Tras los últimos acontecimientos, es necesario analizar tanto el futuro de Ancelotti como ciertos síntomas en el vestuario que considero muy preocupantes.
Aún estoy cariacontecido tras el encuentro de anoche. Más que por la derrota, por el vapuleo propinado por un Milán en horas bajas al Real Madrid.
No voy a comenzar hablando del juego del equipo ni de la responsabilidad de Ancelotti en esta situación —al fin y al cabo es el capitán de la nave—, sino de los mensajes que Nina Bonino, la mujer de Valverde, publicó ayer en X.
Es impresentable que se manifieste en esos términos, es la pareja de un jugador del Real Madrid y con su actitud ha comprometido al club, al propio jugador y al entrenador. Está generando toxicidad.
Asimismo, es un síntoma que Mina Bonino opine que Ancelotti no tiene ni idea por colocar a Fede en la banda en lugar de en el centro del campo. Y no porque sea acertada o no esa opinión futbolística, incluso puede estarse de acuerdo con ella, sino porque se sienta con la potestad de rajar del técnico de esa manera.
Es cierto que ha borrado los tuits, pero ya están dichos. Y da a entender que de alguna manera este asunto es algo que Fede Valverde se lleva a casa cada día, aunque tenga la prudencia de no manifestarlo en público. Además, la sustitución se debió a problemas físicos del uruguayo, con lo que ni siquiera tenían sentido los comentarios de Mina.
Desde agosto, veo a Carlo con el ceño fruncido, extraño en las ruedas de prensa, bajo de ánimo. No es el Ancelotti de otros años. Por tanto, cabe preguntarse qué habrá visto el entrenador que no funciona en el vestuario, en el equipo y qué le hace estar preocupado desde este verano. Qué le llevó a decir en agosto que si un jugador está cansado tiene que pedir el cambio. Son unas declaraciones muy raras.
Da la sensación de que, desde el principio y con la experiencia que atesora, ha intuido, ha observado que estaba perdiendo completamente al vestuario. Y si tú pierdes al vestuario estás fuera, por resumir mi posición.
Sea o no el máximo responsable, sea justo o no sea justo, lo cierto es que un entrenador que pierde un vestuario es un entrenador que no puede levantar al equipo. Y esa es la sensación ahora mismo, que con Ancelotti este equipo no se levanta.
Veo a Ancelotti perdido e incapaz de hacer remontar al Madrid. Por lo tanto, creo que la decisión que debería adoptar el club sería buscar otro entrenador que pueda enderezar la situación hasta final de temporada.
Aquí surge otro dilema: un entrenador que sirva de puente hasta la llegada de Xabi Alonso o un técnico al que haya que ofrecer más años de contrato y por tanto se deseche la opción del tolosarra.
Más allá de lo comentado sobre el vestuario, más allá de los días de descanso —más de los que yo recuerdo como habituales—, más allá de ciertas actitudes que no encajan con lo que es el Real Madrid de los últimos años, está lo que vemos en el campo: un equipo que corre menos que el resto, una escuadra completamente desordenada que no tiene trabajada la salida del balón ni la presión, que no junta sus líneas, que carece de un patrón de juego para armonizar las soluciones.
La sensación es que el Madrid es un equipo perdido dejado de la mano de Dios. Y el problema es que los rivales se dan cuenta. Al principio le respetan, porque es el campeón de Europa y de liga, pero han visto que hace aguas, que la lesión de Carvajal ha causado muchos problemas, que el conjunto físicamente no va, que el cuadro no está bien trabajado, y están comenzando a perderle el respeto y a infligirle muchísimo daño.
El Milan ayer jugó a placer. Una escuadra que llegaba siendo séptima de la Seria A, en un mal momento, un conjunto que está muy lejos del gran Milan que recordamos bailó en el Bernabéu al Madrid, que ha encajado nueve goles en tres partidos y que no cayó ante el Borussia porque la segunda parte de Vinícius fue espléndida. Son demasiados síntomas que dan a entender que el equipo está perdido y roto.
Sin duda, no. Hay más cosas. La integración de Mbappé en el equipo está siendo complicadísima, la salida de Kroos también tiene peso, así como la lesión de Dani y el estado de forma de varios jugadores. Pero cuando todo falla hay que mirar al banquillo. Y duele.
Otorgo gran responsabilidad a Ancelotti de la buena marcha del Madrid la temporada pasada. Supo encontrar soluciones a las dificultades que se fue encontrando, fue capaz de conformar un bloque muy unido, un equipo muy solidario que sabía sufrir en el campo para hacerse inasequible a los rivales. Y este año es todo lo contrario.
Da la sensación de que el vestuario le oye pero no le escucha, de que su mensaje no llega y ha perdido la autoridad. Es patente que Ancelotti no está a gusto y no siente al equipo como aquel con el que consiguió tantas cosas.
Da pena porque no apetece que despidan a Carlo en mitad de temporada cuando es el entrenador que ha ganado más títulos en la historia del Real Madrid, pero si no se lleva a cabo habrá gente que se girará al palco y preguntará por qué no se toma una decisión dolorosa pero necesaria.
La situación es complicada y ahora mismo solo hay una cosa clara: Ancelotti no se encuentra en condiciones de sacar a este equipo adelante. Lo cual no significa que haya sido un mal entrenador ni cabe una enmienda a la totalidad.
Ojalá tenga que reconocer más adelante que me equivoqué. Sería la mejor señal. No quiero tener razón, prefiero ser feliz.
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Es difícil hablar de fútbol cuando la realidad es cruel. Todos coincidimos que resulta complicado atender a la mayor industria del entretenimiento cuando en escasos kilómetros se vive un drama humano de una dimensión aún desconocida. Por lo tanto, en primer lugar, me gustaría mandar un abrazo afectuoso a todas las víctimas de la DANA. En segundo lugar, expresar mi más sincero respeto a todos aquellos voluntarios que de forma heroica están ayudando en todo a las víctimas. Todos podemos colaborar de un modo u otro, pero los que están sobre el terreno tienen un mérito extra, indudablemente. Así que toda mi solidaridad con el pueblo valenciano.
Y como parece que el show siempre debe continuar, la industria del fútbol no para. Hasta en los atentados del 11-S se disputó una jornada de Champions, y al principio de la pandemia Tebas daba por hecho que el fútbol seguiría hasta que la evidencia pudo con la extravagancia. De todos modos, muy pocos meses después se reanudó el campeonato. El deporte profesional tiene la voracidad total de la industria del entretenimiento.
No obstante, para ser justos, es de ley recordar que el mundo del fútbol suele ser bastante solidario. Algunos equipos ya han ofrecido su ayuda de un modo u otro. Sin ir más lejos, el Valencia ha brindado Mestalla como gran almacén improvisado. El Villarreal ha donado dinero. Y nuestro Real Madrid fue el primero en movilizarse. Desde el minuto uno, el Madrid se puso a disposición del Valencia para cualquier tema, incluida la suspensión del encuentro liguero. Y como no podría ser de otro modo, el mismo jueves 31 el club hizo público que donaba un millón de euros para ayudar a las víctimas de la DANA.
El Madrid deja un mal sabor de boca y una preocupante puesta en escena
Como decía, el fútbol no para. Anoche el Real Madrid jugaba contra el AC Milan. El histórico Milan es un club hermano. Nos unen tantas cosas que uno solo puede tener admiración por los italianos. Junto al Madrid, es el equipo más laureado de la Copa de Europa y su historia es tan apabullante como inabarcable. Hablamos de la auténtica realeza europea. El Milan nunca fue una moda, durante décadas ha permanecido siendo un referente. Incluso en sus momentos más bajos, como puede ser el que atraviesa ahora, el equipo rossoneri tiene el respeto de los buenos aficionados.
Real Madrid y Milan tienen vidas paralelas desde la tercera Copa de Europa del Madrid hasta las más intensas eliminatorias en décadas posteriores. Los aficionados con más solera recuerdan los enfrentamientos entre La Quinta y el Milan de Sacchi que marcaron a toda una generación, golazo incluido de nuestro entrenador Carlo Ancelotti. Un Ancelotti que en la rueda de prensa previa se mostraba afectado por el desastre de Valencia y declaraba: “Hay cosas más importantes que el fútbol. Cuando tu gente no está bien, no puedes hacer fiesta”.
En lo estrictamente deportivo, para mí el partido se resume en la jugada del segundo gol del Milan. Aurélien Tchouaméni pierde un balón tontísimo en la zona de creación y para más inri el equipo no es capaz de corregir el tremendo error del francés. Morata marca a placer y todos nosotros nos quedamos con cara de tontos. Lógicamente Tchouaméni se llevó un merecido banquillazo y supongo que durante la semana el staff técnico tendrá unas palabras con todos y cada uno.
En ese momento el partido estaba empatado y era un encuentro igualado en ocasiones y fútbol. La indolencia no puede estar presente porque, más allá de la dejadez, denota una falta de profesionalidad que no se puede tolerar. El tercero del Milan lo hizo Tijjani Reijnders y también nace de una jugada defensivamente intolerable. En definitiva, el equipo deja un mal sabor de boca y una preocupante puesta en escena.
La indolencia no puede estar presente porque, más allá de la dejadez, denota una falta de profesionalidad que no se puede tolerar
Y el sábado volvemos a La Liga frente a un Club Atlético Osasuna entrenado por un Vicente Moreno que se mostró en rueda de prensa visiblemente afectado por el desastre de la DANA. Natural de Masanasa, uno de los pueblos más castigados, el entrenador se encuentra ayudando en su pueblo con el permiso del club. Gran gesto de la entidad. En estos días seguiremos con nuestra vida pero será inevitable que nos emocionemos con todos los héroes que están dando lo mejor de ellos mismos en Valencia.
El tiempo corre constante y las pesadumbres de la vida nos acechan pero no nos queda otra que poner buena cara al mal tiempo. Porque, parafraseando a Garcilaso de la Vega, no nos queda más que hacer mudanza en nuestra costumbre. Ojalá siga sirviendo este hermoso deporte que es el fútbol para distraer, alegrar y poner luz en los corazones de tantos valencianos que necesitan pequeños granitos de arena para volver a reconstruirse.
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Buenos días. De nuevo por decir algo. Ahora mismo, el Madrid está en caída libre. Y lo que es peor, el piloto no parece capaz de agarrar con fuerza los mandos del avión para detener el descenso primero y tomar altura después.
El anterior partido jugado en el Bernabéu se había saldado con debacle ante el Barça, 0-4, y el de ayer con desastre frente al Milan, 1-3. No se perdían dos partidos consecutivos en el Bernabéu desde 2019. La portada de Marca resalta los dos repasos seguidos sufridos por los blancos en casa.
El equipo fue una calamidad. Perdón, no se puede hablar de equipo porque este Madrid no funciona como tal. Se ajusta más a la verdad afirmar que un manojo de grandes futbolistas, de los mejores del mundo, y un equipo técnico en el banquillo encabezado por Ancelotti, el más laureado, fueron una calamidad.
Marca califica el partido del Madrid como mediocre y quizá se queden cortos. Desde verano, el equipo ha contraído una enfermedad cuyo diagnóstico es confuso, como afirma Genaro Desailly hoy en La Galerna: «Las señales que da el equipo solo armonizan en que son todas negativas. Por lo demás, son casi contradictorias entre sí, como un paciente que sufriera a la vez de diarrea y estreñimiento mientras el médico se rasca la cabeza mirando la analítica».
Todo es confuso, no solo el diagnóstico. Se aúnan en un mismo partido, incluso en un mismo protagonista, la indolencia y la precipitación por exceso de celo. El desarrollo de los encuentros también es incoherente, a menudo se dan minutos que invitan al optimismo seguidos de fases de hecatombe sin paliativos.
Antes, sucedía al revés, el Madrid comenzaba mal, se asomaba al precipicio y después reaccionaba y ganaba de manera más o menos milagrosa. Ahora ocurre lo contrario, se comienza de una manera que infunde ciertas esperanzas y el conjunto, que no es tal, termina por deshilacharse y precipitarse al vacío mientras le caen encima los goles en contra. Los milagros se han tornado en pesadilla.
Una pesadilla que continúa, como titula As, que personifica en Mbappé el nuevo patinazo blanco. Es innegable que últimamente el acierto de cara a gol del astro francés está bajo mínimos, también que no fue el peor ni de lejos. Asimismo, es cierto que el declive del Madrid coincidió con su llegada, pero tampoco es de recibo inferir —sin duda alguna, como están haciendo muchos— la causalidad a partir de esta correlación.
El mal que aqueja al Madrid es más complejo que el ajuste de Kylian o su mejor o peor momento de forma. El equipo sufre un síndrome, una amalgama de síntomas vinculados, probablemente, con varios problemas de salud diferentes.
Estos problemas no se circunscriben a la falta de gol o a la merma de prestaciones de la práctica totalidad de la plantilla. Es un conjunto amplio de problemas cuya solución debe plantearse el club, junto con el propio técnico, si está en posición de ofrecer Ancelotti.
La descoordinación general es obvia, la defensa es un drama, la baja de Carvajal parece evidente que no la puede suplir solo Lucas Vázquez. En el centro del campo no existe un director de orquesta que ordene la escuadra. Cuando juega Tchouaméni, no funciona; cuando lo hace Camavinga, tampoco. Solo Valverde parece, en ciertos partidos, capaz de asumir la manija, pero no es suficiente él solo, necesita al lado a alguien que aporte imaginación, como Modric, pero Modric ya no está en condiciones de desempeñar ese papel todos los partidos.
Bellingham anda perdido con los continuos cambios de posición a los que le somete Carlo, quien, sin que sepamos por qué, ha dejado de contar con Güler, que podría aportar parte de esa brillantez que tanto necesita el equipo, y con Endrick, que ya ha demostrado que tiene gol, uno de los debes del Madrid.
Pero lo más preocupante es la sensación que transmiten todos. La actitud, el abatimiento, el lenguaje corporal. Algo parece haberse roto al finalizar la brillante temporada pasada. La cara de Ancelotti es un poema desde el inicio de curso. Sabe algo que ignoramos. Se ha esfumado esa unión futbolística que se respiraba en los partidos, con independencia del mejor o peor juego. No queremos decir que haya mal ambiente en el vestuario, pero algo ha cambiado, los protagonistas han perdido la convicción y deambulan más como zombis que como habitualmente se habían mostrado: jugadores del Madrid dispuestos a comerse el mundo.
La capacidad de este equipo para revertir la situación se antojaba indudable, pero la incertidumbre es más que patente y es lícito poner en duda la competencia, tanto del entrenador como de ciertos jugadores, para darle la vuelta a la situación. No es cuestión de montar una revolución y arrojar por la borda todo el trabajo y la planificación de años, pero sí de afrontar la tesitura y buscar las mejores soluciones, una a una, a todos los problemas que padece el equipo.
El Madrid está en caída libre. La parte positiva es que hay tiempo, y medios, para levantar el vuelo. Pero el tiempo se agota y urge adoptar medidas ya.
Pasad un buen día.
Lo más inquietante es que el enfermo está fatal pero ni siquiera el diagnóstico está claro. Ancelotti dijo después del fracaso ante el Lille que tenía claro lo que había que hacer para retomar el rumbo. No ha vuelto a repetir que lo tenga claro. Más bien lo contrario. En la rueda de prensa tras el nuevo (y grave) tropiezo ante el Milan, más bien se alegró de que “de que la noche vaya a ser larga. Así podemos pensar”.
Que el entrenador confiese que tiene mucho que reflexionar “para recuperar la solidez” no suena precisamente esperanzador, pero desde fuera se entiende, porque el equipo ahora mismo es un arcano depresivo y denso. ¿Cómo es posible que una escuadra dotada de tantísimos grandes jugadores (y grandes personas según nos han demostrado en muchas ocasiones) estén derrumbándose de este modo en lo colectivo? ¿Cómo pueden estar jugando tan exasperadamente mal?
Las señales que da el equipo solo armonizan en que son todas negativas. Por lo demás, son casi contradictorias entre sí, como un paciente que sufriera a la vez de diarrea y estreñimiento mientras el médico se rasca la cabeza mirando la analítica.
Las señales que da el equipo solo armonizan en que son todas negativas. Por lo demás, son casi contradictorias entre sí, como un paciente que sufriera a la vez de diarrea y estreñimiento mientras el médico se rasca la cabeza mirando la analítica
Los pases se fallan por falta de tensión competitiva y a la vez por exceso de tensión competitiva (nervios). Algunos dan la sensación de fallarse por lo primero, otros por lo segundo y algunos por las dos cosas a la vez, si fuera posible.
Tchouaméni está horrible, pero, cuando Carletto hace exactamente lo que todos habríamos hecho, y lo sienta en beneficio de Camavinga, el equipo se viene abajo, pues para mí no hay duda de que el segundo tiempo ante el Milan es mucho peor que el primero. Las presuntas soluciones se convierten en problemas. Todo el mundo, también el analista, queda con el pie cambiado.
Parecía que teníamos un problema con Mbappé y su pólvora mojada, pero lo cierto es que ayer fue de los mejores (inquieto y siempre amenazante), y aun así hemos sido vapuleados de manera estrepitosa. Sin que deba entenderse que este es necesariamente un problema sin solución, se está cumpliendo la profecía de los agoreros haters: Mbappé ha alterado el ecosistema, no por ser ninguna prima donna como predecían (todo indica que en lo humano ha encajado muy bien), sino por razones puramente tácticas. Lo humano habría sido más preocupante, pero lo táctico no es baladí y el Madrid arrastra esta perturbación de manera inquietante.
Más señales contradictorias. Parecía de cajón que sacrificar el 433 no tendría más que ventajas, y a ratos nos daba la sensación de que acertábamos, pero ya hasta esa pequeña certidumbre se tambalea, y no se sabe si es porque Bellingham no se encuentra o porque nosotros mismos (siendo “nosotros” eufemismo de Ancelotti) le hemos extraviado por el camino.
Son señales contrapuestas, facetas casi incompatibles de la zozobra, que desesperan porque dan la sensación de que cualquier cosa que intentes va a salir mal. Y esas enfermedades sin diagnóstico claro, con manifestaciones insidiosas, históricamente acaban mal en el Real Madrid. Esta oscura premonición inquieta aún más que la marcha de los blancos, porque conviene recordar que aún no hay nada perdido en la temporada.
Yo tengo una sensación de encrucijada. Hay que hacer algo ahora mismo. Florentino Pérez y José Ángel Sánchez deben reunirse con Carletto y decidir entre todos, amistosamente, si está para seguir o no. Deben mirarse a los ojos y desnudar sus mentes y sus corazones, como hombres de estatura profesional y moral que son. Entre todos deben evaluar si el italiano ha perdido la capacidad de hacerse con el vestuario o no.
Tengo una sensación de encrucijada. Hay que hacer algo ahora mismo. Florentino Pérez y José Ángel Sánchez deben reunirse con Carletto y decidir entre todos, amistosamente, si está para seguir o no
Se le ve tan contrariado que hace pensar que la respuesta será negativa. Su lenguaje corporal es todavía más devastador que los resultados y el juego del equipo. Incluso la rueda de prensa de anteayer me preocupó. Y me escamó. “No queremos jugar”. Oiga, todos estamos jodidos con lo de Valencia, pero usted es el entrenador del Madrid. Es un oficio único en el mundo, y usted ha demostrado ser el mejor para el puesto. ¿Reúne ahora las fuerzas y la claridad para seguir demostrando que lo es? ¿O no las reúne, y por lo tanto ha dejado de serlo?
La evidente contrariedad es más que obvia desde la pretemporada. Algo le turba y no sabemos qué es. No es el mismo desde que comenzó la temporada. Hablen ustedes. Hablen e intenten resolverlo. Si no lo logran, vuelvan a mirarse a los ojos y comprendan que, cuando Carletto afirmó ayer que no le parecería injusto que se considerara su relevo, seguramente estaba diciendo la verdad.
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Arbitró el esloveno Slavko Vinčić. En el VAR estuvo Pol van Boekel.
No gustó tanto como en otras ocasiones por un listón bastante bajo en las faltas y varias amarillas evitables.
Acertó en el penalti a Vini de Emerson en el 21'. Luego hubo otras caídas de Pulisic y Bellingham que fueron poca cosa.
En el 83', el VAR anuló un tanto a Rüdiger que se encontraba en fuera de juego en el centro de Ceballos y se aprovechó de dicha posición para marcar tras rechace de Maignan.
Amonestó en los locales a Militao y Vinícius por protesta, a Lucas de forma inmerecida por derribo a Leao y a Camavinga por una entrada fuerte a Morata. En los visitantes solo se fue con tarjeta Fofana por una acción a Ceballos en los últimos minutos de juego.
Vinčić, DISCRETO.
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Lunin (8)
Sin él bajo los palos la goleada del Milan habría entrado en los anales de la historia.
Mendy (3)
Sin su afamada solidez defensiva y sin nada que aportar en ataque se queda en muy poquito.
Rüdiger (5)
Pundonor al menos.
Militao (5)
Ídem.
Lucas Vázquez (3)
Parece un infante entre adultos.
Tchouameni (0)
Sin actitud, traiciona la confianza de Carlo. Retratado en ambos goles.
Modric (2)
Duele hasta escribirlo… pero ya no parece para estos trotes titulares.
Valverde (5)
Sorprendente cambio al descanso.
Bellingham (3)
Torpón, fallón, cansado, fuera de forma.
Mbappé (2)
No le sale nada. Desaparece de los partidos.
Vinícius (6)
El único motivo para la esperanza. De más a menos.
Camavinga (5)
No cambió la dirección del partido.
Brahim (5)
Recién salido de una lesión.
Ceballos (5)
Por lo menos lo intentó.
Rodrygo (5)
Se notó su presencia.
Fran García (-)
No sé ya ni qué poner.
Ancelotti (2)
Si la respuesta a la falta de fútbol del Madrid es un Modric titularísimo, apaga y vámonos. Lo mismo de siempre. Sin noticias de Güler, y no es una novela de Eduardo Mendoza.
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Todos somos Valencia. Siamo tutti Valencia. Sobrecogidos por el estruendoso minuto de silencio del Bernabéu por las víctimas de la DANA mortal, presidido por una enorme bandera de la Comunidad Valenciana, ni 22 copas de Europa pudieron eclipsar el inmenso dolor de Valencia y España entera que aún llora por el lodazal de muerte y destrucción que las riadas e inundaciones han dejado a su paso por la piel de toro. Ya sabemos que para los gerifaltes de Liga y UEFA lo del temporal ibérico son cuatro gotas, el chou debe continuar a cualquier precio, que los bolsillos de los popes del balompié no se llenan solos. De hecho, lo primero que sonó esta noche, bajo una atronadora pitada de la parroquia merengue, fue el himno de la Champions. Así que, dadas las circunstancias, nobleza obliga.
Y como rezaba Fantantonio en las paginas de La Galerna, esta noche el Madrid debe jugar como en los momentos más altos de su historia: por todos los españoles. No estaría el Real tristemente a la altura.
En frente nada menos que el Milan Associazione Calcio, un gigante futbolístico del Viejo Continente, un rival del que siquiera evocar su nombre generaba pesadillas en el merengue ochentoide. Lejos quedan sus días de gloria o los disparos desde Reggiolo con los que Ancelotti descerrajaba el arco de Paco Bayo en la manita de San Siro. Hoy camina flácido por los campos de Europa cual ciruelo, otrora vigoroso, de Silvio Berlusconi. No hay más que recordar a Schevchenko o fijarse en Morata para cerciorarse que si Madrid no se despeñó por este mismo desfiladero de Il Cavaliere fue gracias a su Florentinezza. Aun así, Milano e Milano, nadie —salvo el de siempre— pude presumir de detentar siete Orejonas en sus vitrinas.
El Madrid trató de sacudirse la melancolía con un arranque enérgico protagonizado por Mbappé, tan voluntarioso como atropellado. Morata, plañidero, gemía por un plantillazo de Tchou del que pronto se cobraría colchonera venganza, Rüdiger mostraba su hilera de dientes sonriente a sus marcadores en cada jugada a balón parado y todo parecía para una bonita noche de otoño en el Bernabéu. No sería así.
A los doce minutos, el rossonero Thiaw despachó con un empujoncito al fornido Tchouaméni tras saque de esquina para, testarazo mediante, fusilar a Lunin bajo los palos. De nuevo, río arriba. Y otra vez Aurélien, bajo los focos de la sospecha, pusilánime aún con la inyección de confianza de Ancelotti. Para ahondar en su miseria, Morata le devolvería la tarascada con una patada alevosa. Lo debió de aprender en el Atleti.
El Madrid se tomó mal el gol y trató de enmendarlo con inmediatez. De nuevo Mbappé se topó con el estrambótico y provocador Maignan, el meta milanista con ínfulas de René Higuita, presto siempre para un roto o un descosío, pero triunfal casi siempre. A pesar de sus aspavientos no pudo evitar el empate de Vini, panenkoparadinha incluida, desde los once metros a los 19 minutos. El penalti, cometido sobre el propio Vini, fue claro tras atropello de Emerson y un fantástico uno-due madridista dentro del área.
Con menos tensión en el marcador, airadas protestas de Morata sobre el penalti, y una zaga milanista en permanente zozobra ante las acometidas de Vinícius, parecía cambiar la dirección del viento. Y como sucedió al principio, tampoco fue así. Al contrario, fue Lunin quien tuvo que dar cumplida respuesta a latigazos lejanos de los italianos, abajo, en estirada felina; arriba, en valerosa salida. El Madrid, por el contrario, con Modric incapaz de hacerse con la batuta, Tchouaméni opacado y Mbappé cual Guadiana, se sumergió en su tristemente habitual atonía de esta temporada.
Tanto lo hizo que a los 39 minutos una pérdida de Tchouaméni ante la que reaccionó con el mismo ímpetu que una octogenaria perdiendo el autobús, permitió recibir a Leao dentro del área. Gambeteó, confundió de nuevo a Aurélien, y disparó seco. Lunin pudo sacarla, no así el posterior remache de un rencoroso Morata que hizo ademán de cerrarse los labios para celebrar el segundo tanto del Milán, ahora por delante en el marcador y ante un rival que se marchaba entre pitos al túnel de vestuarios.
Allí se quedaban Tchouaméni y, sorprendentemente, Valverde. Entraban en su lugar Brahim y Camavinga. Tocaba a rebato Carletto y el Madrid, tan acostumbrado a caminar sobre el filo de la navaja, abrazó el frenesí con todo un segundo tiempo por delante. Un ardor del que pudo salir malparado en el intercambio de acometidas con los milanistas. Primero fue Lunin, con una mano paranormal para detener un violento testarazo de Rafael Leao, después, Militao, aguantando, sólido, un mano a mano contra el mismo adversario. Por el lado blanco, Bellingham y Mbappé, fallones, malograban cada ocasión de la que disponían. Modric, exhausto, dejaba su lugar a Ceballos en busca de algo más de brío en la presión. Lo primero que hizo el bueno de Dani fue darle una pequeña coz a Morata que rodó y lloró por el suelo durante unos cuantos minutos. El Madrid, en cualquier caso y cual pollo sin cabeza, seguía sin robar un balón. A cambio coleccionaba amarillas a pares a cargo de Lucas Vázquez y Militao.
Esta no era la noche. Al filo de los 75 minutos el Milán supo avanzar entre las torpes y desordenados intentos del Madrid por recuperar la pelota, el balón llegó a la banda a Leao que, una vez más, desarboló cual adulto a infante a un superado Lucas Vázquez. Reijners recibió en el área chica y fusilo a un metro de Lunin. 1-3 y muy mala pinta. Rodrygo y Fran García entraban por Bellingham y Mendy. Sin noticias de Güler, por cierto, y no es una novela de Eduardo Mendoza.
Lo que verdaderamente extraterrestre hubiera sido empatar o ganar este partido. En el 80´, frontera de la zona Cesarini que tan bien conocen los italianos, parecimos estar cerca. Un balón colgado por Ceballos provocó la aventura del estrafalario Maignan que despejó el balón a los pies de Rüdiger que, en pintoresca volea, ponía el momentáneo 2-3 en el marcador. Y decimos momentáneo, amigos galernautas, porque mientras servidor escribía este párrafo el VAR anulaba el tanto de Antonio por fuera de juego.
Sea como fuere parecemos encaminados a jugar un extraño playoff entre el noveno y el vigesimocuarto de esta competición incomprensible contra el Ludogorets de turno.
A ver si el camino a la decimosexta va a ser así, aunque no lo parece.
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El fútbol y la vida siguen. Esa es la grandeza y la miseria de la vida humana en este mundo: todo pasa, incluso lo peor. Aunque mañana regresa la Copa de Europa y nada menos que un Real Madrid-Milan, o sea, veintidós orejonas puestas en fila una al lado de la otra encima de la mesa, se hace difícil pensar, hablar o escribir de fútbol en estos días. El área metropolitana de la tercera ciudad de España ha quedado arrasada por las riadas y una semana después hay cientos de valencianos que yacen muertos todavía dentro de garajes subterráneos, en sus coches, y otros miles que carece de lo más elemental para vivir, aislados en pueblos destruidos. En realidad no se sabe ni cuántos desaparecidos hay ni cuál es la cifra real de muertos a día de hoy. La situación es de colapso administrativo a todos los niveles y la sospecha de que el poder ha dejado morir a cientos de compatriotas por cálculo político, resulta aterradora y es cada día que pasa más complicado no creerlo, a la vista de lo que claman al cielo desde el terreno los propios afectados.
Así las cosas, el fútbol, parece claro, habría tenido que parar por completo al menos este fin de semana. No tiene ningún sentido que se juegue un campeonato nacional de liga cuando una zona tan importante de la nación está sumida en la desesperación y en el caos, con tantísimos compatriotas sufriendo. Pero algo así, ¡que se lo vayan a explicar a Tebas! El fútbol, que es tan del pueblo, aunque ahora al pueblo lo echen de los estadios con esos precios desorbitados y se esté convirtiendo en un artículo de lujo, debía mostrar un poco de sensibilidad con estas cosas. Aunque esto no es nuevo ni se lo inventó Tebas. En España, al Madrid le tocó jugar un par de días después de los atentados de Atocha, el 11 de marzo de 2004, encima en Madrid. Por no hablar del partido que disputó en Roma, para abrir la edición 2001-2002 de la Champions League, la tarde del 11S.
El fútbol y la vida siguen. Esa es la grandeza y la miseria de la vida humana en este mundo: todo pasa, incluso lo peor
Show must go on. Después de esta tragedia, provocada por una catástrofe natural de magnitud bíblica y multiplicada por la negligencia, incompetencia y omisión de las autoridades locales, autonómicas y nacionales, es decir de todo el Estado en su conjunto, que ha desamparado por completo al contribuyente que lo sufraga (a precio de oro, si se consideran las cifras récords de recaudación de Hacienda: como leí en Twitter el otro día, el español paga impuestos para tener unos servicios públicos de Suecia y recibe los de Somalia), hay incluso futbolistas que se pronuncian. Esto es nuevo y de agradecer. La verdad es que ser español y no sentir dolor, frustración y cólera ante lo que lleva pasando una semana es no tener sangre en las venas. Marcos Llorente o Carvajal, por ejemplo, se han hecho en público muchas de las preguntas que a todo el mundo le ronda por la cabeza. Esto es importante porque así llega a mucha más gente, sobre todo a la adormecida por la narrativa corrupta de los medios convencionales, casi todos esclavos de la publicidad institucional.
El propio Ancelotti, en la rueda de prensa del lunes al mediodía previa al partido de Champions, ha dejado claro que hay que jugar porque hay que jugar. Nobleza, UEFA y don Dinero, obligan. Pero ganas hay pocas, naturalmente, pues es imposible sustraerse a un paisaje apocalíptico que ha arrebatado tantas vidas y ha causado tanto destrozo.
He recordado, en estos días, algo que leí en el maravilloso libro, manual de cabecera de Historia del Madrid y de España, El Real Madrid en la historia de España, del profesor Ángel Bahamonde. En los durísimos días de la postguerra, con Madrid y España hecha unos zorros, la asistencia a los partidos de fútbol se multiplicó exponencialmente. Al contrario de lo que se podría intuir, en los momentos críticos, de dolor social insoportable y de duelo colectivo, el fútbol puede ser una buena válvula de escape para mucha gente. Igual que fue, en su origen, un modo de canalizar la violencia tribal, y en gran medida sigue siéndolo, en las crisis puede ser también una vía para diluir esa sensación de desamparo y de soledad terribles que por momentos apabulla al ciudadano consciente. Y ya que no hay más remedio que jugar, el Madrid, creo, debe jugar como en los momentos más altos de su historia: por todos los españoles.
Ya que no hay más remedio que jugar, el Madrid, creo, debe jugar como en los momentos más altos de su historia: por todos los españoles
El Madrid, que no lo olvidemos ha estado desde el primer día aportando y ayudando a recolectar dinero para los valencianos, tiene una misión histórica, que es proyectar lo mejor de España hacia el universo. Cuando las primeras Copas de Europa, jugaba en Alemania, Francia, Bélgica y Suiza y era la verdadera representación de la nación, pues a sus partidos acudían exiliados políticos y emigrantes a encontrarse con un trozo de la patria y celebrar juntos, como hermanos, las únicas victorias a las que podía aspirar un compatriota entonces. El Madrid juega por todos y gana “por nosotros, que tanto perdimos”. Es “la única victoria posible del proletariado”, tal y como sentencia el verso del hermosísimo poema de Manuel Vilas. Ya que no hay más cojones que jugar, incluso con la provincia de Valencia a oscuras, sumergida en fango y materia en descomposición, objeto del escarnio criminal de políticos abyectos, juéguese y gánese. Hágase algo bonito por todas aquellas criaturas, por los niños que hoy peloteaban con una alegría e inocencia santa en calles llenas de barro. Gánese también por los que no son del Madrid. Gánese por todos los que puedan olvidar por un rato la broma infinita de la vida y tengan una tele donde ponerse a mirar o una radio en la que ponerse a escuchar.
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El Real Madrid quedó fatal con el mundo del fútbol. Así nos lo han hecho saber el As, el Marca, la prensa catalana, Javier Tebas, los Manolos, Castaño, Alfredo Relaño y un largo etcétera de tipos de indudable imparcialidad cuando de hablar del Madrid se trata. Y cualquier madridista como el que esto escribe sabe que conviene hacer caso a los mencionados en lugar de seguir lo que la junta directiva considere más adecuado para el Club.
El Real Madrid perdió una gran oportunidad el pasado lunes. Tenía a millones de aficionados al fútbol pendientes de una gala que siempre fue hortera, tenía ante sí un auditorio expectante ante lo que ya todo el mundo sabía que era una encerrona para el club madridista a mayor satisfacción de Ceferin y Al Khelaifi y, por supuesto, teníamos enfrente a toda la prensa especializada que había afilado sus plumas y cargado las cámaras para transmitir en directo y en prime time lo que creían que sería una humillación para el club blanco. Aun en esas circunstancias, yo habría ido a la gala. Y con un grupo de gente numeroso, que se hiciera notar.
Empezaría en el photocall con todos los jugadores invitados y Florentino en el centro, pero, ojo, irían todos ataviados con una chaqueta negra bajo la cual lucirían una camiseta blanca con la imagen de El show de Truman. Cualquier observador apreciaría el detalle: en lugar de la cara de Jim Carrey aparecería la de nuestro presidente con el mismo gesto de saludo ante las cámaras. “Nuestro” Truman sabe que todo esto es una farsa organizada por Christof Ceferin, televisada a todo el planeta y se prestará aparentemente a ser parte del show.
Una vez en sus asientos, los jugadores no perderían su sonrisa ni dejarían de aplaudir de manera estruendosa: el Dibu Martínez, mejor portero del año. Más risas, descojone general. Se anuncia a Toni Kroos como noveno clasificado: despolle total, todos los jugadores en pie e imitando a José Luis Moreno y su “wow, wow, wooow!”.
En esta gala fallida, los mejores momentos llegarían con los premios al club y los discursos, convenientemente preparados para esta ocasión. Y qué ocasión perdida, amigos, qué discursos podríamos haber presenciado. Ancelotti recibe el premio de mejor entrenador del año de las manos de Hristo Stoichkov. Se acerca al micrófono, levanta la ceja y comienza a hablar:
“Es un gran honor para mí recibir este premio a entrenador del año, y más aún recibirlo de manos de un “caballero” del deporte, un adalid del fairplay como Stoichkov (mientras pronuncia “caballero”, la ceja casi le alcanza la coronilla). Llevo años escuchando que yo no ejerzo de entrenador, que apenas trabajo la táctica y que soy poco menos que un alineador. Por eso agradezco que esté aquí presente alguien como este búlgaro, un tipo que, como entrenador, cogió a un Celta en octavos de final de la Champions y lo descendió a Segunda División. ¡Y con varias jornadas de antelación! Él es uno de los mejores ejemplos de que un entrenador sí influye mucho en un equipo, aunque sea de manera negativa, por eso agradezco a la UEFA y a France Football que lo hayan designado precisamente a él para entregarme este galardón. Me han dicho que este año los premios tienen en consideración el fairplay, por eso me hace mayor ilusión que me lo entregue él, un “caballero” que lo mismo agredía a rivales que a árbitros, a los que protestaba todo. Lo cual es normal, cuando has pagado a alguien y consideras que no te está dando un buen servicio. Quiero aprovechar para agradecer a mis jugadores por su trabajo, gracias al presidente Florentino Pérez por confiar en mí, y gracias a ustedes, señores periodistas, por este año que he pasado entrenando en Brasil, como ustedes predijeron con su acierto habitual”.
Carletto bajaría del escenario y algún miembro de la organización se acercaría para decirle:
—Don Carlo, se olvida usted el premio.
—No, no —respondería el italiano—, no me lo he olvidado.
Se daría media vuelta y volvería inmediatamente a su asiento junto al presidente y los futbolistas, no sin antes dejarse fotografiar el desplante.
Unos minutos después, tras presenciar un discurso de Laporta por el premio al mejor club de fútbol femenino del año, le tocaría subir al escenario a Florentino Pérez para recoger el premio a mejor club del mundo. Tomaría el micrófono y comenzaría su speech:
—Qué gran honor, señores. Qué suerte recibir un premio de tanto prestigio y suceder en el palmarés a un club que llegó a lo más alto con apenas 130 irregularidades financieras. Es un honor, además, como podrán imaginar todos ustedes, compartir escenario con un club como el Barcelona. Hemos llegado a lo más alto, además, sin necesidad de pagar durante dos décadas a un alto cargo de los árbitros o de inventarnos ingresos contables que luego la UEFA no acepta y echa para atrás. Porque el fairplay es importante este año para estos premios, como nos han dicho ustedes varias veces. Nos premian por haber ganado la Liga española y la Champions, algo que la historia nos ha demostrado que no basta para obtener este galardón. Recuerden en 2022, cuando el premio fue para los de las 130 irregularidades, aunque en aquella ocasión nos dijeran que se debió a su equipo femenino. Un gran equipo que cayó eliminado ante el nuestro, por cierto, pero aquella norma absurda ya fue derogada, por eso hoy estamos aquí para recoger este premio y devolver al fútbol su esencia. Sabemos, además, que este año la UEFA participa en la organización de los premios y por eso estamos seguros de que en nuestra elección no ha habido alteraciones, presiones ni manipulaciones en los resultados. Eso sería tan extraño como si un día te toca el Benfica en un sorteo y de repente te dicen que es el PSG, por ejemplo, cosas impensables hoy en día. ¿Verdad, Nasser, que te veo por ahí, por algún sitio? ¿Dónde estás? Ah, sí, ahí, junto al amigo Ceferin, gran abogado ¡Abogado, a-bo-ga-dooo! Ja, ja, ja, perdónenme ustedes, soy incapaz de pronunciar esa palabra y no acordarme de aquello de… déjenlo. ¿Que qué vamos a hacer con este premio? La idea de la directiva es subastarlo y donar el dinero obtenido a Reporteros Sin Fronteras, una organización no gubernamental que vela por la libertad de prensa y por el derecho a estar bien informados. Consideramos que se trata de una buena causa para un mundo como este, el del fútbol, totalmente sometido a los dictados de quienes dirigen el cotarro y patrocinan los medios. Señores, muchas gracias de nuevo por contar con el Real Madrid para esta gala, hemos sido los mejores embajadores de la Champions en los últimos años y esperamos seguir haciéndolo en el futuro en otras competiciones.
¡BOOOOOOM! A Ceferin se le relajarían los esfínteres en su asiento, y más cuando advierte la mirada de Florentino sobre él, acompaña de una media sonrisa. “Hay gente que da más miedo cuando sonríe que cuando te amenaza”, pensaría Ceferin en esos instantes.
Para cuando llegara el premio gordo de la noche, la expectación habría aumentado varios enteros. Algunos que no hemos visto jamás un minuto de esta gala nos conectaríamos para seguirlo en directo. El share de cuota de pantalla se dispararía. Cuando se anunciara el nombre de Rodri, la bancada madridista se levantaría en pleno para aplaudirlo. No íbamos a darles la foto de Vini hundido, esa instantánea que deseaban llevar a las portadas y que, con la ausencia, se les ha negado. Vini y Jude subirían al escenario tras Rodri, recogerían sus premios y lo felicitarían públicamente. Para cuando les dejaran hablar, el mensaje sería muy simple:
—Enhorabuena, Rodri, eres un gran jugador y te mereces un premio así. Tiene mucho más mérito lograrlo sin haber estado en el once ideal de la UEFA, ni entre los ocho mejores de la Premier. Este año, además, lo has ganado todo con tu club y has marcado el único gol en la final de la Champions, el decisivo, por todo ello...
En ese momento, George Weah lo interrumpiría para corregirle:
—No, Vini, eso no sucedió este año, fue el pasado.
—Gracias, George, sé bien lo que digo. A Rodri se le premia por eso, que lo ha pedido toda la prensa española y son los mejores periodistas del mundo, los que nunca opinan con bufanda.
—Y por el rendimiento con la selección —añadiría Jude.
—Claro, por eso Dani Carvajal no está aquí arriba, entre los tres mejores, por su rendimiento insuficiente en Champions y más flojo aún durante la Eurocopa. Porque no tuvo la importancia de Rodri durante la segunda parte de la final contra vosotros, Jude.
—Pero si no jugó, Vini.
George Weah, visiblemente confundido, se sentiría forzado a intervenir y diría algo así:
—Este año había tres factores a considerar en el premio, señores: el rendimiento individual, los títulos colectivos y el fairplay.
¡El fairplay según los criterios de la UEFA! ¡¡¡¡Ja, ja, ja, , ja, ja, ja!!!!, en esos momentos, sería inevitable que el auditorio entero estallara en carcajadas. “¡El fairplay by UEFA!”, ¡jojojojo!!!!! Ceferin se sumergiría aún más en su asiento. Al Khelaifi pondría una cara de cabreo igual que la que se le vio en el vestuario del árbitro en su partido en el Bernabéu de hace un par de años. El intento de ridiculización quedaría ridiculizado. Las fotos de los madridistas tras la gala serían tan míticas como las de Carletto fumándose un puro con la negritud más joven de la plantilla. Ante los micros, Butragueño remataría la faena emulando nuevamente a Truman:
—¡Recórcholis! Y por si no nos vemos luego, buenos días, señor Tebas, buenas tardes, Al Khelaifi, y buenas noches, Ceferin.
Se perdió una gran oportunidad, sin duda. Se podía haber metido incluso varias cuñas sobre A22, la Superliga y Unify, que vienen a cambiar toda esta estructura controlada por gente de la peor especie. Si en un lado de la historia están Ceferin, Al Khelaifi, Gil Marín, Javier Tebas, Joan Laporta y la prensa española, yo siempre aplaudiré que el club se posicione en el bando contrario. Y digo “bando”, porque estas son las primeras escaramuzas de una guerra.
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Es una hipótesis difícilmente controvertible que el Balón de Oro de 2024 se recordará, si es que ha de recordarse, como el que no le dieron a Vinícius. Quizá no sea necesario recordarlo en la medida en que parece muy probable que a Vinícius se lo acaben dando cualquier año de estos. Incluso que le den más de uno, aunque hasta los tiempos de Cristiano y Messi el premio tendía a no repetir destino, y las excepciones a esa norma no escrita no son muy objetables (Di Stéfano, Beckenbauer, Cruyff, Keegan, Rummenige, Platini, Van Basten). También es cierto que jamás lo obtuvieron Puskás, Kocsis, Kubala, Schuster, Laudrup, Raúl, Baresi, Maldini o Pirlo. En fin, que no hay ninguna necesidad de tomarse el veredicto demasiado en serio en la medida en que tampoco parecen haberlo hecho siempre los responsables de otorgarlo.
Los medios habían creado una expectativa extrañamente unánime respecto a Vinícius en las últimas semanas. Todos hablaban con la seguridad propia de quien tiene datos, aunque es evidente que no los tenían. A tenor de esas expectativas, el Real Madrid había preparado un desembarco con todo en París que abortó cuando se malició que nones.
Es una hipótesis difícilmente controvertible que el Balón de Oro de 2024 se recordará, si es que ha de recordarse, como el que no le dieron a Vinícius
Esta parte de los hechos, por cierto, es la más confusa de todas. Ni los medios han aclarado nada —porque evidentemente no salían bien parados con su unanimidad previa— ni la organización —France Football + UEFA— ni el club han explicado qué pasó en esas horas de la mañana del lunes. ¿Otros años se comunicaba discretamente al ganador que lo era para asegurar su asistencia a la ceremonia y esta vez no se hizo? ¿Por qué? Sabemos que hubo filtraciones debidamente manipuladas porque en las redes circularon listas que clavaban el ranking pero bailaban los dos primeros en un sentido u otro. En realidad, la ausencia de uno de los favoritos cuando sabía que no iba a ser premiado no es una novedad, ya se había dado otros años. Si este año ha llamado tanto la atención es porque no había favoritos, nadie había barajado otra posibilidad que Vinícius. Y además el Madrid cargó la suerte con un plantón en pleno, que no se limitó solo al jugador. Se pudo haber mandado a Butragueño en plan mínimos protocolarios, pero es evidente que se quiso escenificar una declaración de guerra sin paliativos.
Tanta confusión en medio de un clima de indignación generalizada en el madridismo por el caso Negreira y la actitud escandalosamente consentidora de la Federación y la Liga con los enjuagues palanqueros y de fair play financiero del Barça, más el enfrentamiento de la UEFA y el Madrid a cuenta de la Superliga, es terreno abonado para la conspiranoia. Buena parte del madridismo no alberga una sola duda: la UEFA nos ha tangado el Balón de Oro en flagrante venganza, y los premios al club y a Ancelotti no son sino torpes cortinas de humo.
Tanta confusión en medio de un clima de indignación generalizada es terreno abonado para la conspiranoia. Buena parte del madridismo no alberga una sola duda: la UEFA nos ha tangado el Balón de Oro en flagrante venganza, y los premios al club y a Ancelotti no son sino torpes cortinas de humo
Por supuesto, todo esto es perfectamente posible. La primera regla de la conspiranoia es la coherencia férrea, como en un buen guion de cine. Los psiquiatras saben que los paranoicos suelen ser gente inteligente, capaz de urdir tramas consistentes que encajan con los hechos conocidos. Los acontecimientos se relacionan entre sí por una densa red de vínculos; por así decir, la realidad obedece a patrones de lógica difusa y es posible imaginar miles de secuencias que podrían conducir al mismo desenlace, más cuantos menos hechos ciertos acreditados haya al respecto. Por eso, tanto las ciencias empíricas como las ciencias sociales utilizan procedimientos que, por un lado, buscan acreditar el mayor número posible de hechos y, por otro, intentan reducir el número de conexiones entre ellos distinguiendo las más probables de las más inciertas. Sin esos principios de economía sería imposible obtener ni un solo avance de conocimiento.
El más célebre de esos procedimientos es la lex parsimoniae, generalmente conocida como “navaja de Ockham”, cuya formulación elemental (Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem) viene a expresarse en román paladino como que, en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable. Por supuesto, Guillermo de Ockham, fraile franciscano y gran filósofo nominalista bajomedieval a quien se atribuye este principio, era un hombre sabio y como tal sabía que la más probable no significa necesariamente la verdadera, aunque sí la que más probabilidades tiene de serlo. Más de cinco siglos más tarde, otro paisano suyo, esta vez de ficción, vino a enunciar su envés. Así, Arthur Conan Doyle le hacía decir lo siguiente a Sherlock Holmes, Watson mediante, en La aventura de la diadema de berilos: “Es un viejo proverbio mío el de que, una vez que se ha conseguido hacer a un lado lo que no ha podido ser, todo aquello que sigue en pie tiene que ser la verdad, por muy improbable que resulte”. No en vano Umberto Eco fundió a ambos, a Ockham y a Holmes, en el Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa, a quien nunca podremos dejar de imaginar sino en la voz y la presencia mesmerizantes del mejor Sean Connery.
Pues bien, en La aventura del Balón de Oro que le tangaron a Vini, si un atribulado Florentino se hubiera llegado hasta el 221b de Baker Street implorando la ayuda de Holmes, este habría arqueado perezosamente una ceja al ancelottiano modo y habría rechazado el caso por poco estimulante (que, por otro lado, es lo que nuestro detective consultor hace casi siempre en primera instancia). Por deferencia a las simpatías madridistas que, sin duda, habría de albergar dada su claridad de criterio, quizá accediera a hacer algunas consideraciones básicas por no desairar del todo a tan ilustre visita.
Anotaría Holmes con precisión que son muchos los hechos que quedan por acreditar en este asunto. Algunos ya se han detallado más arriba y quizá Florentino le aclarara confidencialmente los que le atañen, cosa que podría tener a bien hacer extensiva al común de los aficionados, por cierto. Sabemos con certidumbre —diría el detective y registraría Watson— cuál es la mecánica del premio: France Football proporciona a cien periodistas de los cien primeros países del ranking UEFA una lista de treinta jugadores, a los que estos otorgan una puntuación decreciente. Luego se suma y el resultado se precipita solo. No hay reuniones del jurado, no hay deliberaciones, no hay secretarios con voz pero sin voto ni jurados elocuentes y metiches que puedan orientar de manera más o menos sutil o torticera el marco de discusión y la voluntad de los demás.
Si un atribulado Florentino se hubiera llegado hasta el 221b de Baker Street implorando la ayuda de Holmes, este habría anotado on precisión que son muchos los hechos que quedan por acreditar en este asunto. Quizá Florentino le aclarara confidencialmente los que le atañen, cosa que podría tener a bien hacer extensiva al común de los aficionados, por cierto
En los días que han transcurrido desde el fallo, los medios han hablado con algunos de los electores. Aunque la organización les ha pedido que no hagan todavía públicas sus listas, algunos han desvelado al menos quién fue su favorito. Relaño, jurado español, dice que votó por Vinícius; un colombiano, un salvadoreño y algún otro que ahora no recuerdo votaron a Rodri y han defendido su opción —o más bien, su desconsideración a Vinícius— con argumentos extraordinariamente peregrinos.
¿Pudieron recibir consignas, presiones y aún cohechos explícitos los jurados? Pudieron, claro, cómo negar la posibilidad. Sin embargo, el censo es lo suficientemente amplio y variado como para pensar que malo sería que entre cien no haya unos cuantos honrados, de modo que el complot sería muy vulnerable y la posibilidad de que alguien cantara la gallina muy alta. En tal caso, no tardaremos mucho en tener noticias.
En realidad, terciaría ahora fray Guillermo, la mecánica del premio es lo suficientemente difusa y aleatoria para explicar por sí misma los fallos extravagantes que la propia trayectoria del premio avala. ¿Alguien puede explicar qué mano negra prefirió en 1962 a un Josef Masopust, a quien solo Alberto Cosín y Google son capaces de identificar, antes que al gran Eusébio, la Pantera Negra de Benfica? ¿Qué Protocolos de los Sabios de Sión antepusieron a Flórian Albert al superviviente y senatorial Bobby Charlton en 1967? ¿Qué mente calenturienta coronó en 1975 a Oleg Blojin antes que al Kaiser Beckenbauer? ¿O a un apenas incipiente —y luego estrepitosamente fallido— Michael Owen frente a un Raúl que pulverizaba récords europeos en 2001? ¿Acaso no es este año aún más escandaloso que preterir a Vini relegar a Kroos en su última y más brillante temporada al noveno puesto cuando le dan el premio a un medio centro? Tampoco cabe dudar del madridismo de tan preclaro hijo del Assisiate, pero a buen seguro le aconsejaría a Florentino no multiplicar las sospechas praeter necessitate para beneficio mismo, en primer lugar, de la credibilidad cierta de tantas otras ante tanto desmán antimadridista como se ve por ahí.
¿Pudieron recibir consignas, presiones y aún cohechos explícitos los jurados? Pudieron, claro, cómo negar la posibilidad. En realidad, terciaría ahora fray Guillermo, la mecánica del premio es lo suficientemente difusa y aleatoria para explicar por sí misma los fallos extravagantes que la propia trayectoria del premio avala
Tal vez Florentino porfiara tímidamente ante Holmes, mientras mordisqueaba uno de los sándwiches de pepino amablemente ofrecidos por Mrs. Hudson con el té, recordándole que él mismo, en la ocasión antes citada, había afirmado que la verdad a veces puede parecer inverosímil. Sherlock le miraría entonces con esa leve irritación condescendiente que tan a menudo reservaba a su fiel Watson y le respondería que así es, pero solo cuando “se ha dejado a un lado todo lo que no pudo ser”. Y quizá, algo más ecuménico, le aconsejara advertir a la grey madridista de aquello que famosamente dejó dicho en La aventura del Pabellón Wisteria: “Es un error adelantarse en los juicios a los hechos porque uno se deja llevar insensiblemente a torcerlos para acomodarlos a las teorías que se ha forjado”. Ya en la puerta, Watson, siempre menos sutil y más a ras de tierra, aunque no por ello menos madridista, le habría despedido con algo así: “Créame, amigo mío, yo estoy más hecho que usted al trato con maleantes. Si Ceferin nos hubiera querido jeringar a modo, ya nos habría puesto a un Ovrebo de la vida en el camino de la decimocuarta y la decimoquinta en lugar de arriesgarse tanto con esta sinsorgada”.
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