueve.
Se le ocurre que quizá no sea suficiente la relación establecida con la madre y quizá entablar un diálogo con la pareja del chico pueda ayudar a desbloquear ESE asunto. Esta vez toma dos cintas a la vez. Las mira: Mi amante prohibido y Esperemos que sea mujer. Se ríe por no llorar. Consulta con una risa nerviosa los protagonistas. Catherine Deneuve. En ambas.
Sale corriendo de la filmoteca, pero vuelven las canciones a su cabeza.
Ora Calamaro: «Me dejaste el vestido y te llevaste el amor», ora los Stones: «Now you always say that you want to be free / But you'll come running back, you'll come running back».
«Number 9, number 9, number 9…».
Se siente como Alonso Quijano, no quiere perder el juicio y que se le seque el cerebro.
Cae rendido en la cama.
Sueña con Catherine deambulando en la repulsión de un pasillo de cuyas paredes brotan brazos de Negreiras.
Despierta. Sonríe, acaricia al gato. Ya tiene la solución: Catherine de nueve.
Getty Images.
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