Hola de nuevo:
Para algunas personas —especialmente para aquellos que hemos renunciado a salir en Nochevieja—, la mañana del primer día del año suele poseer un carácter simbólico excepcional. Todos los amaneceres tienen siempre algo de hoja en blanco, pero en pocas situaciones más dicha condición se muestra de manera tan plenamente manifiesta. Todo parece estar por hacer, y a la vez cualquier rumbo nuevo parece factible. En este sentido, considero que la mañana del 1 de enero podría catalogarse como profundamente madridista, no en vano ya conoces mi opinión de que lo que convierte a nuestro club en especial es su naturaleza de perenne antídoto optimista contra el paso del tiempo. Al fin y al cabo, la vida es un desmentido constante de la posibilidad de la hoja en blanco, pues consiste en una sucesión de renuncias y de momentos irreversibles que impiden los nuevos comienzos idénticos, vírgenes e ilusionantes: la muerte de un familiar, la pérdida de una amistad, una ruptura amorosa, la marcha de casa de un hijo, la decadencia física del envejecimiento, los efectos de una mentira, el diagnóstico de una enfermedad crónica… Puntos de inflexión a partir de los cuales uno se puede reinventar, desde luego, pero ya nada es lo mismo. Puntos de inflexión que no permiten los 1 de enero totales y absolutos.
Sin embargo, frente a las opciones que se cierran en la vida, de manera imprevista y para siempre, el Madrid es una puerta de par en par al reencuentro con lo inmutable. Una columna parménica que resiste orgullosamente en medio de la liquidez de las biografías actuales. Despojado de la red del relato de la que gozan sus máximos rivales —da igual lo que les suceda porque siempre tendrán premio de consolación literario—, se ve obligado a jugar a tumba abierta cada encuentro y cada campeonato. Da igual atesorar doce que catorce que veintiséis. Borrón y cuenta nueva. La injusticia de que no cuente nada de lo que has conseguido supone a la vez el privilegio de una infinita nueva oportunidad. Un eterno retorno salvador. Se trata, en fin, de transformar el inconformismo, paradójicamente, en zona de confort. Nada tienes, salvo una inagotable bola extra. Una casilla de salida permanente como refugio contra los finales abruptos y definitivos. El Madrid es ese oasis que la vida real se afana tanto en negarnos, aquel donde el calendario siempre marca el 1 de enero.
El Madrid es ese oasis que la vida real se afana tanto en negarnos, aquel donde el calendario siempre marca el 1 de enero
Una vez asumida la afortunada certeza de que nunca faltarán retos para el madridismo, podemos observar aquellos específicamente dispuestos para 2023. Indudablemente, el objetivo principal consiste en repetir la peor pesadilla de Ceferin, alcanzando una nueva final europea el 10 de junio en Estambul. Para ello habrá que enfrentarse a un Liverpool por desgracia descolgado de otras metas que lo distraigan, peligrosamente herido y con cuentas pendientes con nosotros, para el que somos algo así como lo que el Milán de Sacchi fue para la Quinta. No obstante, antes de que esa eliminatoria nos ciegue, resultará necesario no perder el pulso a una liga en la que un desesperado y hambriento Barcelona ha puesto toda la carne —en forma de dinero, voluntad e influencias— en el asador, como se aprecia en los discursos de Xavi mostrados en el documental propagandístico que han vendido a Amazon.
Por si fuera poco, este año hay toda una guarnición de títulos menores con los que podríamos salpimentar ambos platos principales. Antes de que alces la ceja y despaches con un mohín de desidia “esos trofeíllos de poca monta”, te concederé que, si bien el término sextete es una catetada pretendidamente fashion, ajena a tu época e inventada para tratar de hipertrofiar un logro puntual que minimice las dolorosas distancias de una comparativa excesivamente cruel, la lucha por la consecución de esos campeonatos no tiene por qué constituir una genuflexión ante un discurso foráneo. Al contrario, se puede justificar perfectamente desde la perspectiva madridista. Hace demasiado tiempo que no hemos redondeado a las decenas el palmarés de la Copa, y ya va siendo hora. Y un Mundialito de clubes siempre ratifica el estatus global del Madrid, más aún cuando uno de los rivales es el Flamengo, histórico club brasileño que promete un partido emocionante y que pertenece a un mercado estratégico al que se acude a menudo.
Nadie puede garantizar si el año que se avecina será feliz o triste. En cambio, sí se puede afirmar sin temor a errar que, desde el punto de vista merengue, se tratará de un año apasionante. Lo que, por otro lado, para el Madrid no supone ninguna novedad. Afortunadamente.
Te deseo un próspero 2023. Cuídate. Volveré a escribirte pronto.
Pablo.
Getty Images.
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