Se discute (entre los críticos más que entre los aficionados) su calidad, detalles de su rodaje, su improvisación, … Que discutan lo que quieran, Casablanca es una película inolvidable, forma parte de la historia del cine y está en cualquier lista de candidatas a “la mejor película de siempre”, si es que eso significa algo.
Su director, Michael Curtiz, procedía del devastado imperio austro-húngaro, y llegó a los Estados Unidos como tantos otros, con su enorme talento y su gran capacidad de trabajo, de los que dieron testimonio numerosas películas. Dirigió más de cien, con muchas de las cuales logró notables éxitos.
Pero Curtiz tenía una idea en la cabeza, que no cuajaría hasta el año 1942. Un año difícil, en mitad de la segunda guerra mundial, con restricciones presupuestarias, dificultades para trabajar y la gente preocupada por cosas más graves que una historia de amor, pero los genios son así. Curtiz tenía entre ceja y ceja algo que no pensaba abandonar: el Real Madrid.
¿Que eso es antes de que el Real Madrid triunfara en Europa? Minucias, detalles temporales en los que no se detiene un genio. A principios de los cuarenta, sólo un visionario podía imaginar que el Real Madrid se convertiría en el mejor club deportivo del siglo. Pero es que Curtiz tenía esa intuición que exhiben algunos húngaros (como Houdini, como Georg Solti, como János von Neumann, como Puskas) y anticipó lo que sucedería. Y le quiso dedicar una obra maestra. De hecho, el título inicial de la película era “Casa blanca”, sin ocultar a dónde se enfocaba la película, a qué “casa” homenajeaba. La decisión de unir las dos palabras en una, velando apenas la intención original, se debió a una suma de varias razones: por una parte, al propio director le pareció excesivamente obvia la alusión al Real Madrid y prefirió ocultarla, para que los espectadores tuvieran que realizar el juego de encontrar las pistas; por otra, hubo quien apuntó unos posibles reparos del gobierno de los Estados Unidos, en una época turbulenta, y por último, el nombre de la ciudad marroquí facilitaba un motivo razonable para situar allí la trama (aunque Tánger habría resultado más natural, si sólo se pretendiera esa verosimilitud).
Lo cierto es que Michael Curtiz se decantó por llamar Casablanca a su obra maestra, y con la excusa de una historia de amor tópico en medio del ajetreo de gente que va y viene por esa ciudad buscando escapar hacia una felicidad más o menos dudosa en un mundo en guerra, construye un homenaje al Real Madrid, que deja semioculto bajo el trampantojo del trivial folletín amoroso de Ilsa y Rick, al tiempo que va sembrando un montón de claves para que el espectador se entretenga reconociendo la verdadera narración, que discurre bajo la superficie. No cuesta trabajo descubrir muchas de ellas: la primera la proporcionan los dos protagonistas, Rick e Ilsa representan al Real Madrid y la copa de Europa, destinados a buscarse y amarse eternamente, pero ocasionalmente separados; casi es obscenamente nítida la alusión cuando se nos hace saber que su amor se encendió en París (ciudad en que el Real Madrid conquistó la primera copa) y cuando se alude de nuevo a ella (siempre nos quedará París), donde volvió a ganar (la octava) después de un doloroso intento fallido en 1981. Curtiz escogió a la bellísima Ingrid Bergman para interpretar a Ilsa/copa, y a Humphrey Bogart para el papel de Rick/Real Madrid; Bogart era seguramente el mejor actor, pero no el más apuesto disponible (Clark Gable o Cary Grant habrían encajado mejor en el papel de galán seductor), haciendo un guiño al público avisado: el bajito pero genial equipo madrileño era el as.
La estancia exitosa pero infeliz de Rick en Casablanca previa a la aparición de Ilsa es una trasposición de la larga espera entre la sexta y la séptima conquista de la copa por parte del Real Madrid. El reencuentro casi le trastorna; ¡Rick la había añorado tanto! Mucha noches se había quedado bebiendo después de cerrar el local, añorando el sueño que se iba desvaneciendo, destrozándose por dentro (de otro, será de otro, como antes de mis besos), queriendo olvidar entre las brumas del alcohol (ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero; es tan corto el amor y es tan largo el olvido), sin éxito (mi alma no se contenta con haberla perdido). La irrupción de Ilsa en el café es como el remate de Mijatovic en el Ámsterdam Arena.
Muchos personajes albergan también pistas que permiten la contemplación de la película bajo el prisma correcto; así, la pareja de recién casados a quienes Rick ayuda, facilitándoles la ganancia del dinero necesario para salir de allí remite a los clubes que el Real Madrid ha rescatado de situaciones delicadas echándoles una mano gratuita y discreta: Lorca, Real Sociedad, Coruña. La ruta para salir de la ciudad-ratonera hacia la libertad y la nueva vida conduce a Lisboa: Curtiz deja ahí otro guiño que los aficionados madridistas leemos sin dificultad.
En el capitán Renault, corrupto jefe de la policía que finge no ver la actividad clandestina que se desarrolla bajo sus narices a cambio de jugosas mordidas, reconocemos al presidente de la Federación (que vendría a ser la administración francesa de Vichy); pocas veces ha conseguido el cine reflejar con tanto acierto el cinismo y la hipocresía como en la escena en que el venal funcionario simula escandalizarse al enterarse de que en el local se juega, al tiempo que recibe un sobre con sus ganancias; ni Caravaggio hubiera logrado mayor fidelidad a la realidad federativa ni más fuerza expresiva.
Un personaje secundario que también pinta en dos trazos a ciertos individuos que revolotean en torno al Real Madrid es Ugarte, un tipejo entre miserable y patético que aparece por el café de Rick con unos papeles valiosos que han llegado a sus manos de manera cuestionable. Hay un breve diálogo entre Ugarte y Rick que describe a ambos en apenas dos pinceladas: “¿Me desprecias, Rick?” pregunta el turbio Ugarte, “Si llegara a pensar en ti, probablemente lo haría” le responde Rick. Cualquier observador es capaz de reconocer que Ugarte está dando vida a infinidad de periodistas (en el portanálisis salen algunos, pero hay muchos más) y a no pocos clubes que rabian de envidia y a los que nosotros ni siquiera despreciamos, reservando para ellos un leve desdén.
Podríamos seguir analizando los diversos personajes (el mayor Strasser, Viktor Laszlo, Sam, y otros) y diferentes escenas (la marsellesa, esgrimida más que cantada, como himno madridista, de gente que no se da nunca por vencida, el despegue del avión, las canciones al piano), pero este artículo ya es bastante largo y va llegando el momento de cerrarlo. Seguiremos viviendo la eterna historia de amor entre Rick e Ilsa, entre el Real Madrid y la copa de Europa, mientras el tiempo sigue transcurriendo. As time goes by.
"Tócala otra vez, Sam" podría ser "gana otra vez la Champions, Zidane"
Casablanca siempre estará entre mis favoritas, del mismo modo que los versos tristes de Neruda, peeeeero, habiendo disfrutado muchísimo con el artículo, tengo una objeción con el paralelismo Rick/Real Madrid-Ilsa/Copa de Europa: ¿a qué viene cedérsela a otro, quién es entonces Víctor Laszlo? ¿A quién cedimos nuestra amada y siempre deseada compañera? A otro húngaro como Laszlo y Kubala sabemos que no fue, ¿a quién entregamos nuestro legítimo salvoconducto? "Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos", el Real Madrid jamás se la cedería a un soso por el mero hecho de entonar la Marsellesa.
Es que no se la cedemos a nadie, sino que ella es así, libre, voluble; está en su naturaleza (la donna è mobile qual piuma al vento, muta d'accento e di pensiero).
Por eso, lo mismo nos pone los cuernos con unos bávaros o unos holandeses que se escapa con unos italianos, unos portugueses o unos marineros borrachos (si hasta se fugó con los rumanos del Steaua, y a punto estuvo de hacerlo con unos colchoneros).
De ahí la alegría loca cuando vuelve a nuestros brazos y la añoranza triste cada vez que obedece a su vena casquivana y su capricho la lleva a estrechar otros.
Ja, ja, ja, entendido, vaya con la casquivana. Lo que peor tolero entonces son sus devaneos con los holandeses y catalanes. Ahora lo entiendo mejor: "Los alemanes vestían de gris, tú ibas de azul (y grana)".
El personaje de Sidney Greenstreet a mí me parece genial. Un tipo listo, aprovechado, sin escrúpulos, pero a veces hasta simpático: podría ser Tebas, autodenominado madridista y en definitiva “madridista disfrazado” y poco fiable.
Coincido por completo; es uno de los personajes que enriquecen el paisaje de la película; la analogía con Tebas está muy bien tirada.
Greenstreet es un actor cuya fama está muy por debajo de su mérito (en mi opinión). En "El halcón maltés", por ejemplo, lo borda. Hace muy poco lo vimos por televisión en Flamingo Road, otra interpretación para no olvidar.
Si a Umberto Eco le hubiese gustado el fútbol, en vez del rechazo visceral que éste le provocaba, acaso -y digo sólo acaso- podría haber sido en único capaz de escribir un artículo semejante.
Pero enhorabuena ha querido el destino que aquella afinidad rehuyese al sabio de Bolonia, para que hayas sido tú el que plasmase en palabras esta obra maestra sobre otra obra maestra para iluminarnos a los que permanecíamos en las tinieblas respecto a los significados profundos que unían de modo inseparable a los iconos máximos del cine y el balompié.
Gratitud eterna.
"La irrupción de Ilsa en el café es como el remate de Mijatovic en el Ámsterdam Arena". Una frase que vale por todo un artículo. Y eso que el artículo no tiene desperdicio.